Bienvenidos... aquí tenéis la intro... id pensando la historia de los personajes, especialmente la parte de porqué sois convictos y vuestra causa de cadena perpetua. La sesión 0 será poco después donde discutiremos personajes, y como encajar todo antes de dar la luz verde para el primer post.
1.- Una nueva oportunidad.
Condenados a cadena perpetua, los nuevos e inocentes (o no tanto) jugadores, han sido arrastrados a cumplir su condena a una de la zona más remota de Cormyr, cerca de “El Cuello”, el estrecho paso que separa El Mar de Dragones (The Dragonmere) del resto del océano. Esta region está bastante aislada a pesar de su estratégica posición, y está governada por la ciudad portuaria de Saltmarsh, caída en desgracia desde hace más de un siglo, cuando se posicionó a favor del Rey Usurpador, Gondegal, que intentó formar un nuevo reino separándose del Cormyr con la capital en Arabel. Tal traición, solo duró ocho días, cuando fue brutalmente aleccionado sobre ese tipo de indepentismos por una fuerza combinada de Tilverton, Sembia y Daggerdale, junto a los Dragones Púrpura (Ejército de élite fiel al rey legítimo)
Localización de Saltmarsh (Cormyr), cerca de El Cuello (The Neck)
El destino de los “héroes” no es la ciudad en si misma, sino un fortín situado al abrazo de uno de los acantilados más altos de la costa, a unos diez kilómetros de la marítima urbe. Este puesto militar, está rodeado por una robusta y alta empalizada construida con las maderas de la zona (robles principalmente) por la parte que no da directamente al acantilado, y da albergue a una serie de tropas consistentes en unos 100 soldados de a pie (lanza y escudo), unos 50 arqueros/exploradores y una veintena de tropas de caballeria ligera. La construcción está presidida por un faro de origen mucho más antiguo que el propio asentamiento, probablemente perteneció a alguna orden de magos o hechiceros ancestral, pero de eso poco queda ya, ha sido totalmente habituado y parcialmente reconstruido como una de las pocas fuentes de luz de esta parte de la costa y sirve de guía para las embarcaciones que cruzan su camino por el estrecho. Es portanto primordial para todos los habitantes del puesto militar que la llama se mantenga siempre encendida.
El asentamiento es conocido como “Dedo Fantasmal” (Ghostfinger), debido al aspecto del faro en la noche. Su llama es de una tonalidad azulada (debido a que los aceites que usa como combustible vienen tratados por del gremio de Alquimistas de una isla cercana (Paraíso) dándole aspecto de un dedo descarnado donde en su punta brilla una fantasmal llama. Una de las peculiaridades de la elevada construcción en piedra negra, es que tiene forma hexagonal en vez de circular, al contrario que cualquier faro estándar.
El alto capitán de “Ghostfinger” es un veterano guerrero fiel a la corona y a los dragones púrpura llamado Bastianes Obertus, que según habéis oído, acepta condenados a cadena perpetua como sirvientes de por vida. Limpieza, cocina, caballerizas… etc. Puesto que la “esclavitud” está totalmente prohibida por la reina Raedra Obarskyr en el reino. Se os daría una paga simbólica, que se donará integramente al mantenimiento de las estructuras, barracas, logística y armamento del campamento, descontando por supuesto lo que costáis en comida.
Sin embargo, cuando llegáis ante su presencia, lo primero que ordena tras observaros detenidamente es vuestra liberación. De hecho os fijáis que tenía ya preparada la documentación oficial para condonar la pena de todos vosotros. A cambio, sólo os pide, en privado, que sirváis a la corona en una serie de misiones… “especiales y discretas” hasta que él considere que la deuda que habéis contraído con él se haya completado. La aventura empieza aquí, en esta escena.
2.- Region y alrededores.
Las tierras que rodean Saltmarsh, en general por lo que habéis observado en vuestro encadenado viaje hasta la zona, son bastante seguras, así como las carreteras que cortan la tierra (fuertemente patrulladas por tropas afines a la corona), y a menudo, está salpicada por pequeñas granjas o ciertos caserones que son mantenidos por veteranos de guerra cuyos terrenos fueron cedidos por decreto real.
Al ser una geografía bastante remota, el groso de la población es humana, cerca de la totalidad. Aunque hay algunas colonias Halfling por la zona algo lejanas a las carreteras principales. También existe un enorme bosque muy cercano al fortín y por tanto a Saltmarsh, conocido “Dreadwood”, allí, en los lindes convive otro puesto avanzado de la corona llamado “Burle” que coopera con un par de enclaves de elfos de los bosques (Silverstand) para frenar cualquier avance de monstruosidades o peligros que puedan emerger de la densa foresta. Es un bosque primordial y muy poco explorado.
Al Oeste, hay unas enormes marismas donde la civilación se pierde por completo, se han avistado hombres lagarto y cosas peores entre sus brumas y peligrosas estancadas aguas, pero no suelen salir de ahí. Junto a las pantanosas aguas, crece un retorcido bosque conocido como el bosque ahogado, puesto que grandes partes de sus arboledas yacen sumergidas en las invasivas y ponzoñosas aguas de las marismas.
A lo largo de la costa y adentrándose en el mar, existen varias islas, la mayoría no están ni cartografiadas, que son un hervidero de escondrijos de contrabandistas o piratas. De hecho existe una especie de tratado no escrito entre los piratas de la zona, conocidos como los Príncipes del Mar (no son muy creativos), donde parece que por primera vez en décadas cooperan entre ellos y hace ataques muy organizados y sobre objetivos extremadamente suculentos. Esto está minando bastante la economía de la zona, menospreciando el poder de la corona en estar tierras y poniendo en peligro la principal razón por la que la región estaba empezando a levantar cabeza, la cotizada mina de plata, actualmente explotada por enanos que sirven a la reina Raerdra como si fuera su propia reina, y situada el este de Saltmarsh, cerca de los acantilados.
SaltMarsh
1.- Puertas de la Ciudad; 2.- Barracas y cárceles, 3.- Posada "La cabra de mimbre", 4.- Centro de Mando de la Compañía Minera, 5.- Magistratura y hacienda de Morbius 6.- Torre de Keledek, 8.- Posada "La red vacía", 9.- El Mercado Verde, 10.- Puente "Escama de Tiburón", 7. Almacén/palacio de Xendros, 11 - Bienes de cuero de Kester, 12 - Torre Hoolwatch, 13 - Posada "La Linea de Rotura", 14.- Ayuntamiento, 15.- El mercado semanal, 16.- Mansión Primewater, 17.- "El Yunque Enano", 18.- Planta de Procesado de Pescado, 19.- Casa Oweland, 20 .- Casa Solmor, 21.- Gremio de Marinos, 23.- Gremio de Carpinteros, 26.- Templo de Akadi, 19.- Casa Oweland, 26.- Templo de Akadi, 27.- Cementerio, 28.- Mercancias Winston, 29. - Círculo Druídico de Silvanus Guardían de las Tormentas.
Llegaron al anochecer, una de esas noches de luna nueva, oscuras como la boca de un lobo y casi sin estrellas, las nubes eran algo habitual en esta región de Cormyr. El hexagonal torreón principal de Ghostfinger, que hacía las veces de faro, había impresionado a los reos ya desde la lejanía. arrastrando unas pesadas cadenas que unían pies con pies, y manos con manos, había caminado la última parte del recorrido, todo cuesta arriba, hacía el escarpado acantilado que indicaba el esperado final del camino. Las argollas metálicas que abrazaban sus tobillos y muñecas pesaban mucho más de lo que aparentaban, y las rozaduras habían enrojecido hasta haberles hecho sangrar en esas zonas tan castigadas por la caminata. Pero finalmente ya habían llegado a su destino, quizás un corto descanso les fuera otorgado en su nuevo hogar... de por vida.
El fortín era bastante espartano en su interior, una gran y gruesa empalizada talada de los árboles cercanos, esta hazaña había causado alrededor del lugar un parco paisaje de troncos segados y tocones castigados por las tormentas que arreciaban la costa. Casi doscientos metros de nada... salvo malas hierbas, hasta la primera línea de fronda y bosque liviano. Una vez dentro, las barracas separadas en varios edificios de diferente calidad daban cobijo a las casi doscientas almas que lo habitaban. Al parecer la infantería y los exploradores estaba ubicados en uno de los edificios, la caballería y las caballerizas, juntos formaban otra gran estructura, y finalmente había un par de edificaciones más usadas como viviendas, una de una calidad paupérrima, donde los "sirvientes" y el personal de mantenimiento vivía, y otra mucho más lujosa y de gran tamaño, quizás donde se albergaban los oficiales y altos cargos.
Había más edificios, pero el cansancio, y las ganas de dejarse caer en el primer puñado maloliente de paja seca y dormir algo hacía que fuese difícil de concentrar su atención. Definitivamente había una forja, y como no, algún enano se dejó entrever azuzando con pesados fuelles sus incandescentes ascuas, pues el trabajo de ese tipo en una localización militar era continuo y asfixiante. También había lo que parecía una posada, y algo usado como campo de entrenamiento. Pasaron rápidamente adyacentes a una de las construcciones más cercanas al torreón donde se dirigían, estaba hecha casi en su totalidad en piedra encajada con perfección milimétrica, y presidida por una enorme chimenea que expelía una agitada humareda. Los aromas de comidas y guisos recientemente preparados azotaron sus olfatos más cruelmente que los látigos o el escozor provocado por sus argollas. Recordaron que apenas habían comido ese día, y debería ser la hora de la cena.
Se produjo un cambio de escolta justo antes de entrar al faro, los soldados de su majestad, que les habían acompañado durante todo el camino, se retiraron tras entregar unos pesados libros y rollos de documentos a la guardia que vigilaba el portón de entrada al monumento principal y estructura más regia de todo el complejo. La nueva escolta ni siquiera los miró, como si estuvieran acostumbrados a recibir gente de la misma “calaña” de tanto en tanto. Empujado el pesado portón de doble hoja, tallado en una madera oscura y densa, pudieron ver, aunque con dificultad, los complejos grabados en su frontal representando alguna batalla ya olvidada con el paso de los siglos. El portón parecía vetusto en extremo, casi de otra era, pero se conservaba bien y seguía cumpliendo su función. El hall de entrada fue apenas recordado por los nuevos visitantes, quizás demasiado anodino, o quizás demasiado cansados como para retener su recuerdo.
El recorrido por las escaleras que bordeaban la pared que daba forma al torreón fue arduo. Los pies apenas les respondían y el agotamiento les estaba venciendo poco a poco, pero la nueva escolta esperaba pacientemente a sus prisioneros, en silencio. No les metían prisa, ni había maltrato, pero tampoco ayuda. Tras lo que pareció una eternidad, llegaron a un rellano, donde la escalera seguía su ascendente camino perdiéndose en la oscuridad, pero una puerta parecía romper la simetría del entorno. Era de una sola hoja, más pequeña que la de la entrada, pero construida en la misma madera oscura gruesa, con tallados parecidos.
Educadamente uno de los guardias de infantería llamó a la puerta, y una enojada contestación le indicó que los “invitados” podía pasar. Abriendo la puerta, los soldados indicaron a los encadenados que podían pasar y se quedaron montando guardia fuera, cerrando la puerta tras de sí tras entregar los libros y rollos de pergaminos a una figura encapuchada embutida en una túnica oscura cubierta de runas arcanas. En su mano un bastón acabado en un enorme rubí completaba su atuendo. Justo antes de cerrar la puerta, la misteriosa figura da unas breves órdenes a sus subordinados, - Cuidad de que no les falte de nada a la comitiva élfica, son activos de un gran valor y deben estar perfectamente acomodados antes de su partida.
El gran salón de comandancia les esperaba allí, mapas de todo tipo colgaban por las paredes de la estancia, algunos nuevos y otros muy antiguos, ajados y con escrituras y anotaciones por todas sus localizaciones. Estandartes de Cormyr ondeaban lánguidamente colgando del techo. La iluminación la daban seis antorchas cada una encajadas en un soporte en cada una de las seis paredes, también un pebetero ardía vigorosamente cerca de una gran mesa central, donde se amontonaban varios libros y todo tipo de papeles, la mayoría con sellos reales, o con membretes de varias logias de la capital.
Había varías sillas y sillones alrededor de la mesa, pero nadie las estaba usando. La otra figura que acompañaba al hechicero era muy diferente a éste, y estaba en pie embutido en una armadura metálica de buena calidad, aunque se notara que había vivido tiempos mejores. Se adivinaba un veterano guerrero en él, de pelo parcialmente canoso, algunas entradas y barba cuidada. Una capa de una tonalidad entre rojiza y púrpura caía ceremonialmente a su espalda, en su cinto, una vaina elegante portaba una espada larga y bastante elaborada, símbolo de una posición, quizás ganada a pulso y sangre.
Su presentación no se hizo esperar, una voz ronca y algo cascada emergió casi con esfuerzo de su interior, en un tono extrañamente educado para referirse a unos condenados.
- Mi nombre es Bastianes Obertus, alto capitán de Ghostfinger. Disculpad a Julius, mi mago de guerra es algo parco en palabras…
Bastianes Obertus:
Julius "La Sombra"
El alto capitán extendió una mano y apartó los nuevos libros recién llegados a un lado de la mesa, cogiendo el rollo de pergaminos que abrió con premura. Acercando los escritos cerca de las llamas del pebetero para obtener más luz y poder leerlos con mayor claridad. Tardó varios y eternos minutos, sus ojos viraban audaces entre las líneas absorbiendo toda la información posible y dedicándoles una mirada de vez en cuando, posándose aleatoriamente en cada uno de ellos antes de seguir leyendo. Al terminar se acercó, previamente sacando una llave de un cajón oculto en la gran mesa, no parecía importarle demasiado que alguien ajeno estuviera delante al sacarla. En la otra mano conservaba el rollo de pergaminos.
Uno a uno, la llave fue entrando en las diferentes cerraduras, que con un chasquido y un fuerte golpe y sordo en el suelo iban cayendo, librando a todos los reos de sus ataduras. El mago se adelantó unos pasos sorprendido por tal acto, pero fue detenido con un severo gesto del alto capitán, parando en seco antes de intervenir.
- Veo que tenemos aquí la crema de la crema de Cormyr y aledaños… y sin embargo, mis órdenes son diferentes esta vez. Vuestra pena será condonada antes incluso de empezarla. Voy a ir al grano… estáis agotados y necesito que consultéis esto con la almohada. La corona os va a dar otra oportunidad, … quizás podáis redimir parte de vuestros pecados, o quizás salgáis huyendo a la primera de cambio, … ya veremos de que pasta estáis hechos… el caso es que entiendo que habéis tocado los hilos adecuados en lugares altos… así que os lo explicaré brevemente.
Una pausa incómoda se produjo mientras Bastianes volvía a mirar a cada uno de sus especiales contertulios. Estudiándolos con una profunda mirada llena de una sabiduría aprendida a base de años de haber estado en muchos lugares diferentes y tratado con mucha gente de ideas dispares y enfrentadas.
- Serviréis a la corona, seguiréis mis órdenes hasta que yo considere que la deuda está pagada. Para vosotros yo seré la palabra de la Reina, y no se discutirá ninguna orden. Espero que no tengáis problemas con la autoridad, no soy alguien de repetir palabras o de enseñar lecciones a estas alturas de mi vida. No se os tratará mal, y seréis parte de algo grande, más grande que vosotros sin duda… esta oportunidad no se le da a cualquiera, necesito que entendáis lo excepcional de todo esto.
Tras guardar de nuevo la llave, esta vez en uno de los bolsillos interiores de su capa, el experimentado guerrero se acercó a una estantería que adornaba marcialmente una de las paredes, bien construida y con múltiples volúmenes históricos. Bastianes extrajo una caja parcialmente oculta tras una de las hileras de libros y la abrió sacando unos trozos de tela dorada adornados con el sello real de la corona de Cormyr. Acercándose de nuevo al grupo, fue entregando uno de esos retazos bordados a cada uno de sus invitados indicándoles que se lo ataran al antebrazo si aceptaban el trato. Según iba pasando su valioso símbolo de alianza, el veterano capitán iba dedicando unas palabras a cada uno de ellos, después de releer los documentos que había estado inspeccionado al principio de la velada, siempre siendo respetuoso, pero demostrando también que no adornaría la oscura hazaña que les había conducido a todos al punto en el que estaban.
- Nuestro elfo, Mablung, el protector del bosque tenebroso, guardián de los círculos más allá de Silverstand. Mi corazón se ensombrece con el terrible destino de tus hermanos, pero tus manos aún portan la sangre de la guardia de Saltmarsh. ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
La letanía se fue repitiendo con todos y cada uno.
- TocToc, de la gente-cuervo, sinceramente la lista de crímenes podría ocupar varios volúmenes de mis libros de historia, casi terminaría antes si mencionara los viles actos que aún no has cometido. Robos, extorsiones, contrabando, … aquí hay partes que no me atrevo ni a leer en alto… ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
- Leobald de la alta casa Tenhall, la sangre de tu familia ha corrido por varios notables caballeros púrpura, y sin embargo tu decidiste mancillar ese apellido en todos los niveles posibles. Asesino de Lord Balsih, señor de la marca de Leverhound, que Tyr tenga en su grandeza perdonarte algún día. ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
- Godric Whitestone, excomulgado de la Iglesia del Señor de la Mañana y conocido infernalista. No sólo rompiste tu voto de castidad mancillando a la pobre niña, además del doble asesinato… supongo que la hija no bastaba, la inocente madre tuvo que morir también en tu sacrílego ritual. – Bastianes parece dudar unos segundos antes de ofrecer el retal de tela dorada, pero finalmente cede con una mirada extremadamente sombría ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
- Adriana Ilinan, de los altos elfos, también conocida como “La Profanadora”, te aprovechaste de la confianza de la misma Reina para cometer aquel acto tan… atroz…ni un ápice de vida quedó en aquel bosque… mi hija … - por primera vez la voz del alto capitán se quiebra - … no … puedo… tu caso será revisado … pero mientras podrás acompañar al resto quizás encuentre algo de redención en tí – Bastianes se guarda el símbolo para sí, y pasa al siguiente sin ofrecer la alianza esta vez, intentando recomponerse al mismo tiempo.
- Khalion, el asesino de Tieflings… tienes cierto renombre, no sólo como desalmado ejecutor, sino por las ejemplares compañías con las que se te ha visto rodeado. Tengo algunas notas extras sobre ti, curioso, están añadidas como anexo y con otra letra, hablan de un pueblo elfo, que fue pera ya no… ¿te suena MIstwood? Aquí indica que estás relacionado con su total exterminio… en cualquier caso… ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
Cansado y abatido, Godric apenas es consciente de que le han quitado los grilletes hasta que el severo capitán se dirige a él.
Levanta sus hundidos ojos azules, enmarcados por negras ojeras y rojos por la falta de sueño y el llanto. La descuidada barba oculta sus labios y su sucio y sucio y largo pelo le llega ya más allá de los hombros. Sus uñas están sucias y rotas y las manos manchadas de una mezcla de mugre y sangre. Sus pies, uno de ellos descalzo, lo que le hace cojear, no están mucho mejor y va dejando pequeñas manchas de sangre por donde pisa con el pie derecho, ya que alguna llaga debe estar abierta. El cuerpo que se adivina bajo los harapos con los que se viste, restos de una camisa y un pantalón de viaje, muestra los signos de malnutrición aunque no parece que nunca disfrutara de una constitución especialmente fornida. El resto no ha disfrutado de buenas comidas, pero sus cuidadores no los están matando hambre por lo que posiblemente no esté comiendo mucho ni de las gachas y el pan rancio que les dan dos veces al día.
Esta demasiado bien cuidado pero nos hacemos una idea..
Por una milésima de segundo parece que le va a contestar a las palabras que le dirige, pero es más un reflejo adquirido en otra época, por otra persona, que por el despojo que es ahora. El joven cierra la boca y, agachando la cabeza y rehuyendo la mirada que parece atravesarle toma con manos temblorosas la cinta dorada. La envuelve en su brazo como les han ordenado pero se queda mirando las manchas que sus sucias manos han dejado en la bella y dorada cinta. Sumido como está en sus propios pensamientos no presta atención al resto de las conversaciones.
El elfo caminaba encorvado, en su día habría caminado erguido orgulloso de estar con sus hermanos, pero esos días parecían haber ocurrido hace un eternidad. Su mirada no paraba de buscar una manera de salir de allí, pero los humanos sabían como encadenar bien a un animal. Cualquiera que se hubiese detenido a observarles diría que parecían mas animales que personas, en el que caso de Mablung así era.
Mablung no se había preocupado por conocer al resto de reos un par de humanos, un hombre cuervo, un ser que no había visto jamas y una elfa. Quizas en otras circunstancias se hubiese acercado a la elfa, pero algo en ella le hacia recelar, estaba encadenados como el resto.
Nada mas llegar al campamento busco la manera de salir de allí, ninguna jaula podría retenerlo por mucho tiempo. Paciencia, has de ser de paciente, se decía para si mismo mientras lo conducían por la extraña estructura de piedra.
El señor de aquella fortaleza les hablo con respeto y al mencionar a sus hermanos y la razón por la que estaba allí Mablung cogió la tira e irguiéndose dijo:- He roto el equilibrio, deje que mi lado salvaje me dominase, hay que restaurar el daño hecho, pero ten claro que cuando considere que el daño ha sido reparado volveré al bosque. Los culpables aún deben de pagar, la sed de justicia del bosque no ha sido saciada. No deberíais olvidarlo.
Mientras el humano ofrecía el mismo trato al resto de los reos, el semblante de Mablung fue adquiriendo una mirada sombría, sus manos estaban manchadas de sangre, pero el resto de reos lo superaba. Un gruñido de amenaza salio de entre sus labio al escuchar las palabras dirigidas a la elfa y su cuerpo adquirió una pose tensa y dio un paso hacia adelante mientras dirigía hacia ella una mirada cargada de cólera...que el resto de razas profanaran la naturaleza no le sorprendía, pero que los elfos cometiesen tales actos, no podían sino tratarse de abominaciones. Parecía que el elfo fuese a saltar, pero con un gruñido volvió a su lugar en la fila.
No sabia si el humano decía la verdad, pero algo le decía que si, tarde o temprano sabría la verdad.
Bajo la escasa luz de la noche el kenku se movía en silencio como si los grilletes fuesen parte de su ropaje, casi una segunda piel. Pero el cansancio le mantenía en silencio, con la cabeza baja. Su reflexiva actitud no cambió cuando llego al campamento, echando tan solo un breve vistazo a su alrededor. Tampoco cuando las puertas del campamento se abrieron ante él. Solo el olor logró arrancarle una mirada en esa dirección, sintiendo la punzada del hambre en su estómago.
La reconfortante penumbra del campamento iluminó sus facciones. Para los ojos no acostumbrados a tratar con su raza TocToc parecía un hombre cuervo más. Plumaje oscuro, pico puntiagudo y movimientos córvidos. Pero alguien acostumbrado a sus facciones diría que TocToc tenía un pico esbelto de un negro ceniza, complexión ligera ágil, y plumaje azulado que recordaba grandes hojas de acebo. Sin embargo un rasgo resaltaba para todo el mundo, sus ojos profundos de un negro mate que reflejaban ecos de horrores pasados.
Al llegar a la habitación donde les recibían Bastianes y Julius el kenku se detuvo un momento, y sorprendido, miró a su alrededor, su cabeza inclinándose de un lado a otro con velocidad. El tirón de las cadenas y el leve empujón que inmediatamente sintió hicieron que retomara la marcha pero esta vez en vez de mirar al suelo, pensativo, miraba a su alrededor, curioso. La visión de las runas, mapas, escritos, pergaminos, libros y sellos le había insuflado revigorizante energía. Tan solo cuando el alto capitán empezó a relatar los currículos de los condenados el hombre-cuervo dejó de prestar atención a los alrededores para centrar su atención en las palabras del alto capitán. A medida que el alto capitán recitaba los crímenes del resto su mirada se posaba en ellos. Y un gesto de desprecio, difícil de leer, se formaba en su córvida cara.
- Estáis agotados y necesito que consultéis esto con la almohada. - Repitió con la misma voz del alto capitán cuando llegó su turno de contestar. La oferta era innegablemente buena y quizás la única oportunidad que tendría de salir de allí. Pero la idea de formar un grupo con semejantes depravados hacía que su estómago se contrajese en disgusto. Una noche de descanso le ayudaría a decidir.
Leobald siguió a la comitiva de presos en silencio hasta el pie de Ghostfinger. Soportaba las penalidades con el estoicismo del que carga con una culpa que pesa como cien hombres. Habían andado más de lo recomendable sin el calzado apropiado y ni había probado bocado en horas, pero los guardias eran todo lo respetuosos que podía caber dadas las circunstancias. La brisa marina había comenzado a soplar hacia el mar. Leobald levantó a vista hacia la llama fantasmal en lo alto del faro. El aire olía a sal y el viento le ensortijaba el pelo entrecano. La torre, de base octogonal le erizó el bello de la nuca. En algún viejo tomo había leído que era obra de hechiceros del pasado, largo tiempo desaparecidos ya. Quizá fuera eso, quizá conservara algo de su esencia, pero la silueta de aquella mole al anochecer le inquietaba a pesar del cansancio y las penalidades del camino.
Cuando les hicieron entrar agradeció la quietud y el aire instruido del interior. Miró los libros en los estantes de reojo, con cierta nostalgia. Leobald era un hombre de complexión media y pelo castaño claro, prematuramente entrecano en las sienes. Rondaba los cuarenta años, un viejo para algunos, pero su 1.80 m de altura, su serenidad y su cuerpo en forma para su edad conseguían proyectar cierto aplomo. Sin embargo su mirada era triste y de ojos claros, unos ojos serenos, pacientes, profundos y atentos. Caminaba encorvado con los hombros algo caídos, como si cargase con todos los males del mundo sobre sus espaldas. A la luz de las velas pudo observar a sus compañeros mejor.
Mientras el Alto Capitán relataba las referencias del tan patético grupo concluyó que parecía un hombre de bien. El primero en mucho tiempo. Cuando sus propios crímenes fueron enunciados en alto suspiró resignado. Tras un momento de silencio asintió y tomó la cinta.
—Aunque ignoro qué he hecho para ser merecedor de tal galardón, acepto el honor que su majestad tiene a bien depositar en nosotros —su voz era profunda, suave y conciliadora, y sus gestos educados— honraré la alianza, mi lord.
Anudó la cinta a su brazo mientras el oficial departía con los demás. Prestó atención a las fechorías de que se acusaba al resto de tan singular grupo. Su gesto triste distaba mucho del reproche. Aunque aquellas felonías ensombrecían su rostro siempre había tratado de no juzgar nunca un tomo por su portada.
Allí estaba al fin, en la base de la famosa Ghostfinger. Un viaje largo y duro, como debía ser, aunque no suficiente como esperaba. La paliza de los alguaciles, no comer, el óxido de las argollas o el frío húmedo de aquel paraje era todo lo esperable, era todo lo deseable. La torre, amparada por la noche de luna nueva escondía su perfil a los reos. El final del camino para casi todos era el principio para uno, Khalion. Ni siquiera aquella visión hizo que levantara la mirada del suelo. Emprendió sumiso el ascenso hasta las sala superior. Tampoco reaccionó cuando el calor de las antorchas lamió su piel en la sala de los mapas y estandartes, otro trámite cuyo final esperaba ansioso.
Khalion parecía humano, era todo lo que se espera de un humano, pero sin serlo. Ajado y sucio, su plateado pelo largo apenas relucía. La incipiente barba que afloraba compartía color con su cabello que resaltaba con su pálida tez. Se mantenía firme aun con la mirada caída. Ni encorvado ni vencido, solo protegía su rostro. Alto como el paladín, no compartía su corpulencia, pues era mas parecida a un elfo esbelto y fibroso. Uno a uno escuchó las alegaciones, bastante familiar para él. Aquella chusma parecía peor calaña pero al fin y al cabo, parecía un día mas de trabajo. Como un témpano de hielo escuchó su nombre y fechorías, pues las imágenes en su cabeza eran mas dolorosas que cualquier palabra. Solo cuando hizo referencia a Mistwood el aasimar alzó su mirada mostrando sus profundos y algo brillantes ojos azules carentes de pupilas.
En su rostro se dibujó una mueca de decepción cuando Bastianes le ofreció el mismo pacto que a los demás. Todo conjuraba para impedirle estar donde merecía. La única duda que se planteaba residía en cuan suicida iba a ser el nuevo encargo como para que mereciera aceptarlo. No dijo nada, no hacía falta. No quería aceptar, pero ya sabía que lo haría.
Adriana arrastraba los pies con dificultad por la empinada cuesta, ahogando los gemidos de dolor de las rozaduras provocadas por los grilletes y las cadenas, mientras observaba con la cabeza alta el imponente torreón al que se aproximaban. Salvo un tímido movimiento de cabeza a modo de educado saludo, la elfa había permanecido en silencio durante el recorrido que les había llevado hasta allí a ella y a sus variopintos compañeros de viaje. En circunstancias normales hubiera sido la primera en entablar una conversación, pero esta vez solo les dirigió alguna mirada, sin pararse demasiado a pensar sobre cuáles serían los motivos de su condena, demasiado concentrada en asumir la nueva vida que se presentaba ante ella y que era incapaz de eludir. Había invertido demasiadas horas ya en darle vueltas a lo ocurrido en aquel bosque, así que desechó esta preocupación con determinación, que no le aportaba más que quebraderos de cabeza y frustración, para dar paso a la aceptación de lo que estaba por venir de manera inexorable: su nueva condición de rea. Al menos le habían concedido eso, al menos le habían perdonado la vida y, por ello, le estaba profundamente agradecida a su Reina. Y observando a su alrededor, no podía imaginar un lugar en el que su luz fuera más necesaria que allí.
Más agotada, dolorida y hambrienta de lo que nunca había experimentado, la bruja se dejó guiar como una autómata por el fortín, recorriendo los patios y dejando tras de sí los edificios que salpicaban el terreno. El sutil olor a madera vetusta que impregnaba el edificio principal al que fueron dirigidos, proveniente de la recia puerta de entrada, consiguió templar su ánimo mientras hacía un último esfuerzo para subir aquellas escaleras sin derrumbarse.
Ya en el rellano, esperó paciente a que les permitieran pasar a aquella habitación cuya puerta se había abierto. Se introdujo en la estancia tímidamente y allí, con la ayuda de la luz de las refulgentes antorchas incrustadas en las paredes, todos pudieron observar a una esbelta pero enclenque elfa, de piel pálida y ojos azul claro, tez salpicada por pecas diminutas y una melena larga y densa que llegaba hasta la cintura, recogida en una trenza que descansaba sobre uno de sus hombros. El color caoba oscuro de su cabello parecía cobrar intensidad cuando el fuego titilante de las antorchas se reflejaba en él, aún cuando se presentaba desaliñado y sucio. Su rostro mostraba signos indiscutibles de cansancio y quizá de tristeza. Iba ataviada con un sencillo vestido que debía ser de un blanco impoluto bajo toda la mugre y las salpicaduras de sangre que lo cubrían.
La elfa observó primero al mago, escuchando sus palabras sobre la comitiva élfica, y varias preguntas se agolparon en su cabeza automáticamente -¿Quiénes serían? ¿Conocería a alguno de ellos? ¿Cuáles serían sus motivos para estar allí? - Se obligó a reconocer que nada de eso importaba ya, que esa vida de la que tanto había disfrutado ya no le pertenecía y que ahora se encontraba delante del hombre que sentenciaría su futuro para siempre.
Pero el cansancio de su rostro se tornó en un gesto de asombro cuando Bastianes les informó sobre su nueva situación - ¿Era realmente esto posible?¿Había sido su Reina la ordenante de condonar la pena, después de todo?¿Qué tipo de servicios debían realizar? ¿Por qué aquella medida excepcional, precisamente con ellos?¿Qué tenía ella que ver con ese grupo, del que nada conocía?- Todas estas dudas e inquietudes se amontonaron en su cabeza, deseosas de ser resueltas, esperando pacientemente el momento adecuado para intervenir, mientras los grilletes se abrían y liberaban las extremidades de su cuerpo. Aliviada, la bruja se frotó las muñecas con un gesto de dolor, mientras el humano se dirigía a cada uno de los presentes, relatando los motivos por los que habían sido condenados.
Escuchó con atención los bosquejos de las historias, observándoles individualmente cuando el capitán se dirigía a ellos, asombrada por alguno de los relatos y sobrecogida por otros – pobres desgraciados… - pensó para sí, con un profundo sentimiento de compasión, incluyéndose a sí misma. Nunca había sido amiga de la autocompasión, como tampoco de los juicios precipitados, pero reconocía que ésta vez la realidad se lo estaba poniendo difícil.
Cuando Bastianes se dirigió por fin a ella, una mirada de esperanza alumbró su rostro, extendiendo lentamente los brazos para recibir la preciada tela que le brindaba una nueva oportunidad. Pero las palabras del capitán hirieron su alma como cuchillas afiladas y una mueca de incredulidad torció su gesto – No… no puede ser… - logró balbucir – no es posible… yo… no… sabía…- quiso decirle muchas cosas a aquel hombre destrozado, pero se sentía demasiado embotada como para organizar sus ideas y él no parecía dispuesto a escuchar, negándole además el símbolo de su nueva "libertad". Abatida y confusa, bajó las manos lentamente mientras su mirada se perdía en el infinito. Un gruñido le hizo girar la cabeza hacia aquel elfo que daba un paso al frente de forma amenazante y un escalofrío de temor recorrió su espalda pero, lejos de mostrar su miedo, Adriana le brindó una mirada piadosa y un pensamiento que guardó para sí - tú tampoco pareces ser mucho mejor que yo... – sin más, desvió la mirada, inquieta ante la incertidumbre que se cernía sobre ella; estaba demasiado cansada para discutir con nadie y demasiado confusa para pensar con claridad.
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"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Bastianes observó las reacciones de cada uno de los recién liberados, esperando previamente que la persona con la que estaba interactuando en ese momento dijera algunas palabras si lo encontrara necesario.
Cuando acabó con el ofrecimiento a Mablung, éste pareció contestarle con cierto orgullo, y su propio rostro pasó a expresar una seriedad lívida casi marmórea. Cuando el elfo de los bosques apuntaló sus últimas palabras, portadoras de una amenaza poco velada, el alto capitán entrecerró sus ojos hasta que parecieron dos estrechas rendijas de una antigua armadura. Una pausa silenciosa no ayudó a aligerar la tensión que radiaba del veterano guerrero. Finalmente, antes de continuar con el hombre-cuervo, Bastianes le respondió:
- No olvidaré este comportamiento... Os recomiendo que tengáis en cuenta la complicada situación en la que os encontráis. Se os ha dado la oportunidad de servir aquí en lugar de tomar otro destino con un recorrido más corto... Me considero alguien justo, suelo basarme en los hechos y por ahora la balanza está claramente descompensada. No juguéis con vuestro futuro...
Las reacciones del resto de reos fueron pasando sin despertar demasiado interés en él, salvo cuando fue revelado el mayor pecado de “La Profanadora”. Tras sus entrecortadas palabras, y su intento de recomponerse, su cuerpo volvió a tensarse cuando el salvaje elfo comenzó a gruñir y dar un paso adelante hacía la nefanda alta elfa. Su mano fue hacia su empuñadura apretándola con fuerza, hasta que los nudillos se tornaron blancos. El alto capitán sin embargo no se interpuso, e incluso pareció algo decepcionado cuando el elfo forestal nos saltó sobre el cuello de Adriana para cercenarle la yugular de un mordisco. Cuando éste volvió a la fila de nuevo, Bastianes pudo acabar con las ofertas del pacto.
- Ahora, id a recoger vuestros pertrechos del carro que os ha traído. Os han "preparado" un lugar donde poder descansar en los antiguos barracones de la servidumbre acorde a vuestros antecedentes. Allí os llevarán algo de comida y podréis descansar de vuestra travesía. Como os dije, vuestros privilegios irán en correlación a vuestros actos. ¿Julius te importa seguir a ti?
Sin dedicarles ni una sola palabra de despedida, el alto capitán se dirige a la salida de la gran sala de comando y sale con un fuerte portazo que la puerta soporta estoicamente sin problemas. El hechicero de guerra, hasta ahora retirado en un segundo plano, se acerca tranquilamente a todos sus “invitados” y comienza a hablar con una voz algo apagada pero perfectamente audible. Al estar más cerca, y a pesar de que su capucha le cubre media cara, lo que se percibe de su rostro son rasgos delicados y afilados, con una piel atemporal. También su habla porta cierto acento de fuera de Cormyr y tiene cierto deje… “élfico”
- Tranquilos, no vamos a jugar esta noche al capitán bueno, hechicero malo, solo quiero comentaros ciertas condiciones, pero lo primero es lo primero …
Julius se acerca a la mesa donde Bastianes ha dejado la caja con los retazos de tela dorada con el símbolo de la corona y coge el último que quedaba destinado a la alta elfa ofreciéndoselo.
- Las órdenes siguen siendo órdenes, a pesar de las circunstancias. Tenéis hasta el anochecer de mañana para devolverlas y revocar el trato. Si es lo que decidís, vuestra condena original se retomará, aunque dudo que vuestro interés sea ese. Mientras tanto y mientras no se os asigne vuestra primera misión, no podréis salir del fortín, pasar de la empalizada exterior será considerado alta traición. Aunque entiendo que ese tipo de acusaciones no son nada comparadas con vuestros expedientes. Aún así es mi deber informaros.
El pragmático elfo indica a la puerta para que os marchéis por vuestro propio pie, y mientras os dirigís a la salida, se decide por aportar una última intervención.
- No os equivoquéis con Bastianes. No consideréis lo que habéis visto aquí hoy como una señal de debilidad… Es un hombre recto y un veterano de guerra, podría despedazaros a cualquiera de vosotros sin esfuerzo alguno, pero sus principios y determinación son más fuertes. No le decepcionéis y hará vuestra condena algo relativamente más grato para vosotros… Decepcionadle o cuestionar sus órdenes y conoceréis de verdad la ira de un alto capitán de Cormyr.
Adriana aceptó la tela dorada con una sensación agridulce, musitando una palabra de agradecimiento en lengua élfica al mago, sabiendo que le iba a costar mucho esfuerzo ganarse el respeto de Bastianes, pero con la férrea convicción de intentarlo. Con aquel símbolo, que sujetaba con delicadeza entre sus manos, vislumbró de nuevo una pequeña esperanza de redención, una oportunidad que no estaba dispuesta a rechazar, de seguir sirviendo a su Reina. Su decisión ya estaba tomada y, aunque tenía muchas preguntas, no consideró oportuno el momento para plantearlas. Necesitaba esa jornada que les brindaban de reflexión para descansar, reordenar sus ideas y asimilar las palabras de Bastianes. "La Profanadora" retumbaba dolorosamente en su cabeza, como la herida de un hierro candente recién impreso en el lomo de un cordero.
Lentamente se dirigió a la puerta, escuchando las últimas palabras de Julius, sin que le cupiera ninguna duda de la veracidad de las mismas. No dejaba de resultarle sorprendente que les dejaran moverse libremente por el fortín aunque tuvieran sus limitaciones, sin grilletes, sin guardias, sin vigilancia. Quizá esta era la primera prueba de muchas para corroborar la lealtad y la verdadera intención de cada uno de ellos. Antes de abandonar la estancia, una Adriana dubitativa en sus pasos se giró de nuevo hacia el mago, lanzándole una mirada interrogativa que alternó con otra mirada hacia el exterior, esperando algún gesto que le confirmara una vez más que podían salir por su propio pie. Igualmente se hizo a un lado, esperando a que el elfo de los bosques avanzara antes que ella; no tenía ninguna intención de darle la espalda ni ofrecerle una ventaja para que hiciera efectiva su reciente amenaza.
Leobald escuchó las palabras del mago de batalla con interés. Asintió al finalizar estas y agradeció el consejo en un élfico con un acento bastante bueno para ser un hombre. Observó el comportamiento temeroso de la doncella élfica y como los ojos de elfo salvaje la seguían cargados de reproche o algo peor. Sin mediar más palabra, esperó su turno para abandonar el salón de mapas en pos de sus compañeros. Era poco considerado preguntar por los crímenes de cada cual, no sería él quien ahondase en esa herida. Decidió no juzgar a sus compañeros por lo que hubieran hecho sino por lo que estaba por hacer.
De camino a los barracones de la servidumbre recogió sus cosas y se detuvo un momento a inspirar la brisa nocturna con las manos a la espalda. Incluso el aire tenía un olor nuevo, a esperanza. Quizá no estuviera todo escrito ya. Ignoraba qué había llevado a la Reina a indultarles así, pero estaba seguro que pronto lo averiguarían. No esperaba grandes causas, tampoco las buscaba desde hacía tiempo. No creía en ellas. Mas bien recelaba de ellas y de los hombres que las esgrimían como justificación a sus actos. El anterior Rey Azoun era un hombre justo, pero de la Reina Raedea poco sabía. Regía tras la abdicación de su hermano en su favor. Decían de ella que no había querido contraer nupcias en un preacuerdo para estabilizar el reino. Quizá era una persona de principios o alguien sencillamente egoista. Suspiró para si con tristeza.
Detuvo sus pensamientos para reunirse con los demás en el interior de las dependencias de la servidumbre. Observó a sus compañeros más relajadamente pero no entabló ninguna conversación. Muchos tenían demonios con los que luchar esta noche. Les llevaría algún tiempo acomodar la nueva prisión de seda que llevaban al brazo. Sin embargo, ninguno de ellos tenía elección aunque que les pesara. Les dejó su espacio y se retiró a descansar.
Mablung no presto demasiada atención al resto de cosas que les dijeron, solo quería salir de allí, estaba claro que eran prisioneros hasta que el humano considerase que su deuda estaba saldada y eso podría llevar mucho tiempo. Miro la tiro, esa era la cadena que lo ataba aquel lugar, tarde o temprano acabaría por romperse. En cuanto les dieron permiso para salir, Mablung se dirigió a la puerta echando una ultima mirada a la elfa que se apartaba de su camino.
Una vez en el exterior se dirigió al carro donde cogió sus pertenencias, una vez comprobado que no falta nada lo guardo todo en su mochila y se encamino hacia las caballerizas, allí tendría que haber un pozo o abrevadero con agua limpia para los animales. Lleno un par de cubos de agua y busco un lugar apartado, cerca de la empalizada en el extremo opuesto a la puerta del fortín, donde poder lavarse él y sus ropas.
(Hago un tirada de sigilo por si hiciese falta:9)
Una vez encontrado el lugar uso uno de los cubos paras asearse él y el otro para limpiar sus ropas actuales, mientras sacaba de su mochila unas de recambio. Decidió dormir allí fuera, siempre le había gustado dormir con el cielo como techo y en su primera noche de semi libertad desde que le habían capturado volvería a repetirlo. Una vez aseado, fue a los barracones en busca de la comida que el mago les dijo que les llevarían. No presto atención a los presentes en el barracon se dirigió a la comida, se lleno un plato y volvió a salir. Esta vez con el plato de comida en la mano se dedico a deambular por dentro del recinto, tratando de hacerse una idea de las utilidades de los edificios y de cuanta gente podría esta allí viviendo.
Antes de volver a al lugar donde había decidido pasar la noche subió a la empalizada y miro al exterior hacia el bosque, le separaban uno escasos 200 metros, tan cerca y a la vez tan lejos, su mirada recorrió el yermo que los humanos habían causado para levantar la empalizada y agacho la cabeza con pesar, pocas razas podían llegar a se tan destructivas con la naturaleza. Apenado bajo de la empalizada y se dirigió hacia su pequeño refugio para pasar la noche.
Toc-Toc hizo un pequeño pero eléctrico gesto de asentimiento con la cabeza a las concisas palabras del mago, el trozo de tela aferrado aún entre sus manos. Por última vez sus cansados ojos recorrieron la ingente cantidad de documentación y escritos de aquella sala. Tras recomponerse de nuevo del asombro, TocToc-TocToc salió con el resto al patio exterior. Aquella condena le parecía mucho más liviana que la anterior que había sufrido, y desde el principio las condiciones se le presentaban mucho más confortables. Ni siquiera había tenido que ganarse la confianza del líder de aquella fortaleza y ya le permitían merodear por todo el recinto. Pero quizás el mago tenía razón y las consecuencias por eludir el confinamiento eran expeditivas y definitivas. Quizás incluso estaba deseando que alguien las rompiese para demostrar algún tipo de ejemplar castigo. Pero TocToc-TocToc no iba a ser el primero en dar una excusa para un posible castigo ejemplar. Con una mirada, ladeando al cabeza, observó a los dos elfos, ellos parecían los más predispuestos a atraer las iras del capitán de Cormyr.
Mientras recogían sus pertenencias observó a Leobald y asintió para sí mismo. El humano parecía que solo había matado a una persona, quizás un crimen pasional, quizás un venganza, quizás un dilema con una solución imposible… Tras comer parte de su ración se movió hasta él y le ofreció el resto. – Tengo suficiente. – Dijo con el inconfundible tono de un humano tras comer en una de esas populares posadas en las que te ponen el caldero para que rellenes tantas veces como te plazca tu plato de estofado.
Después sin intentar establecer conversación alguna se retiró a una esquina, donde se recostó, medio erguido, con el cuello apretado hacia su pecho, el pico reposando en los emplumados brazos que abrazaban a su cuerpo y los ojos mirando al exterior.
Al salir del edificio donde se encontraban, descubrieron un cielo estrellado totalmente despejado, de algún modo las circunstancias que les rodeaban hacían incompatible tal escena. Solo hedor de la mierda de los caballos que descansaban junto al carro enturbió aquella serena imagen e hizo a los aventureros poner los pies sobre la tierra.
Uno de los cuidadores de los caballos no daba abasto quitando con una pala los restos de los animales. Mientras se acercaban al carro, pudieron apreciar que junto a los establos se encontraban los barracones de la unidad de caballería. Algún miembro del grupo, consiguió deducir que no iban a tener las mismas comodidades que otros estamentos.
Menospreciando el valor del contenido del carro, aquel trabajador consiguió situar varias montañas de bosta maloliente junto al mismo. Al ver acercarse al grupo, no pudo evitar esbozar una sonrisilla mientras musitaba para sí mismo:-Ya que están… se podrían llevar un poco- Estaba claro que su llegaba había sido constatada por algunos miembros de aquel fortín.
Tras la recogida de sus objetos, confirmaron que todo estaba en orden, aunque las maneras en las que sus pertenencias habían sido guardadas hacían parecer un milagro que todo estuviera en buen estado.
Cuando el druida se disponía a buscar en un cacareado intento de sigilo otro lugar distinto a lo que se les había preparado para descansar más acorde a sus gustos, pudo descubrir que las indicaciones de Bastianes eran órdenes y no una opción más a considerar.
En el quicio del portón uno de los soldados les aguardaba asegurándose que no se dedicaban a husmear durante la primera noche. Sujetando el pomo de su espada firmemente le indicó:
-¡Eh tú! Será mejor que sigas las instrucciones del alto capitán. Las órdenes son claras por esta noche. Coged vuestras pertenencias y dirigíos a los barracones abandonados al este del del campamento.- Sus palabras sonaron directas, pudiéndose intuir cierta desconfianza hacia las intenciones del elfo. Al fin y al cabo, todos tenían las manos manchadas de sangre…
Tras esto, el soldado se posicionó de un modo contiguo a la pared del portón y extendiendo su brazo, indicó a los por ahora desgraciados miembros del grupo el lugar donde debían descansar, vigilando sus pasos con atención.
Mientras caminaban hacía su destino, pudieron divisar a cierta distancia un extraño grupo de lo que parecían alto elfos cerca de la base del faro. Un sargento de infantería les estaba explicando, por la gesticulación y hacia donde señalaba, algo relacionado con un sistema de poleas que estaba anclado en lo alto de la torre y una plataforma de madera que hacía de elevador para subir materiales pesados a la cúspide de la estructura. La comitiva de altos elfos estaba compuesta por cuatro miembros.
Una bella mujer que irradiaba un halo casi palpable de divinidad. Su delicado vestido parecía atraer la misma luz de la luna. En contraste con el cielo nocturno, su contorno desprendía su propia luz interior, como si ella formara parte del mismo firmamento como una estrella más. Mientras sus largos cabellos cubrían completamente su espalda.
Le acompañaba un guerrero de pelo plateado y mirada profunda, su atención parecía concentrada en la explicación del joven sargento. La armadura que portaba era de un color argénteo fulgurante, con escrituras de posible origen arcano labradas con exquisitez absoluta, una mezcla de orfebrería y forja digna de los mejores maestros. Una capa de las mejores sedas ondeaba a su espalda gracias a la ligera brisa costera que abrazaba con gentileza a todos.
Junto al guerrero, permanecía una esbelta figura vestida con elegantes telas de diferentes tonalidades de azul insertadas en lo que parecían bellas piezas metálicas, posiblemente mithril. Este miembro mostraba estar envuelto en varios enigmas. Por un lado, era difícil distinguir si trataba de un mago o un guerrero. Sus vestimentas decían estar relacionado con la magia pero sus dos espadas engastadas en turmalinas argumentaban lo contrario. Por otro lado, sus facciones y sus movimientos imposibilitaban decantarse por un género u otro.
Más cerca de aquella estructura, se encontraba el último de los altos elfos. Mostraba un interés más activo por aquel mecanismo. Si bien desprendía un halo de templanza y pureza como sus congéneres, estaba conectado con el entorno de un modo más… “primario”. Su armadura se sentía más ligera aún que la del guerrero, era como si estuviera tejida con el mismo manto de la madre tierra. Destacaba también su arco, del mismo modo que la armadura, parecía haber sido engendrada del corazón de un roble.
Entonces, la delicada elfa dirigió su mirada al grupo. Por un momento, el tiempo pareció congelarse en ese instante. Aquella enigmática mujer, con un semblante en el que se vislumbraba cierta preocupación, estaba concentrada en algo que los mundanos ojos de aquel grupo eran incapaces de ver. Sin que pudieran razonar mucho en torno a su expresión, pareció recomponerse y les dirigió una sutil y agradable sonrisa, haciéndola más especial si cabe.
Tras este lejano y fortuito encuentro, los novicios miembros de aquella fortaleza llegaron a sus aposentos. Aquel "edificio" asignado les devolvió otra vez a la realidad. El término de “barracones abandonados de la servidumbre” era mucho decir. Unos cuantos colchones de paja mal ataviados se amontonaban en una esquina junto con una mantas remendadas y apiladas del mismo modo. El viento de la costa sibilante se colaba por los huecos del ruinoso tejado y las agrietadas paredes. Diferentes estructuras de madera encuadraban lo que antaño eran los camastros de los sirvientes. En medio de aquel lugar, se situaba una destartalada mesa de madera con unas correosos y astillados taburetes a su alrededor. La posible antigua decoración de aquel descuidado recinto había sido sustituida por densas telarañas y escondrijos de pequeñas alimañas.
Encima de la mesa unas cuantas cucharas y un balde cuyo contenido pretendía ser su fría cena. Una especie de guiso con carne y patata mal acabado supondría el colofón de aquel día para todos los miembros, pero en especial para el malacostumbrado paladar de Godric y Adriana.
Al cerrarse la puertas tras sus espaldas, aquellos desconocidos tuvieron la oportunidad de mediar palabra.
Leobald tomó el cuenco a medio acabar que Toc-Toc le ofrecía sin saber muy bien como reaccionar. Finalmente asintió y lo dejo junto al suyo mientras observa le observaba acomodarse para pasar la noche. No estaba seguro de qué había tratado aquello. ¿Le daba sus sobras? ¿Era aquello un suerte de insulto o por el contrario un intento de acercamiento? El córvido le desconcertaba y le producía curiosidad a partes iguales, nunca había conocido a un khenku antes.
Mablung, el elfo salvaje, entró por la puerta malhumorado con su petate a la espalda. No parecía despertar mucha simpatía en nadie, aunque eso no parecía importarle. Quizá incluso le gustase.
Leobald observó de reojo a Godric, el supuesto clérigo, en busca de signos evidentes de su fe. ¿Sería cierto aquello de que le acusaban? El viejo caballero volvió a sus cosas revisando que todo estaba en orden. Su tabardo lucía absolutamente descolorido y sucio, pero aun se adivinaba el cisne de plata nadando sombre campo de azur. La armadura vieja y mellada había visto tiempos mejores, igual que el enorme escudo alagrimado que yacía apoyado en la pared, junto a su camastro. En el escudo pavés el blasón era un mero recuerdo completamente ilegible a causa de los golpes y el paso del tiempo. Leobald acarició el metal con tristeza en el rostro, recordando, y finalmente lo dejó a un lado. Desenvainó su espada larga de pomo amonedado y se entretuvo en afilarla con un infinita paciencia y resignación, pero sin excesiva reverencia.
El último en abandonar la estancia donde Bastianes les había informado del cambio en su situación fue Godric. No fue algo intencionado, simplemente estaba tan absorto en sus propias elucubraciones que no se percató de que Julius les invitaba a irse. No fue hasta que el mago carraspeó y dedicó una mirada severa al excomulgado clérigo que este dio un respingo y se apresuró a seguir a sus compañeros en la comitiva, bajando renqueante las escaleras. La recia puerta se cerró de golpe tras él.
No tener los grilletes que dificultaban su caminar le resultaba extraño a Godric, sin embargo su postura seguía siendo abatida y cabizbaja, pues los grilletes que llevaba en el alma eran los realmente pesados.
En su cabeza las dudas se agolpaban una tras otra como las olas que golpeaban los cercanos acantilados y cuyo sonido llegaba amortiguado hasta ellos mientras atravesaban el patio. Godric no sabía dónde iban, no había prestado mucha atención, pero no le importaba, sólo sabía que debía seguir a los demás reos. No, ya no eran reos. ¿ O si? ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué había sido perdonado? Él no lo merecía desde luego. Cuando los demás se pararon frente a un carromato el fuerte olor a estiercol le devolvió a la realidad. Miró, quizá por primera vez, al zarrapastroso grupo que había sufrido la misma suerte que él. La lista de sus pecados y crímenes eran sin duda graves, no tanto como los suyos, pero por eso ellos merecían una segunda oportunidad. No como él. Todo lo que tocaba lo mancillaba, lo echaba a perder. Mientras el curioso hombre cuervo recogía sus cosas frente a él en el carromato Godric acarició la cinta dorada que había atado a su brazo. Una hermosa cinta dorada que ahora estaba manchada con la inmundicia de sus manos. Tendría que haberla rechazado, ahora iba a echar a perder la oportunidad de redención de aquellas personas.
Un gruñido por parte del soldado que estaba al lado del carromato le hizo saber que había llegado su turno. Se encaramó al mismo, haciendo crujir la vieja madera. En su desnudo pie se clavó una astilla que le hizo trastabillar un poco hasta que la arrancó. Al fondo, apelotonadas sin ningún orden ni cuidado, Godric encontró sus cosas. Se sorprendió de verlas allí, pertenecían a otra persona, a otra vida. No sabía cómo era posible que estuvieran allí después de los últimos meses. Lathander bendito, ¿sólo habían pasado unos meses? Nueve. Nueve meses desde aquella noche... Nueve meses, lo que tarda en crearse una vida. Ese había sido el tiempo que había tomado destruir la suya.
Cogió su morral y, más por costumbre que por otra cosa, comprobó que dentro estaban todos sus instrumentos de curandero. Las vendas, los pequeños frascos con plantas medicinales, el tarro con el emplasto para evitar infecciones. Con cuidado cerró el morral y pasó su correa por su hombro, quedando cruzado y descansando en su cadera, para tener un fácil acceso a su contenido. Se echó la mochila al hombro sin comprobar lo que había dentro, y vio sus ropas que recogió en un hatillo. Resistió la tentación de ponerse la botas, quería ver la planta de su pie antes de taparlo. Los viejos hábitos morían tarde.
Por último encontró su martillo, con las marcas del uso que se vio obligado a darle en su lucha contra la Horda, el escudo y su armadura. Esta última había sido desperdigada por el fondo del carromato sin ceremonia alguna. El coger el peto de la misma fue un nuevo mazazo en su alma. Si recoger su morral y sus cosas había supuesto, por la fuerza de la costumbre, un pequeño alivio, ver el peto fue como caer de golpe en un lago helado. Allí, mirándole de frente estaba el frontal de su peto. El otrora hermoso símbolo dorado de Lathander había sido quemado y destruido.Un recordatorio de quién era ahora. En silencio, Godric bajó la cabeza y terminó de recoger sus cosas.
Siguió a los demás hasta lo que sería sus barracones. Pese a las negras nubes que cubrían su ánimo no pudo evitar mirar a la delegación élfica. Su porte le sorprendió. No eran los primeros elfos que veía, había compartido campamento con algunos durante la campaña, pero el halo que rodeaba a estos le hizo detenerse y mirar quizá descaradamente. Cuando la hermosa mujer les dedicó una leve sonrisa, Godric sintió que su cara enrojecía y se apresuró a llegar hasta los barracones. Al llegar no pareció importarle el estado de los mismos. De camino, cogió un pequeño cubo con agua de lluvia, le costó, pues llevaba demasiadas cosas en las manos, pero de alguna manera consiguió llevar todo hasta el jerbón de paja más apartado de todos. Soltó su armadura por piezas con gran estrépito al golpear unas con otras y musitó un tímido " perdón" cuando los demás miraron sobresaltados.
Se sentó al borde de la que sería su cama y miró el cubo con agua durante unos segundos. Después, de manera mecánica pero con la templanza que da la experiencia, se lavó las manos y utilizó el agua para limpiar la planta de su pie. Abrió el morral y utilizando parte de sus suministros curó la herida y la vendó lo mejor que pudo. Aparentemente satisfecho del resultado, tiró la sucia alpargata del otro pie y se lavó el otro pie con el agua que le quedaba. Ponerse las botas fue a la vez un alivio y un pequeño suplicio al meter el pie herido, pero tenía que moverse un rato aún por el recinto.
Colocó sus cosas y recompuso su armadura antes de salir a por la cena. Era parca, pero el poder tomarla con las manos libres fue un curioso cambio. Comió en silencio, intentado no cruzar la mirada con ninguno de los demás reos, en especial el salvaje elfo que parecía estar dispuesto a saltar tanto por encima de la empalizada como encima de ellos. Pensativo cogió su escudo y comenzó a limpiarlo. Una vez más, los recuerdos de la rutina parecieron calmar un poco su mente. Las muescas de las batallas salpicaban su superficie. No se atrevió a hacer lo mismo con su armadura. Aún no.
Sintió la mirada del humano clavada en él y le saludó con la cabeza. Fue un gesto involuntario. Durante la campaña de la Horda había compartido muchos momentos iguales preparando su equipo con los caballeros, exploradores y magos de guerra de Cormyr. Fue entonces cuando le reconoció. ¿No era aquel Sir Leobald? Si... había estado destinado en la misma compañía que su padre durante unas semanas, y a él lo conoció en un cambio de guardia. No habían cruzado más que algunas palabras, pero le sorprendió verle allí.
¿Cómo podía haber acabado en aquel lugar? Mejor sería no sacar ese espinoso asunto. Godric había aprendido que cada uno llevaba su culpa a su manera y no era algo de lo que hablar abiertamente. Además, el caballero no querría hablar con él. Incluso un caballero caído tenía más estatus que un clérigo excomulgado y abandonado por su dios.
Godric esperaba no haber ofendido al caballero con su gesto de saludo, y, claramente avergonzado, bajó de nuevo la cabeza y se dedicó a seguir limpiando su escudo.
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La visión del cielo despejado e infinito salpicado por estrellas resplandecientes le inyectó a Adriana una sensación de valentía que realmente necesitaba, recordando que incluso en los lugares más oscuros la luz continuaba brillando imperturbable. Siguió a sus compañeros hasta el carromato en el que encontró la mochila con sus pertenencias; poca cosa había conseguido rescatar, teniendo en cuenta a lo que solía estar acostumbrada, bienes materiales innecesarios la mayoría, comodidades de la clase alta, pero que se habían convertido en su modo de vida. Se despidió de ellas con resignación agradeciendo que, al menos, aquello que llevaba en el petate estuviera en buen estado.
Cuando recorrían el camino hacia sus nuevos aposentos, se quedó absorta mirando hacia el lugar donde se encontraba la comitiva élfica; les observó con curiosidad, confirmando definitivamente no reconocer a ninguna de aquellas figuras casi divinas. La sonrisa de la delicada elfa fue reconfortante y Adriana la correspondió con una mirada de admiración y otra tímida sonrisa de agradecimiento.
Con cierto pesar continuó su camino hasta llegar a la maltrecha estructura que se convertiría en sus aposentos de ahora en adelante. No pudo evitar recordar su amplia y confortable habitación en la corte, para descartar acto seguido los sentimientos de añoranza y tristeza que le producía la comparación. -"Podría ser peor" - pensó, resuelta a concentrarse en el presente y a conformarse con aquello que se le ofrecía, mejorándolo si estaba en su mano. - Este lugar necesita algo de luz, ¿no creéis? - una voz dulce y tranquila inundó el silencio de la estancia, mientras sus manos se movían con rapidez y cuatro pequeñas esferas se materializaban flotantes en las esquinas del techo, arrojando una luz de un amarillo tenue y proporcionando calidez a su alrededor.
cast: dancing ligths
- Mucho mejor - dijo con confianza, mientras se acercaba con rapidez a la pila en la que se amontonaban los colchones, agarrando uno de ellos con dificultad. Lo arrojó al suelo y lo arrastró como pudo hacia uno de los rincones de la estancia, levantando una gran polvareda en el proceso, lo que le hizo toser y trastabillar varias veces; con evidente dificultad y tras varios intentos, la enclenque elfa consiguió colocar el fardo en una de las estructuras de madera, devolviéndole así su utilidad de antaño. Casi sin fuerzas, ahuecó la paja que se había convertido en su nuevo lecho, depositando una de las mantas roídas por encima. Con la respiración entrecortada y los brazos en jarras, observó con orgullo su trabajo, dibujando una amplia sonrisa en su rostro.
Sin dilación, se dirigió hacia la mesa, sentándose en uno de los taburetes y sirviendo en varios cuencos, para ella y sus compañeros, la helada y nada atractiva comida que les habían proporcionado. Sus tripas rugían con una violencia inusitada que empezaba a provocarle un dolor intenso. Miró al resto del grupo - que aproveche - dijo con educación, llevándose una cucharada a la boca y evitando la pequeña arcada con la que sus entrañas respondían a aquel bocado. Más que el sabor, casi inexistente, fue la desagradable textura de la patata arenosa y la carne correosa lo que estuvo a punto de provocar que vomitara allí mismo. Pero se obligó a seguir comiendo, solo un par de cucharadas, hasta que sus tripas se calmaron.
Dando por finalizada su frugal cena y sin levantarse aún de la mesa, se sirvió un vaso de agua y observó durante unos minutos a los desconocidos con los que irremediablemente compartiría aquel espacio. Esto no era del todo cierto, ya que a dos de ellos les recordaba de ahora su tan lejana vida de la corte. A Leobald le había resultado complicado reconocerle, había cambiado mucho desde la última vez que le vio junto a su padre recorriendo los pasillos de palacio; nunca imaginó volver a encontrárselo en un lugar como este. Y luego estaba Godric, con el que nunca había cruzado palabra pero con el que había coincidido en varias ocasiones. Realmente parecía otra persona, una sombra de la imagen que recordaba de aquel acto oficial en el que fue condecorado por la Corona. Pero de pronto no se sintió tan extraña y saberse en compañía de conocidos le confirió un sentimiento de familiaridad y seguridad al que se aferró como a un clavo ardiendo. Se preguntó si ellos sentirían lo mismo ante su presencia.
De nuevo observó uno a uno al grupo. El aspecto de todos, incluyéndose a sí misma, era deplorable. Ninguno parecía herido de gravedad, pero todos mostraban las mismas lesiones provocadas por los grilletes y las cadenas y seguramente contusiones y moretones ocultos a la vista. Y, al igual que Godric, muchos presentaban heridas en sus pies desnudos y castigados. Se levantó lentamente, acercándose a su camastro, y de nuevo un murmullo resurgió de sus labios, acompañado por otro movimiento acompasado de sus manos.
- Espero que esto os ayude a descansar - susurró, a la vez que tres pequeñas auras de una luz brillante se escapaban para impactar suavemente en Mablung, TocToc y Khalion. Acto seguido, la elfa se acercó a Leobald y con un gesto delicado rozó el hombro del humano con sus dedos que desprendían una extraña luz. Repitió el mismo proceso con Godric, que permanecía absorto limpiando su escudo.
Healing light: 3 para Mablung; 1 para TocToc; 2 para Khalion
Cure Wounds: 9 para Leobald; 7 para Godric
El efecto curativo y reconfortante de sus hechizos se extendió a cada uno de ellos, aliviando al menos el dolor físico y haciendo desaparecer sus rozaduras, heridas y contusiones, pretendiendo así mostrar un gesto de buena voluntad hacia sus nuevos compañeros - Me llamo Adriana Ilidan, no hemos tenido ocasión de presentarnos adecuadamente ahí arriba - dijo, tomando asiento en el fardo de paja, hablando en tono conciliador - Parece que pasaremos una buena temporada juntos en este lugar y mi intención es hacer aquello que esté en mi mano para que nuestra estancia sea lo más... agradable posible - dijo mirando esta vez al elfo de los bosques - las condiciones aquí ya son lo suficientemente deplorables como para empeorarlas entre nosotros - sonrió de manera sincera, sin querer hacer referencia a los motivos por los que habían sido condenados, esperando la reacción del resto ante sus palabras que pretendían ser, como mínimo, un pacto de no agresión.
"Ni en estos momentos iba a poder descansar" pensó para si Khalion. Con el rostro medio cubierto por los cabellos y cinta dorada en mano se fundió entre el cortejo de reos camino de barracones. El frío le mantenía a raya el cansancio de un puñado de días en vela. Remordimientos e interrogatorios le habían alejado de ese necesario asueto. Desde el incidente y por primera vez en mucho tiempo había tomado el control. Necesitaba ese dolor y amargura merecida sin que otra presencia funcionara como bálsamo. Un escalofrío recorrió su espalada cuando vio las pertenencias a las que ya había renunciado. Un par de cimitarras con sus fundas cruzadas descansaban sobre la mochila. Aún conservaba rastros de sangre reseca y ennegrecida en las cintas de cuero de la empuñadura. Al instante supo que los filos estarían igual. Alzó con su brazo el macuto con su equipo. Peso correcto, quizá alguna moneda había "volado". Y su mascara. Trabajada con esmero solo cumplía la función de una mascara, cubrir el rostro. Terminó de cubrirse la cabeza con un pañuelo amplio y la capa, también con rastros de sangre, que había junto a sus pertenencias.
Mas elfos, pensó cuando vio la esbelta comitiva. Los tenía muy vistos, la verdad. Tampoco le preocupó mucho que demonios les había llevado hasta aquel oscuro y olvidado lugar. Aguantó la mirada de la elfa tras su cobertura aunque mas interés le despertó aquel mecanismo de poleas, así como el campamento y sus edificios. Después, siguió con la mirada la hazaña del druida, con una sonrisa escondida bajo la máscara pensó "¿principiante?" o una audaz manera de conocer los limites de esta nueva libertad. Tiró su macuto sobre un montón de paja cercano a la puerta sin preguntar si alguien mas lo quería, cogió un cuenco y agachó la cabeza como muestra de agradecimiento a las artes curativas no solicitadas de la eladrin. Bajo la máscara reverberó un "gracias milady" en perfecto élfico. Aproximándose a ella, colocó su mano en su hombro, desquitándose de aquella deuda no solicitada y aliviando también su malestar.
Healing Hands. 2 hp a Adriana.
Ya fuera con delicadeza fue retirando las cinchas de cuero de sus armas y sustituyéndolas por otras sin restos de sangre. Golpeó los lomos de la hoja para desprender los restos resecos sobre el filo. Aquella sangre le dolía en lo mas profundo. La misma sangre que empapaba el pañuelo que mantenía bajo sus ropajes. Un recuerdo material tan pesado como el inmaterial que atenazaba su pecho. Mientras afilaba las hojas observaba a los guardias, sus rotaciones, su número y dedicación.
Sin probar bocado y mas preocupado de lo sucio de su equipo que de si mismo, cayó. abatido, sobre el saco de paja sin prestar mucha mas atención a sus compañeros de presidio. Estaba demsiado acostumbrado a compartir plato, mesa y habitación con gentuza de igual o peor calaña. Y una daga bajo la almohada que también otorga cierta seguridad.
Aquella situación no le gustaba para nada a Mablung, la cinta que le habían dado le parecía más pesada que una cadena de hierro, claramente eran prisioneros, no importaban las palabras amables, eran un espejismo. Cogiendo su equipo le dio un gruñido al chico del estiércol: -cuidado chico, tarde o temprano todos acabamos siendo abono- mientras revisaba el filo de su cimitarra. Sin esperar la respuesta se dirigió al barracón.
Su mirada no pudo evitar al grupo de altos de elfos que parecía estar de excursión en aquella prisión. La mirada de la ella debería de haber traído algo de paz y esperanza, pero para el druida sólo trajo amargos recuerdos. ¿Donde estaban los altos elfos mientras el bosque era atacado? A los ojos del druida aquellos elfos no significaban nada. Antes de seguir su camino le devolvió la mirada, pro en la suya solo había dolor y rabia.
El barracón era peor que algunas de las cuevas donde había dormido, el exterior del mismo era mucho más apetecible. Sin mucha ceremonia cogió una de las escudillas y se colocó en el extremo más alejado de la elfa. La comida le sentó bien, hacia días que no comía de forma aceptable, sonrió cuando vio el rictus de la elfa al probarla. Tras acabarse aquel guiso, comprobó el estado de sus exiguas pertenencias, revisó que la cuerda del arco mantuviese la tensión, que el martillo estuviese limpio y sin marcas de óxido, afiló un poco la cimitarra y cuando finalizó se quedó observando fijamente la puerta. Casi se había dormido cuando sintió la magia de la elfa sobre el, con un gruñido se levantó y la dijo: - No necesito tu ayuda profanadora, vuelve a usar tu magia conmigo sin mi consentimiento y tendremos algo más que palabras. A diferencia tuya no necesito estas cuatro paredes para que mi estancia sea agradable y pienso estar entre ellas el menor tiempo posible.
Tras esto cogió sus pertenecías y una de las raídas mantas y saliendo del barracón, busco la pared que mejor lo protegiese del viento y las vistas indiscretas y se acostó apoyado en ella.
Godric se sorprendió cuando escuchó la melodiosa voz de la elfa y casi se atragantó con la ajada patata que intentaba tragar. Una parte de él pensó que cocinar de aquella manera si que era un crimen pero no podía hacer nada al respecto. Quizá al día siguiente. Para cuando quiso contestar al saludo de la elfa ya había pasado más tiempo del educadamente aceptable y optó por esbozar una tímida sonrisa y seguir comiendo.
Mientras estaba limpiando el escudo, intentando mantener la vista en el mismo sintió de pronto el cálido y agradable contacto de la elfa. Una energía refrescante, casi amable, recorrió su cuerpo. Inmediatamente sus castigados músculos sintieron el alivio de una noche reparadora de sueño. Las llagas provocadas por los grilletes se cerraron, en lugar de la carne roja e irritada, creció una piel nueva bajo la capa de suciedad y sangre seca. La energía siguió recorriendo su cuerpo, como un bálsamo para su dolorido cuerpo, hasta llegar al pie. Inmediatamente el pulsante dolor que sentía en el mismo desapareció por completo, como si nunca hubiera existido. Todo ocurrió en apenas un segundo. La sensación dejó sin aliento al joven humano. Abrió la boca ya que sentía que le faltaba el aire. Mientras había limpiado y vendado su pie no se había permitido pensar en que, hace un tiempo, habría podido pedir ayuda a Lathander y este habría contestado y todas sus heridas, y las del resto, habrían desaparecido. Pero eso ya no ocurriría jamás. Lathander le había retirado su gracia y él se sentía completamente solo y fracasado. Había conseguido mantener esos sentimientos a raya hasta ese momento, pero sentir de nuevo Magia curativa recorriendo su cuerpo de improviso como pensó que jamás volvería a sentir fue demasiado. Las lágrimas se agolparon en sus ojos y por segunda vez intento llenar de aire sus pulmones sin éxito. Su rostro giró hacia la elfa. ¿Acaso está era una nueva y cruel forma de tortura de sus captores? ¿Se estaba riendo de él la elfa demostrando que ella aún conservaba sus poderes pese a sus crímenes? No, su expresión de sorpresa y hasta de preocupación al ver la reacción de Godric dejaba claro que había intentado actuar de buena fe. La elfa intentó acercarse de nuevo a él pero Godric levanto una mano para impedírselo. Algo más recompuesto, pero con la voz aún rota le dijo
- Gra... gracias. Yo... no merecía el esfuerzo... os lo agradezco. -
Traga saliva un par de veces e intenta decir algo más, lo que sea para desviar la atención de si mismo cuanto antes.
- Yo... podría ayudaros a sanar a los demás si fuera necesario. Tengo cierta práctica en el uso de emplastos, vendajes y hierbas... no malgastéis vuestros poderes en mi os lo ruego. Mi nombre es Godric- añade rápida y torpemente limpiándose los ojos con el dorso de la mano.
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Bienvenidos... aquí tenéis la intro... id pensando la historia de los personajes, especialmente la parte de porqué sois convictos y vuestra causa de cadena perpetua. La sesión 0 será poco después donde discutiremos personajes, y como encajar todo antes de dar la luz verde para el primer post.
1.- Una nueva oportunidad.
Condenados a cadena perpetua, los nuevos e inocentes (o no tanto) jugadores, han sido arrastrados a cumplir su condena a una de la zona más remota de Cormyr, cerca de “El Cuello”, el estrecho paso que separa El Mar de Dragones (The Dragonmere) del resto del océano. Esta region está bastante aislada a pesar de su estratégica posición, y está governada por la ciudad portuaria de Saltmarsh, caída en desgracia desde hace más de un siglo, cuando se posicionó a favor del Rey Usurpador, Gondegal, que intentó formar un nuevo reino separándose del Cormyr con la capital en Arabel. Tal traición, solo duró ocho días, cuando fue brutalmente aleccionado sobre ese tipo de indepentismos por una fuerza combinada de Tilverton, Sembia y Daggerdale, junto a los Dragones Púrpura (Ejército de élite fiel al rey legítimo)
Localización de Saltmarsh (Cormyr), cerca de El Cuello (The Neck)
El destino de los “héroes” no es la ciudad en si misma, sino un fortín situado al abrazo de uno de los acantilados más altos de la costa, a unos diez kilómetros de la marítima urbe. Este puesto militar, está rodeado por una robusta y alta empalizada construida con las maderas de la zona (robles principalmente) por la parte que no da directamente al acantilado, y da albergue a una serie de tropas consistentes en unos 100 soldados de a pie (lanza y escudo), unos 50 arqueros/exploradores y una veintena de tropas de caballeria ligera. La construcción está presidida por un faro de origen mucho más antiguo que el propio asentamiento, probablemente perteneció a alguna orden de magos o hechiceros ancestral, pero de eso poco queda ya, ha sido totalmente habituado y parcialmente reconstruido como una de las pocas fuentes de luz de esta parte de la costa y sirve de guía para las embarcaciones que cruzan su camino por el estrecho. Es portanto primordial para todos los habitantes del puesto militar que la llama se mantenga siempre encendida.
El asentamiento es conocido como “Dedo Fantasmal” (Ghostfinger), debido al aspecto del faro en la noche. Su llama es de una tonalidad azulada (debido a que los aceites que usa como combustible vienen tratados por del gremio de Alquimistas de una isla cercana (Paraíso) dándole aspecto de un dedo descarnado donde en su punta brilla una fantasmal llama. Una de las peculiaridades de la elevada construcción en piedra negra, es que tiene forma hexagonal en vez de circular, al contrario que cualquier faro estándar.
El alto capitán de “Ghostfinger” es un veterano guerrero fiel a la corona y a los dragones púrpura llamado Bastianes Obertus, que según habéis oído, acepta condenados a cadena perpetua como sirvientes de por vida. Limpieza, cocina, caballerizas… etc. Puesto que la “esclavitud” está totalmente prohibida por la reina Raedra Obarskyr en el reino. Se os daría una paga simbólica, que se donará integramente al mantenimiento de las estructuras, barracas, logística y armamento del campamento, descontando por supuesto lo que costáis en comida.
Sin embargo, cuando llegáis ante su presencia, lo primero que ordena tras observaros detenidamente es vuestra liberación. De hecho os fijáis que tenía ya preparada la documentación oficial para condonar la pena de todos vosotros. A cambio, sólo os pide, en privado, que sirváis a la corona en una serie de misiones… “especiales y discretas” hasta que él considere que la deuda que habéis contraído con él se haya completado. La aventura empieza aquí, en esta escena.
2.- Region y alrededores.
Las tierras que rodean Saltmarsh, en general por lo que habéis observado en vuestro encadenado viaje hasta la zona, son bastante seguras, así como las carreteras que cortan la tierra (fuertemente patrulladas por tropas afines a la corona), y a menudo, está salpicada por pequeñas granjas o ciertos caserones que son mantenidos por veteranos de guerra cuyos terrenos fueron cedidos por decreto real.
Al ser una geografía bastante remota, el groso de la población es humana, cerca de la totalidad. Aunque hay algunas colonias Halfling por la zona algo lejanas a las carreteras principales. También existe un enorme bosque muy cercano al fortín y por tanto a Saltmarsh, conocido “Dreadwood”, allí, en los lindes convive otro puesto avanzado de la corona llamado “Burle” que coopera con un par de enclaves de elfos de los bosques (Silverstand) para frenar cualquier avance de monstruosidades o peligros que puedan emerger de la densa foresta. Es un bosque primordial y muy poco explorado.
Al Oeste, hay unas enormes marismas donde la civilación se pierde por completo, se han avistado hombres lagarto y cosas peores entre sus brumas y peligrosas estancadas aguas, pero no suelen salir de ahí. Junto a las pantanosas aguas, crece un retorcido bosque conocido como el bosque ahogado, puesto que grandes partes de sus arboledas yacen sumergidas en las invasivas y ponzoñosas aguas de las marismas.
A lo largo de la costa y adentrándose en el mar, existen varias islas, la mayoría no están ni cartografiadas, que son un hervidero de escondrijos de contrabandistas o piratas. De hecho existe una especie de tratado no escrito entre los piratas de la zona, conocidos como los Príncipes del Mar (no son muy creativos), donde parece que por primera vez en décadas cooperan entre ellos y hace ataques muy organizados y sobre objetivos extremadamente suculentos. Esto está minando bastante la economía de la zona, menospreciando el poder de la corona en estar tierras y poniendo en peligro la principal razón por la que la región estaba empezando a levantar cabeza, la cotizada mina de plata, actualmente explotada por enanos que sirven a la reina Raerdra como si fuera su propia reina, y situada el este de Saltmarsh, cerca de los acantilados.
SaltMarsh
1.- Puertas de la Ciudad; 2.- Barracas y cárceles, 3.- Posada "La cabra de mimbre", 4.- Centro de Mando de la Compañía Minera, 5.- Magistratura y hacienda de Morbius 6.- Torre de Keledek, 8.- Posada "La red vacía", 9.- El Mercado Verde, 10.- Puente "Escama de Tiburón", 7. Almacén/palacio de Xendros, 11 - Bienes de cuero de Kester, 12 - Torre Hoolwatch, 13 - Posada "La Linea de Rotura", 14.- Ayuntamiento, 15.- El mercado semanal, 16.- Mansión Primewater, 17.- "El Yunque Enano", 18.- Planta de Procesado de Pescado, 19.- Casa Oweland, 20 .- Casa Solmor, 21.- Gremio de Marinos, 23.- Gremio de Carpinteros, 26.- Templo de Akadi, 19.- Casa Oweland, 26.- Templo de Akadi, 27.- Cementerio, 28.- Mercancias Winston, 29. - Círculo Druídico de Silvanus Guardían de las Tormentas.
" ¡Oh la Oscuridad...! "
Llegaron al anochecer, una de esas noches de luna nueva, oscuras como la boca de un lobo y casi sin estrellas, las nubes eran algo habitual en esta región de Cormyr. El hexagonal torreón principal de Ghostfinger, que hacía las veces de faro, había impresionado a los reos ya desde la lejanía. arrastrando unas pesadas cadenas que unían pies con pies, y manos con manos, había caminado la última parte del recorrido, todo cuesta arriba, hacía el escarpado acantilado que indicaba el esperado final del camino. Las argollas metálicas que abrazaban sus tobillos y muñecas pesaban mucho más de lo que aparentaban, y las rozaduras habían enrojecido hasta haberles hecho sangrar en esas zonas tan castigadas por la caminata. Pero finalmente ya habían llegado a su destino, quizás un corto descanso les fuera otorgado en su nuevo hogar... de por vida.
El fortín era bastante espartano en su interior, una gran y gruesa empalizada talada de los árboles cercanos, esta hazaña había causado alrededor del lugar un parco paisaje de troncos segados y tocones castigados por las tormentas que arreciaban la costa. Casi doscientos metros de nada... salvo malas hierbas, hasta la primera línea de fronda y bosque liviano. Una vez dentro, las barracas separadas en varios edificios de diferente calidad daban cobijo a las casi doscientas almas que lo habitaban. Al parecer la infantería y los exploradores estaba ubicados en uno de los edificios, la caballería y las caballerizas, juntos formaban otra gran estructura, y finalmente había un par de edificaciones más usadas como viviendas, una de una calidad paupérrima, donde los "sirvientes" y el personal de mantenimiento vivía, y otra mucho más lujosa y de gran tamaño, quizás donde se albergaban los oficiales y altos cargos.
Había más edificios, pero el cansancio, y las ganas de dejarse caer en el primer puñado maloliente de paja seca y dormir algo hacía que fuese difícil de concentrar su atención. Definitivamente había una forja, y como no, algún enano se dejó entrever azuzando con pesados fuelles sus incandescentes ascuas, pues el trabajo de ese tipo en una localización militar era continuo y asfixiante. También había lo que parecía una posada, y algo usado como campo de entrenamiento. Pasaron rápidamente adyacentes a una de las construcciones más cercanas al torreón donde se dirigían, estaba hecha casi en su totalidad en piedra encajada con perfección milimétrica, y presidida por una enorme chimenea que expelía una agitada humareda. Los aromas de comidas y guisos recientemente preparados azotaron sus olfatos más cruelmente que los látigos o el escozor provocado por sus argollas. Recordaron que apenas habían comido ese día, y debería ser la hora de la cena.
Se produjo un cambio de escolta justo antes de entrar al faro, los soldados de su majestad, que les habían acompañado durante todo el camino, se retiraron tras entregar unos pesados libros y rollos de documentos a la guardia que vigilaba el portón de entrada al monumento principal y estructura más regia de todo el complejo. La nueva escolta ni siquiera los miró, como si estuvieran acostumbrados a recibir gente de la misma “calaña” de tanto en tanto. Empujado el pesado portón de doble hoja, tallado en una madera oscura y densa, pudieron ver, aunque con dificultad, los complejos grabados en su frontal representando alguna batalla ya olvidada con el paso de los siglos. El portón parecía vetusto en extremo, casi de otra era, pero se conservaba bien y seguía cumpliendo su función. El hall de entrada fue apenas recordado por los nuevos visitantes, quizás demasiado anodino, o quizás demasiado cansados como para retener su recuerdo.
El recorrido por las escaleras que bordeaban la pared que daba forma al torreón fue arduo. Los pies apenas les respondían y el agotamiento les estaba venciendo poco a poco, pero la nueva escolta esperaba pacientemente a sus prisioneros, en silencio. No les metían prisa, ni había maltrato, pero tampoco ayuda. Tras lo que pareció una eternidad, llegaron a un rellano, donde la escalera seguía su ascendente camino perdiéndose en la oscuridad, pero una puerta parecía romper la simetría del entorno. Era de una sola hoja, más pequeña que la de la entrada, pero construida en la misma madera oscura gruesa, con tallados parecidos.
Educadamente uno de los guardias de infantería llamó a la puerta, y una enojada contestación le indicó que los “invitados” podía pasar. Abriendo la puerta, los soldados indicaron a los encadenados que podían pasar y se quedaron montando guardia fuera, cerrando la puerta tras de sí tras entregar los libros y rollos de pergaminos a una figura encapuchada embutida en una túnica oscura cubierta de runas arcanas. En su mano un bastón acabado en un enorme rubí completaba su atuendo. Justo antes de cerrar la puerta, la misteriosa figura da unas breves órdenes a sus subordinados, - Cuidad de que no les falte de nada a la comitiva élfica, son activos de un gran valor y deben estar perfectamente acomodados antes de su partida.
El gran salón de comandancia les esperaba allí, mapas de todo tipo colgaban por las paredes de la estancia, algunos nuevos y otros muy antiguos, ajados y con escrituras y anotaciones por todas sus localizaciones. Estandartes de Cormyr ondeaban lánguidamente colgando del techo. La iluminación la daban seis antorchas cada una encajadas en un soporte en cada una de las seis paredes, también un pebetero ardía vigorosamente cerca de una gran mesa central, donde se amontonaban varios libros y todo tipo de papeles, la mayoría con sellos reales, o con membretes de varias logias de la capital.
Había varías sillas y sillones alrededor de la mesa, pero nadie las estaba usando. La otra figura que acompañaba al hechicero era muy diferente a éste, y estaba en pie embutido en una armadura metálica de buena calidad, aunque se notara que había vivido tiempos mejores. Se adivinaba un veterano guerrero en él, de pelo parcialmente canoso, algunas entradas y barba cuidada. Una capa de una tonalidad entre rojiza y púrpura caía ceremonialmente a su espalda, en su cinto, una vaina elegante portaba una espada larga y bastante elaborada, símbolo de una posición, quizás ganada a pulso y sangre.
Su presentación no se hizo esperar, una voz ronca y algo cascada emergió casi con esfuerzo de su interior, en un tono extrañamente educado para referirse a unos condenados.
- Mi nombre es Bastianes Obertus, alto capitán de Ghostfinger. Disculpad a Julius, mi mago de guerra es algo parco en palabras…
Bastianes Obertus:
Julius "La Sombra"
El alto capitán extendió una mano y apartó los nuevos libros recién llegados a un lado de la mesa, cogiendo el rollo de pergaminos que abrió con premura. Acercando los escritos cerca de las llamas del pebetero para obtener más luz y poder leerlos con mayor claridad. Tardó varios y eternos minutos, sus ojos viraban audaces entre las líneas absorbiendo toda la información posible y dedicándoles una mirada de vez en cuando, posándose aleatoriamente en cada uno de ellos antes de seguir leyendo. Al terminar se acercó, previamente sacando una llave de un cajón oculto en la gran mesa, no parecía importarle demasiado que alguien ajeno estuviera delante al sacarla. En la otra mano conservaba el rollo de pergaminos.
Uno a uno, la llave fue entrando en las diferentes cerraduras, que con un chasquido y un fuerte golpe y sordo en el suelo iban cayendo, librando a todos los reos de sus ataduras. El mago se adelantó unos pasos sorprendido por tal acto, pero fue detenido con un severo gesto del alto capitán, parando en seco antes de intervenir.
- Veo que tenemos aquí la crema de la crema de Cormyr y aledaños… y sin embargo, mis órdenes son diferentes esta vez. Vuestra pena será condonada antes incluso de empezarla. Voy a ir al grano… estáis agotados y necesito que consultéis esto con la almohada. La corona os va a dar otra oportunidad, … quizás podáis redimir parte de vuestros pecados, o quizás salgáis huyendo a la primera de cambio, … ya veremos de que pasta estáis hechos… el caso es que entiendo que habéis tocado los hilos adecuados en lugares altos… así que os lo explicaré brevemente.
Una pausa incómoda se produjo mientras Bastianes volvía a mirar a cada uno de sus especiales contertulios. Estudiándolos con una profunda mirada llena de una sabiduría aprendida a base de años de haber estado en muchos lugares diferentes y tratado con mucha gente de ideas dispares y enfrentadas.
- Serviréis a la corona, seguiréis mis órdenes hasta que yo considere que la deuda está pagada. Para vosotros yo seré la palabra de la Reina, y no se discutirá ninguna orden. Espero que no tengáis problemas con la autoridad, no soy alguien de repetir palabras o de enseñar lecciones a estas alturas de mi vida. No se os tratará mal, y seréis parte de algo grande, más grande que vosotros sin duda… esta oportunidad no se le da a cualquiera, necesito que entendáis lo excepcional de todo esto.
Tras guardar de nuevo la llave, esta vez en uno de los bolsillos interiores de su capa, el experimentado guerrero se acercó a una estantería que adornaba marcialmente una de las paredes, bien construida y con múltiples volúmenes históricos. Bastianes extrajo una caja parcialmente oculta tras una de las hileras de libros y la abrió sacando unos trozos de tela dorada adornados con el sello real de la corona de Cormyr. Acercándose de nuevo al grupo, fue entregando uno de esos retazos bordados a cada uno de sus invitados indicándoles que se lo ataran al antebrazo si aceptaban el trato. Según iba pasando su valioso símbolo de alianza, el veterano capitán iba dedicando unas palabras a cada uno de ellos, después de releer los documentos que había estado inspeccionado al principio de la velada, siempre siendo respetuoso, pero demostrando también que no adornaría la oscura hazaña que les había conducido a todos al punto en el que estaban.
- Nuestro elfo, Mablung, el protector del bosque tenebroso, guardián de los círculos más allá de Silverstand. Mi corazón se ensombrece con el terrible destino de tus hermanos, pero tus manos aún portan la sangre de la guardia de Saltmarsh. ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
La letanía se fue repitiendo con todos y cada uno.
- TocToc, de la gente-cuervo, sinceramente la lista de crímenes podría ocupar varios volúmenes de mis libros de historia, casi terminaría antes si mencionara los viles actos que aún no has cometido. Robos, extorsiones, contrabando, … aquí hay partes que no me atrevo ni a leer en alto… ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
- Leobald de la alta casa Tenhall, la sangre de tu familia ha corrido por varios notables caballeros púrpura, y sin embargo tu decidiste mancillar ese apellido en todos los niveles posibles. Asesino de Lord Balsih, señor de la marca de Leverhound, que Tyr tenga en su grandeza perdonarte algún día. ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
- Godric Whitestone, excomulgado de la Iglesia del Señor de la Mañana y conocido infernalista. No sólo rompiste tu voto de castidad mancillando a la pobre niña, además del doble asesinato… supongo que la hija no bastaba, la inocente madre tuvo que morir también en tu sacrílego ritual. – Bastianes parece dudar unos segundos antes de ofrecer el retal de tela dorada, pero finalmente cede con una mirada extremadamente sombría ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
- Adriana Ilinan, de los altos elfos, también conocida como “La Profanadora”, te aprovechaste de la confianza de la misma Reina para cometer aquel acto tan… atroz…ni un ápice de vida quedó en aquel bosque… mi hija … - por primera vez la voz del alto capitán se quiebra - … no … puedo… tu caso será revisado … pero mientras podrás acompañar al resto quizás encuentre algo de redención en tí – Bastianes se guarda el símbolo para sí, y pasa al siguiente sin ofrecer la alianza esta vez, intentando recomponerse al mismo tiempo.
- Khalion, el asesino de Tieflings… tienes cierto renombre, no sólo como desalmado ejecutor, sino por las ejemplares compañías con las que se te ha visto rodeado. Tengo algunas notas extras sobre ti, curioso, están añadidas como anexo y con otra letra, hablan de un pueblo elfo, que fue pera ya no… ¿te suena MIstwood? Aquí indica que estás relacionado con su total exterminio… en cualquier caso… ¿Aceptas la alianza que La Corona te ofrece?
" ¡Oh la Oscuridad...! "
Cansado y abatido, Godric apenas es consciente de que le han quitado los grilletes hasta que el severo capitán se dirige a él.
Levanta sus hundidos ojos azules, enmarcados por negras ojeras y rojos por la falta de sueño y el llanto. La descuidada barba oculta sus labios y su sucio y sucio y largo pelo le llega ya más allá de los hombros. Sus uñas están sucias y rotas y las manos manchadas de una mezcla de mugre y sangre. Sus pies, uno de ellos descalzo, lo que le hace cojear, no están mucho mejor y va dejando pequeñas manchas de sangre por donde pisa con el pie derecho, ya que alguna llaga debe estar abierta. El cuerpo que se adivina bajo los harapos con los que se viste, restos de una camisa y un pantalón de viaje, muestra los signos de malnutrición aunque no parece que nunca disfrutara de una constitución especialmente fornida. El resto no ha disfrutado de buenas comidas, pero sus cuidadores no los están matando hambre por lo que posiblemente no esté comiendo mucho ni de las gachas y el pan rancio que les dan dos veces al día.
Esta demasiado bien cuidado pero nos hacemos una idea..
Por una milésima de segundo parece que le va a contestar a las palabras que le dirige, pero es más un reflejo adquirido en otra época, por otra persona, que por el despojo que es ahora.
El joven cierra la boca y, agachando la cabeza y rehuyendo la mirada que parece atravesarle toma con manos temblorosas la cinta dorada.
La envuelve en su brazo como les han ordenado pero se queda mirando las manchas que sus sucias manos han dejado en la bella y dorada cinta.
Sumido como está en sus propios pensamientos no presta atención al resto de las conversaciones.
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El elfo caminaba encorvado, en su día habría caminado erguido orgulloso de estar con sus hermanos, pero esos días parecían haber ocurrido hace un eternidad. Su mirada no paraba de buscar una manera de salir de allí, pero los humanos sabían como encadenar bien a un animal. Cualquiera que se hubiese detenido a observarles diría que parecían mas animales que personas, en el que caso de Mablung así era.
Mablung no se había preocupado por conocer al resto de reos un par de humanos, un hombre cuervo, un ser que no había visto jamas y una elfa. Quizas en otras circunstancias se hubiese acercado a la elfa, pero algo en ella le hacia recelar, estaba encadenados como el resto.
Nada mas llegar al campamento busco la manera de salir de allí, ninguna jaula podría retenerlo por mucho tiempo. Paciencia, has de ser de paciente, se decía para si mismo mientras lo conducían por la extraña estructura de piedra.
El señor de aquella fortaleza les hablo con respeto y al mencionar a sus hermanos y la razón por la que estaba allí Mablung cogió la tira e irguiéndose dijo:- He roto el equilibrio, deje que mi lado salvaje me dominase, hay que restaurar el daño hecho, pero ten claro que cuando considere que el daño ha sido reparado volveré al bosque. Los culpables aún deben de pagar, la sed de justicia del bosque no ha sido saciada. No deberíais olvidarlo.
Mientras el humano ofrecía el mismo trato al resto de los reos, el semblante de Mablung fue adquiriendo una mirada sombría, sus manos estaban manchadas de sangre, pero el resto de reos lo superaba. Un gruñido de amenaza salio de entre sus labio al escuchar las palabras dirigidas a la elfa y su cuerpo adquirió una pose tensa y dio un paso hacia adelante mientras dirigía hacia ella una mirada cargada de cólera...que el resto de razas profanaran la naturaleza no le sorprendía, pero que los elfos cometiesen tales actos, no podían sino tratarse de abominaciones. Parecía que el elfo fuese a saltar, pero con un gruñido volvió a su lugar en la fila.
No sabia si el humano decía la verdad, pero algo le decía que si, tarde o temprano sabría la verdad.
Bajo la escasa luz de la noche el kenku se movía en silencio como si los grilletes fuesen parte de su ropaje, casi una segunda piel. Pero el cansancio le mantenía en silencio, con la cabeza baja. Su reflexiva actitud no cambió cuando llego al campamento, echando tan solo un breve vistazo a su alrededor. Tampoco cuando las puertas del campamento se abrieron ante él. Solo el olor logró arrancarle una mirada en esa dirección, sintiendo la punzada del hambre en su estómago.
La reconfortante penumbra del campamento iluminó sus facciones. Para los ojos no acostumbrados a tratar con su raza TocToc parecía un hombre cuervo más. Plumaje oscuro, pico puntiagudo y movimientos córvidos. Pero alguien acostumbrado a sus facciones diría que TocToc tenía un pico esbelto de un negro ceniza, complexión ligera ágil, y plumaje azulado que recordaba grandes hojas de acebo. Sin embargo un rasgo resaltaba para todo el mundo, sus ojos profundos de un negro mate que reflejaban ecos de horrores pasados.
Al llegar a la habitación donde les recibían Bastianes y Julius el kenku se detuvo un momento, y sorprendido, miró a su alrededor, su cabeza inclinándose de un lado a otro con velocidad. El tirón de las cadenas y el leve empujón que inmediatamente sintió hicieron que retomara la marcha pero esta vez en vez de mirar al suelo, pensativo, miraba a su alrededor, curioso. La visión de las runas, mapas, escritos, pergaminos, libros y sellos le había insuflado revigorizante energía. Tan solo cuando el alto capitán empezó a relatar los currículos de los condenados el hombre-cuervo dejó de prestar atención a los alrededores para centrar su atención en las palabras del alto capitán. A medida que el alto capitán recitaba los crímenes del resto su mirada se posaba en ellos. Y un gesto de desprecio, difícil de leer, se formaba en su córvida cara.
- Estáis agotados y necesito que consultéis esto con la almohada. - Repitió con la misma voz del alto capitán cuando llegó su turno de contestar. La oferta era innegablemente buena y quizás la única oportunidad que tendría de salir de allí. Pero la idea de formar un grupo con semejantes depravados hacía que su estómago se contrajese en disgusto. Una noche de descanso le ayudaría a decidir.
Zevatur, Rolthos
Leobald siguió a la comitiva de presos en silencio hasta el pie de Ghostfinger. Soportaba las penalidades con el estoicismo del que carga con una culpa que pesa como cien hombres. Habían andado más de lo recomendable sin el calzado apropiado y ni había probado bocado en horas, pero los guardias eran todo lo respetuosos que podía caber dadas las circunstancias. La brisa marina había comenzado a soplar hacia el mar. Leobald levantó a vista hacia la llama fantasmal en lo alto del faro. El aire olía a sal y el viento le ensortijaba el pelo entrecano. La torre, de base octogonal le erizó el bello de la nuca. En algún viejo tomo había leído que era obra de hechiceros del pasado, largo tiempo desaparecidos ya. Quizá fuera eso, quizá conservara algo de su esencia, pero la silueta de aquella mole al anochecer le inquietaba a pesar del cansancio y las penalidades del camino.
Cuando les hicieron entrar agradeció la quietud y el aire instruido del interior. Miró los libros en los estantes de reojo, con cierta nostalgia. Leobald era un hombre de complexión media y pelo castaño claro, prematuramente entrecano en las sienes. Rondaba los cuarenta años, un viejo para algunos, pero su 1.80 m de altura, su serenidad y su cuerpo en forma para su edad conseguían proyectar cierto aplomo. Sin embargo su mirada era triste y de ojos claros, unos ojos serenos, pacientes, profundos y atentos. Caminaba encorvado con los hombros algo caídos, como si cargase con todos los males del mundo sobre sus espaldas. A la luz de las velas pudo observar a sus compañeros mejor.
Mientras el Alto Capitán relataba las referencias del tan patético grupo concluyó que parecía un hombre de bien. El primero en mucho tiempo. Cuando sus propios crímenes fueron enunciados en alto suspiró resignado. Tras un momento de silencio asintió y tomó la cinta.
—Aunque ignoro qué he hecho para ser merecedor de tal galardón, acepto el honor que su majestad tiene a bien depositar en nosotros —su voz era profunda, suave y conciliadora, y sus gestos educados— honraré la alianza, mi lord.
Anudó la cinta a su brazo mientras el oficial departía con los demás. Prestó atención a las fechorías de que se acusaba al resto de tan singular grupo. Su gesto triste distaba mucho del reproche. Aunque aquellas felonías ensombrecían su rostro siempre había tratado de no juzgar nunca un tomo por su portada.
Ash el guerrero — Dragon's Hoard (Spanish)
Leobald el caballero — Death and Pain at Saltmarsh (Spanish)
Keeper — Vigilantes en el Cielo (Spanish)
Remington Wizz — Shadow of the Dragon Queen (Spanish)
Allí estaba al fin, en la base de la famosa Ghostfinger. Un viaje largo y duro, como debía ser, aunque no suficiente como esperaba. La paliza de los alguaciles, no comer, el óxido de las argollas o el frío húmedo de aquel paraje era todo lo esperable, era todo lo deseable. La torre, amparada por la noche de luna nueva escondía su perfil a los reos. El final del camino para casi todos era el principio para uno, Khalion. Ni siquiera aquella visión hizo que levantara la mirada del suelo. Emprendió sumiso el ascenso hasta las sala superior. Tampoco reaccionó cuando el calor de las antorchas lamió su piel en la sala de los mapas y estandartes, otro trámite cuyo final esperaba ansioso.
Khalion parecía humano, era todo lo que se espera de un humano, pero sin serlo. Ajado y sucio, su plateado pelo largo apenas relucía. La incipiente barba que afloraba compartía color con su cabello que resaltaba con su pálida tez. Se mantenía firme aun con la mirada caída. Ni encorvado ni vencido, solo protegía su rostro. Alto como el paladín, no compartía su corpulencia, pues era mas parecida a un elfo esbelto y fibroso. Uno a uno escuchó las alegaciones, bastante familiar para él. Aquella chusma parecía peor calaña pero al fin y al cabo, parecía un día mas de trabajo. Como un témpano de hielo escuchó su nombre y fechorías, pues las imágenes en su cabeza eran mas dolorosas que cualquier palabra. Solo cuando hizo referencia a Mistwood el aasimar alzó su mirada mostrando sus profundos y algo brillantes ojos azules carentes de pupilas.
En su rostro se dibujó una mueca de decepción cuando Bastianes le ofreció el mismo pacto que a los demás. Todo conjuraba para impedirle estar donde merecía. La única duda que se planteaba residía en cuan suicida iba a ser el nuevo encargo como para que mereciera aceptarlo. No dijo nada, no hacía falta. No quería aceptar, pero ya sabía que lo haría.
Adriana arrastraba los pies con dificultad por la empinada cuesta, ahogando los gemidos de dolor de las rozaduras provocadas por los grilletes y las cadenas, mientras observaba con la cabeza alta el imponente torreón al que se aproximaban. Salvo un tímido movimiento de cabeza a modo de educado saludo, la elfa había permanecido en silencio durante el recorrido que les había llevado hasta allí a ella y a sus variopintos compañeros de viaje. En circunstancias normales hubiera sido la primera en entablar una conversación, pero esta vez solo les dirigió alguna mirada, sin pararse demasiado a pensar sobre cuáles serían los motivos de su condena, demasiado concentrada en asumir la nueva vida que se presentaba ante ella y que era incapaz de eludir. Había invertido demasiadas horas ya en darle vueltas a lo ocurrido en aquel bosque, así que desechó esta preocupación con determinación, que no le aportaba más que quebraderos de cabeza y frustración, para dar paso a la aceptación de lo que estaba por venir de manera inexorable: su nueva condición de rea. Al menos le habían concedido eso, al menos le habían perdonado la vida y, por ello, le estaba profundamente agradecida a su Reina. Y observando a su alrededor, no podía imaginar un lugar en el que su luz fuera más necesaria que allí.
Más agotada, dolorida y hambrienta de lo que nunca había experimentado, la bruja se dejó guiar como una autómata por el fortín, recorriendo los patios y dejando tras de sí los edificios que salpicaban el terreno. El sutil olor a madera vetusta que impregnaba el edificio principal al que fueron dirigidos, proveniente de la recia puerta de entrada, consiguió templar su ánimo mientras hacía un último esfuerzo para subir aquellas escaleras sin derrumbarse.
Ya en el rellano, esperó paciente a que les permitieran pasar a aquella habitación cuya puerta se había abierto. Se introdujo en la estancia tímidamente y allí, con la ayuda de la luz de las refulgentes antorchas incrustadas en las paredes, todos pudieron observar a una esbelta pero enclenque elfa, de piel pálida y ojos azul claro, tez salpicada por pecas diminutas y una melena larga y densa que llegaba hasta la cintura, recogida en una trenza que descansaba sobre uno de sus hombros. El color caoba oscuro de su cabello parecía cobrar intensidad cuando el fuego titilante de las antorchas se reflejaba en él, aún cuando se presentaba desaliñado y sucio. Su rostro mostraba signos indiscutibles de cansancio y quizá de tristeza. Iba ataviada con un sencillo vestido que debía ser de un blanco impoluto bajo toda la mugre y las salpicaduras de sangre que lo cubrían.
La elfa observó primero al mago, escuchando sus palabras sobre la comitiva élfica, y varias preguntas se agolparon en su cabeza automáticamente -¿Quiénes serían? ¿Conocería a alguno de ellos? ¿Cuáles serían sus motivos para estar allí? - Se obligó a reconocer que nada de eso importaba ya, que esa vida de la que tanto había disfrutado ya no le pertenecía y que ahora se encontraba delante del hombre que sentenciaría su futuro para siempre.
Pero el cansancio de su rostro se tornó en un gesto de asombro cuando Bastianes les informó sobre su nueva situación - ¿Era realmente esto posible?¿Había sido su Reina la ordenante de condonar la pena, después de todo?¿Qué tipo de servicios debían realizar? ¿Por qué aquella medida excepcional, precisamente con ellos?¿Qué tenía ella que ver con ese grupo, del que nada conocía? - Todas estas dudas e inquietudes se amontonaron en su cabeza, deseosas de ser resueltas, esperando pacientemente el momento adecuado para intervenir, mientras los grilletes se abrían y liberaban las extremidades de su cuerpo. Aliviada, la bruja se frotó las muñecas con un gesto de dolor, mientras el humano se dirigía a cada uno de los presentes, relatando los motivos por los que habían sido condenados.
Escuchó con atención los bosquejos de las historias, observándoles individualmente cuando el capitán se dirigía a ellos, asombrada por alguno de los relatos y sobrecogida por otros – pobres desgraciados… - pensó para sí, con un profundo sentimiento de compasión, incluyéndose a sí misma. Nunca había sido amiga de la autocompasión, como tampoco de los juicios precipitados, pero reconocía que ésta vez la realidad se lo estaba poniendo difícil.
Cuando Bastianes se dirigió por fin a ella, una mirada de esperanza alumbró su rostro, extendiendo lentamente los brazos para recibir la preciada tela que le brindaba una nueva oportunidad. Pero las palabras del capitán hirieron su alma como cuchillas afiladas y una mueca de incredulidad torció su gesto – No… no puede ser… - logró balbucir – no es posible… yo… no… sabía… - quiso decirle muchas cosas a aquel hombre destrozado, pero se sentía demasiado embotada como para organizar sus ideas y él no parecía dispuesto a escuchar, negándole además el símbolo de su nueva "libertad". Abatida y confusa, bajó las manos lentamente mientras su mirada se perdía en el infinito. Un gruñido le hizo girar la cabeza hacia aquel elfo que daba un paso al frente de forma amenazante y un escalofrío de temor recorrió su espalda pero, lejos de mostrar su miedo, Adriana le brindó una mirada piadosa y un pensamiento que guardó para sí - tú tampoco pareces ser mucho mejor que yo... – sin más, desvió la mirada, inquieta ante la incertidumbre que se cernía sobre ella; estaba demasiado cansada para discutir con nadie y demasiado confusa para pensar con claridad.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Bastianes observó las reacciones de cada uno de los recién liberados, esperando previamente que la persona con la que estaba interactuando en ese momento dijera algunas palabras si lo encontrara necesario.
Cuando acabó con el ofrecimiento a Mablung, éste pareció contestarle con cierto orgullo, y su propio rostro pasó a expresar una seriedad lívida casi marmórea. Cuando el elfo de los bosques apuntaló sus últimas palabras, portadoras de una amenaza poco velada, el alto capitán entrecerró sus ojos hasta que parecieron dos estrechas rendijas de una antigua armadura. Una pausa silenciosa no ayudó a aligerar la tensión que radiaba del veterano guerrero. Finalmente, antes de continuar con el hombre-cuervo, Bastianes le respondió:
- No olvidaré este comportamiento... Os recomiendo que tengáis en cuenta la complicada situación en la que os encontráis. Se os ha dado la oportunidad de servir aquí en lugar de tomar otro destino con un recorrido más corto... Me considero alguien justo, suelo basarme en los hechos y por ahora la balanza está claramente descompensada. No juguéis con vuestro futuro...
Las reacciones del resto de reos fueron pasando sin despertar demasiado interés en él, salvo cuando fue revelado el mayor pecado de “La Profanadora”. Tras sus entrecortadas palabras, y su intento de recomponerse, su cuerpo volvió a tensarse cuando el salvaje elfo comenzó a gruñir y dar un paso adelante hacía la nefanda alta elfa. Su mano fue hacia su empuñadura apretándola con fuerza, hasta que los nudillos se tornaron blancos. El alto capitán sin embargo no se interpuso, e incluso pareció algo decepcionado cuando el elfo forestal nos saltó sobre el cuello de Adriana para cercenarle la yugular de un mordisco. Cuando éste volvió a la fila de nuevo, Bastianes pudo acabar con las ofertas del pacto.
- Ahora, id a recoger vuestros pertrechos del carro que os ha traído. Os han "preparado" un lugar donde poder descansar en los antiguos barracones de la servidumbre acorde a vuestros antecedentes. Allí os llevarán algo de comida y podréis descansar de vuestra travesía. Como os dije, vuestros privilegios irán en correlación a vuestros actos. ¿Julius te importa seguir a ti?
Sin dedicarles ni una sola palabra de despedida, el alto capitán se dirige a la salida de la gran sala de comando y sale con un fuerte portazo que la puerta soporta estoicamente sin problemas. El hechicero de guerra, hasta ahora retirado en un segundo plano, se acerca tranquilamente a todos sus “invitados” y comienza a hablar con una voz algo apagada pero perfectamente audible. Al estar más cerca, y a pesar de que su capucha le cubre media cara, lo que se percibe de su rostro son rasgos delicados y afilados, con una piel atemporal. También su habla porta cierto acento de fuera de Cormyr y tiene cierto deje… “élfico”
- Tranquilos, no vamos a jugar esta noche al capitán bueno, hechicero malo, solo quiero comentaros ciertas condiciones, pero lo primero es lo primero …
Julius se acerca a la mesa donde Bastianes ha dejado la caja con los retazos de tela dorada con el símbolo de la corona y coge el último que quedaba destinado a la alta elfa ofreciéndoselo.
- Las órdenes siguen siendo órdenes, a pesar de las circunstancias. Tenéis hasta el anochecer de mañana para devolverlas y revocar el trato. Si es lo que decidís, vuestra condena original se retomará, aunque dudo que vuestro interés sea ese. Mientras tanto y mientras no se os asigne vuestra primera misión, no podréis salir del fortín, pasar de la empalizada exterior será considerado alta traición. Aunque entiendo que ese tipo de acusaciones no son nada comparadas con vuestros expedientes. Aún así es mi deber informaros.
El pragmático elfo indica a la puerta para que os marchéis por vuestro propio pie, y mientras os dirigís a la salida, se decide por aportar una última intervención.
- No os equivoquéis con Bastianes. No consideréis lo que habéis visto aquí hoy como una señal de debilidad… Es un hombre recto y un veterano de guerra, podría despedazaros a cualquiera de vosotros sin esfuerzo alguno, pero sus principios y determinación son más fuertes. No le decepcionéis y hará vuestra condena algo relativamente más grato para vosotros… Decepcionadle o cuestionar sus órdenes y conoceréis de verdad la ira de un alto capitán de Cormyr.
"Esta perfecta melodía que acompasa y guía mi movimiento es la voz de mi compañera Aegnor"
Gowther Irerath, El'Tael de los Fragmentos Extraordinarios.
Adriana aceptó la tela dorada con una sensación agridulce, musitando una palabra de agradecimiento en lengua élfica al mago, sabiendo que le iba a costar mucho esfuerzo ganarse el respeto de Bastianes, pero con la férrea convicción de intentarlo. Con aquel símbolo, que sujetaba con delicadeza entre sus manos, vislumbró de nuevo una pequeña esperanza de redención, una oportunidad que no estaba dispuesta a rechazar, de seguir sirviendo a su Reina. Su decisión ya estaba tomada y, aunque tenía muchas preguntas, no consideró oportuno el momento para plantearlas. Necesitaba esa jornada que les brindaban de reflexión para descansar, reordenar sus ideas y asimilar las palabras de Bastianes. "La Profanadora" retumbaba dolorosamente en su cabeza, como la herida de un hierro candente recién impreso en el lomo de un cordero.
Lentamente se dirigió a la puerta, escuchando las últimas palabras de Julius, sin que le cupiera ninguna duda de la veracidad de las mismas. No dejaba de resultarle sorprendente que les dejaran moverse libremente por el fortín aunque tuvieran sus limitaciones, sin grilletes, sin guardias, sin vigilancia. Quizá esta era la primera prueba de muchas para corroborar la lealtad y la verdadera intención de cada uno de ellos. Antes de abandonar la estancia, una Adriana dubitativa en sus pasos se giró de nuevo hacia el mago, lanzándole una mirada interrogativa que alternó con otra mirada hacia el exterior, esperando algún gesto que le confirmara una vez más que podían salir por su propio pie. Igualmente se hizo a un lado, esperando a que el elfo de los bosques avanzara antes que ella; no tenía ninguna intención de darle la espalda ni ofrecerle una ventaja para que hiciera efectiva su reciente amenaza.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Leobald escuchó las palabras del mago de batalla con interés. Asintió al finalizar estas y agradeció el consejo en un élfico con un acento bastante bueno para ser un hombre. Observó el comportamiento temeroso de la doncella élfica y como los ojos de elfo salvaje la seguían cargados de reproche o algo peor. Sin mediar más palabra, esperó su turno para abandonar el salón de mapas en pos de sus compañeros. Era poco considerado preguntar por los crímenes de cada cual, no sería él quien ahondase en esa herida. Decidió no juzgar a sus compañeros por lo que hubieran hecho sino por lo que estaba por hacer.
De camino a los barracones de la servidumbre recogió sus cosas y se detuvo un momento a inspirar la brisa nocturna con las manos a la espalda. Incluso el aire tenía un olor nuevo, a esperanza. Quizá no estuviera todo escrito ya. Ignoraba qué había llevado a la Reina a indultarles así, pero estaba seguro que pronto lo averiguarían. No esperaba grandes causas, tampoco las buscaba desde hacía tiempo. No creía en ellas. Mas bien recelaba de ellas y de los hombres que las esgrimían como justificación a sus actos. El anterior Rey Azoun era un hombre justo, pero de la Reina Raedea poco sabía. Regía tras la abdicación de su hermano en su favor. Decían de ella que no había querido contraer nupcias en un preacuerdo para estabilizar el reino. Quizá era una persona de principios o alguien sencillamente egoista. Suspiró para si con tristeza.
Detuvo sus pensamientos para reunirse con los demás en el interior de las dependencias de la servidumbre. Observó a sus compañeros más relajadamente pero no entabló ninguna conversación. Muchos tenían demonios con los que luchar esta noche. Les llevaría algún tiempo acomodar la nueva prisión de seda que llevaban al brazo. Sin embargo, ninguno de ellos tenía elección aunque que les pesara. Les dejó su espacio y se retiró a descansar.
Ash el guerrero — Dragon's Hoard (Spanish)
Leobald el caballero — Death and Pain at Saltmarsh (Spanish)
Keeper — Vigilantes en el Cielo (Spanish)
Remington Wizz — Shadow of the Dragon Queen (Spanish)
Mablung no presto demasiada atención al resto de cosas que les dijeron, solo quería salir de allí, estaba claro que eran prisioneros hasta que el humano considerase que su deuda estaba saldada y eso podría llevar mucho tiempo. Miro la tiro, esa era la cadena que lo ataba aquel lugar, tarde o temprano acabaría por romperse. En cuanto les dieron permiso para salir, Mablung se dirigió a la puerta echando una ultima mirada a la elfa que se apartaba de su camino.
Una vez en el exterior se dirigió al carro donde cogió sus pertenencias, una vez comprobado que no falta nada lo guardo todo en su mochila y se encamino hacia las caballerizas, allí tendría que haber un pozo o abrevadero con agua limpia para los animales. Lleno un par de cubos de agua y busco un lugar apartado, cerca de la empalizada en el extremo opuesto a la puerta del fortín, donde poder lavarse él y sus ropas.
(Hago un tirada de sigilo por si hiciese falta:9)
Una vez encontrado el lugar uso uno de los cubos paras asearse él y el otro para limpiar sus ropas actuales, mientras sacaba de su mochila unas de recambio. Decidió dormir allí fuera, siempre le había gustado dormir con el cielo como techo y en su primera noche de semi libertad desde que le habían capturado volvería a repetirlo. Una vez aseado, fue a los barracones en busca de la comida que el mago les dijo que les llevarían. No presto atención a los presentes en el barracon se dirigió a la comida, se lleno un plato y volvió a salir. Esta vez con el plato de comida en la mano se dedico a deambular por dentro del recinto, tratando de hacerse una idea de las utilidades de los edificios y de cuanta gente podría esta allí viviendo.
Antes de volver a al lugar donde había decidido pasar la noche subió a la empalizada y miro al exterior hacia el bosque, le separaban uno escasos 200 metros, tan cerca y a la vez tan lejos, su mirada recorrió el yermo que los humanos habían causado para levantar la empalizada y agacho la cabeza con pesar, pocas razas podían llegar a se tan destructivas con la naturaleza. Apenado bajo de la empalizada y se dirigió hacia su pequeño refugio para pasar la noche.
Toc-Toc hizo un pequeño pero eléctrico gesto de asentimiento con la cabeza a las concisas palabras del mago, el trozo de tela aferrado aún entre sus manos. Por última vez sus cansados ojos recorrieron la ingente cantidad de documentación y escritos de aquella sala. Tras recomponerse de nuevo del asombro, TocToc-TocToc salió con el resto al patio exterior. Aquella condena le parecía mucho más liviana que la anterior que había sufrido, y desde el principio las condiciones se le presentaban mucho más confortables. Ni siquiera había tenido que ganarse la confianza del líder de aquella fortaleza y ya le permitían merodear por todo el recinto. Pero quizás el mago tenía razón y las consecuencias por eludir el confinamiento eran expeditivas y definitivas. Quizás incluso estaba deseando que alguien las rompiese para demostrar algún tipo de ejemplar castigo. Pero TocToc-TocToc no iba a ser el primero en dar una excusa para un posible castigo ejemplar. Con una mirada, ladeando al cabeza, observó a los dos elfos, ellos parecían los más predispuestos a atraer las iras del capitán de Cormyr.
Mientras recogían sus pertenencias observó a Leobald y asintió para sí mismo. El humano parecía que solo había matado a una persona, quizás un crimen pasional, quizás un venganza, quizás un dilema con una solución imposible… Tras comer parte de su ración se movió hasta él y le ofreció el resto. – Tengo suficiente. – Dijo con el inconfundible tono de un humano tras comer en una de esas populares posadas en las que te ponen el caldero para que rellenes tantas veces como te plazca tu plato de estofado.
Después sin intentar establecer conversación alguna se retiró a una esquina, donde se recostó, medio erguido, con el cuello apretado hacia su pecho, el pico reposando en los emplumados brazos que abrazaban a su cuerpo y los ojos mirando al exterior.
Zevatur, Rolthos
Al salir del edificio donde se encontraban, descubrieron un cielo estrellado totalmente despejado, de algún modo las circunstancias que les rodeaban hacían incompatible tal escena. Solo hedor de la mierda de los caballos que descansaban junto al carro enturbió aquella serena imagen e hizo a los aventureros poner los pies sobre la tierra.
Uno de los cuidadores de los caballos no daba abasto quitando con una pala los restos de los animales. Mientras se acercaban al carro, pudieron apreciar que junto a los establos se encontraban los barracones de la unidad de caballería. Algún miembro del grupo, consiguió deducir que no iban a tener las mismas comodidades que otros estamentos.
Menospreciando el valor del contenido del carro, aquel trabajador consiguió situar varias montañas de bosta maloliente junto al mismo. Al ver acercarse al grupo, no pudo evitar esbozar una sonrisilla mientras musitaba para sí mismo:-Ya que están… se podrían llevar un poco- Estaba claro que su llegaba había sido constatada por algunos miembros de aquel fortín.
Tras la recogida de sus objetos, confirmaron que todo estaba en orden, aunque las maneras en las que sus pertenencias habían sido guardadas hacían parecer un milagro que todo estuviera en buen estado.
Cuando el druida se disponía a buscar en un cacareado intento de sigilo otro lugar distinto a lo que se les había preparado para descansar más acorde a sus gustos, pudo descubrir que las indicaciones de Bastianes eran órdenes y no una opción más a considerar.
En el quicio del portón uno de los soldados les aguardaba asegurándose que no se dedicaban a husmear durante la primera noche. Sujetando el pomo de su espada firmemente le indicó:
-¡Eh tú! Será mejor que sigas las instrucciones del alto capitán. Las órdenes son claras por esta noche. Coged vuestras pertenencias y dirigíos a los barracones abandonados al este del del campamento.- Sus palabras sonaron directas, pudiéndose intuir cierta desconfianza hacia las intenciones del elfo. Al fin y al cabo, todos tenían las manos manchadas de sangre…
Tras esto, el soldado se posicionó de un modo contiguo a la pared del portón y extendiendo su brazo, indicó a los por ahora desgraciados miembros del grupo el lugar donde debían descansar, vigilando sus pasos con atención.
Mientras caminaban hacía su destino, pudieron divisar a cierta distancia un extraño grupo de lo que parecían alto elfos cerca de la base del faro. Un sargento de infantería les estaba explicando, por la gesticulación y hacia donde señalaba, algo relacionado con un sistema de poleas que estaba anclado en lo alto de la torre y una plataforma de madera que hacía de elevador para subir materiales pesados a la cúspide de la estructura. La comitiva de altos elfos estaba compuesta por cuatro miembros.
Una bella mujer que irradiaba un halo casi palpable de divinidad. Su delicado vestido parecía atraer la misma luz de la luna. En contraste con el cielo nocturno, su contorno desprendía su propia luz interior, como si ella formara parte del mismo firmamento como una estrella más. Mientras sus largos cabellos cubrían completamente su espalda.
Le acompañaba un guerrero de pelo plateado y mirada profunda, su atención parecía concentrada en la explicación del joven sargento. La armadura que portaba era de un color argénteo fulgurante, con escrituras de posible origen arcano labradas con exquisitez absoluta, una mezcla de orfebrería y forja digna de los mejores maestros. Una capa de las mejores sedas ondeaba a su espalda gracias a la ligera brisa costera que abrazaba con gentileza a todos.
Junto al guerrero, permanecía una esbelta figura vestida con elegantes telas de diferentes tonalidades de azul insertadas en lo que parecían bellas piezas metálicas, posiblemente mithril. Este miembro mostraba estar envuelto en varios enigmas. Por un lado, era difícil distinguir si trataba de un mago o un guerrero. Sus vestimentas decían estar relacionado con la magia pero sus dos espadas engastadas en turmalinas argumentaban lo contrario. Por otro lado, sus facciones y sus movimientos imposibilitaban decantarse por un género u otro.
Más cerca de aquella estructura, se encontraba el último de los altos elfos. Mostraba un interés más activo por aquel mecanismo. Si bien desprendía un halo de templanza y pureza como sus congéneres, estaba conectado con el entorno de un modo más… “primario”. Su armadura se sentía más ligera aún que la del guerrero, era como si estuviera tejida con el mismo manto de la madre tierra. Destacaba también su arco, del mismo modo que la armadura, parecía haber sido engendrada del corazón de un roble.
Entonces, la delicada elfa dirigió su mirada al grupo. Por un momento, el tiempo pareció congelarse en ese instante. Aquella enigmática mujer, con un semblante en el que se vislumbraba cierta preocupación, estaba concentrada en algo que los mundanos ojos de aquel grupo eran incapaces de ver. Sin que pudieran razonar mucho en torno a su expresión, pareció recomponerse y les dirigió una sutil y agradable sonrisa, haciéndola más especial si cabe.
Tras este lejano y fortuito encuentro, los novicios miembros de aquella fortaleza llegaron a sus aposentos. Aquel "edificio" asignado les devolvió otra vez a la realidad. El término de “barracones abandonados de la servidumbre” era mucho decir. Unos cuantos colchones de paja mal ataviados se amontonaban en una esquina junto con una mantas remendadas y apiladas del mismo modo. El viento de la costa sibilante se colaba por los huecos del ruinoso tejado y las agrietadas paredes. Diferentes estructuras de madera encuadraban lo que antaño eran los camastros de los sirvientes. En medio de aquel lugar, se situaba una destartalada mesa de madera con unas correosos y astillados taburetes a su alrededor. La posible antigua decoración de aquel descuidado recinto había sido sustituida por densas telarañas y escondrijos de pequeñas alimañas.
Encima de la mesa unas cuantas cucharas y un balde cuyo contenido pretendía ser su fría cena. Una especie de guiso con carne y patata mal acabado supondría el colofón de aquel día para todos los miembros, pero en especial para el malacostumbrado paladar de Godric y Adriana.
Al cerrarse la puertas tras sus espaldas, aquellos desconocidos tuvieron la oportunidad de mediar palabra.
"Esta perfecta melodía que acompasa y guía mi movimiento es la voz de mi compañera Aegnor"
Gowther Irerath, El'Tael de los Fragmentos Extraordinarios.
Leobald tomó el cuenco a medio acabar que Toc-Toc le ofrecía sin saber muy bien como reaccionar. Finalmente asintió y lo dejo junto al suyo mientras observa le observaba acomodarse para pasar la noche. No estaba seguro de qué había tratado aquello. ¿Le daba sus sobras? ¿Era aquello un suerte de insulto o por el contrario un intento de acercamiento? El córvido le desconcertaba y le producía curiosidad a partes iguales, nunca había conocido a un khenku antes.
Mablung, el elfo salvaje, entró por la puerta malhumorado con su petate a la espalda. No parecía despertar mucha simpatía en nadie, aunque eso no parecía importarle. Quizá incluso le gustase.
Leobald observó de reojo a Godric, el supuesto clérigo, en busca de signos evidentes de su fe. ¿Sería cierto aquello de que le acusaban? El viejo caballero volvió a sus cosas revisando que todo estaba en orden. Su tabardo lucía absolutamente descolorido y sucio, pero aun se adivinaba el cisne de plata nadando sombre campo de azur. La armadura vieja y mellada había visto tiempos mejores, igual que el enorme escudo alagrimado que yacía apoyado en la pared, junto a su camastro. En el escudo pavés el blasón era un mero recuerdo completamente ilegible a causa de los golpes y el paso del tiempo. Leobald acarició el metal con tristeza en el rostro, recordando, y finalmente lo dejó a un lado. Desenvainó su espada larga de pomo amonedado y se entretuvo en afilarla con un infinita paciencia y resignación, pero sin excesiva reverencia.
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Leobald el caballero — Death and Pain at Saltmarsh (Spanish)
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El último en abandonar la estancia donde Bastianes les había informado del cambio en su situación fue Godric. No fue algo intencionado, simplemente estaba tan absorto en sus propias elucubraciones que no se percató de que Julius les invitaba a irse. No fue hasta que el mago carraspeó y dedicó una mirada severa al excomulgado clérigo que este dio un respingo y se apresuró a seguir a sus compañeros en la comitiva, bajando renqueante las escaleras. La recia puerta se cerró de golpe tras él.
No tener los grilletes que dificultaban su caminar le resultaba extraño a Godric, sin embargo su postura seguía siendo abatida y cabizbaja, pues los grilletes que llevaba en el alma eran los realmente pesados.
En su cabeza las dudas se agolpaban una tras otra como las olas que golpeaban los cercanos acantilados y cuyo sonido llegaba amortiguado hasta ellos mientras atravesaban el patio. Godric no sabía dónde iban, no había prestado mucha atención, pero no le importaba, sólo sabía que debía seguir a los demás reos. No, ya no eran reos. ¿ O si? ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué había sido perdonado? Él no lo merecía desde luego. Cuando los demás se pararon frente a un carromato el fuerte olor a estiercol le devolvió a la realidad. Miró, quizá por primera vez, al zarrapastroso grupo que había sufrido la misma suerte que él. La lista de sus pecados y crímenes eran sin duda graves, no tanto como los suyos, pero por eso ellos merecían una segunda oportunidad. No como él. Todo lo que tocaba lo mancillaba, lo echaba a perder. Mientras el curioso hombre cuervo recogía sus cosas frente a él en el carromato Godric acarició la cinta dorada que había atado a su brazo. Una hermosa cinta dorada que ahora estaba manchada con la inmundicia de sus manos. Tendría que haberla rechazado, ahora iba a echar a perder la oportunidad de redención de aquellas personas.
Un gruñido por parte del soldado que estaba al lado del carromato le hizo saber que había llegado su turno. Se encaramó al mismo, haciendo crujir la vieja madera. En su desnudo pie se clavó una astilla que le hizo trastabillar un poco hasta que la arrancó. Al fondo, apelotonadas sin ningún orden ni cuidado, Godric encontró sus cosas. Se sorprendió de verlas allí, pertenecían a otra persona, a otra vida. No sabía cómo era posible que estuvieran allí después de los últimos meses. Lathander bendito, ¿sólo habían pasado unos meses? Nueve. Nueve meses desde aquella noche... Nueve meses, lo que tarda en crearse una vida. Ese había sido el tiempo que había tomado destruir la suya.
Cogió su morral y, más por costumbre que por otra cosa, comprobó que dentro estaban todos sus instrumentos de curandero. Las vendas, los pequeños frascos con plantas medicinales, el tarro con el emplasto para evitar infecciones. Con cuidado cerró el morral y pasó su correa por su hombro, quedando cruzado y descansando en su cadera, para tener un fácil acceso a su contenido. Se echó la mochila al hombro sin comprobar lo que había dentro, y vio sus ropas que recogió en un hatillo. Resistió la tentación de ponerse la botas, quería ver la planta de su pie antes de taparlo. Los viejos hábitos morían tarde.
Por último encontró su martillo, con las marcas del uso que se vio obligado a darle en su lucha contra la Horda, el escudo y su armadura. Esta última había sido desperdigada por el fondo del carromato sin ceremonia alguna. El coger el peto de la misma fue un nuevo mazazo en su alma. Si recoger su morral y sus cosas había supuesto, por la fuerza de la costumbre, un pequeño alivio, ver el peto fue como caer de golpe en un lago helado. Allí, mirándole de frente estaba el frontal de su peto. El otrora hermoso símbolo dorado de Lathander había sido quemado y destruido.Un recordatorio de quién era ahora. En silencio, Godric bajó la cabeza y terminó de recoger sus cosas.
Siguió a los demás hasta lo que sería sus barracones. Pese a las negras nubes que cubrían su ánimo no pudo evitar mirar a la delegación élfica. Su porte le sorprendió. No eran los primeros elfos que veía, había compartido campamento con algunos durante la campaña, pero el halo que rodeaba a estos le hizo detenerse y mirar quizá descaradamente. Cuando la hermosa mujer les dedicó una leve sonrisa, Godric sintió que su cara enrojecía y se apresuró a llegar hasta los barracones. Al llegar no pareció importarle el estado de los mismos. De camino, cogió un pequeño cubo con agua de lluvia, le costó, pues llevaba demasiadas cosas en las manos, pero de alguna manera consiguió llevar todo hasta el jerbón de paja más apartado de todos. Soltó su armadura por piezas con gran estrépito al golpear unas con otras y musitó un tímido " perdón" cuando los demás miraron sobresaltados.
Se sentó al borde de la que sería su cama y miró el cubo con agua durante unos segundos. Después, de manera mecánica pero con la templanza que da la experiencia, se lavó las manos y utilizó el agua para limpiar la planta de su pie. Abrió el morral y utilizando parte de sus suministros curó la herida y la vendó lo mejor que pudo. Aparentemente satisfecho del resultado, tiró la sucia alpargata del otro pie y se lavó el otro pie con el agua que le quedaba. Ponerse las botas fue a la vez un alivio y un pequeño suplicio al meter el pie herido, pero tenía que moverse un rato aún por el recinto.
Colocó sus cosas y recompuso su armadura antes de salir a por la cena. Era parca, pero el poder tomarla con las manos libres fue un curioso cambio. Comió en silencio, intentado no cruzar la mirada con ninguno de los demás reos, en especial el salvaje elfo que parecía estar dispuesto a saltar tanto por encima de la empalizada como encima de ellos. Pensativo cogió su escudo y comenzó a limpiarlo. Una vez más, los recuerdos de la rutina parecieron calmar un poco su mente. Las muescas de las batallas salpicaban su superficie. No se atrevió a hacer lo mismo con su armadura. Aún no.
Sintió la mirada del humano clavada en él y le saludó con la cabeza. Fue un gesto involuntario. Durante la campaña de la Horda había compartido muchos momentos iguales preparando su equipo con los caballeros, exploradores y magos de guerra de Cormyr. Fue entonces cuando le reconoció. ¿No era aquel Sir Leobald? Si... había estado destinado en la misma compañía que su padre durante unas semanas, y a él lo conoció en un cambio de guardia. No habían cruzado más que algunas palabras, pero le sorprendió verle allí.
¿Cómo podía haber acabado en aquel lugar? Mejor sería no sacar ese espinoso asunto. Godric había aprendido que cada uno llevaba su culpa a su manera y no era algo de lo que hablar abiertamente. Además, el caballero no querría hablar con él. Incluso un caballero caído tenía más estatus que un clérigo excomulgado y abandonado por su dios.
Godric esperaba no haber ofendido al caballero con su gesto de saludo, y, claramente avergonzado, bajó de nuevo la cabeza y se dedicó a seguir limpiando su escudo.
PbP Character: A few ;)
La visión del cielo despejado e infinito salpicado por estrellas resplandecientes le inyectó a Adriana una sensación de valentía que realmente necesitaba, recordando que incluso en los lugares más oscuros la luz continuaba brillando imperturbable. Siguió a sus compañeros hasta el carromato en el que encontró la mochila con sus pertenencias; poca cosa había conseguido rescatar, teniendo en cuenta a lo que solía estar acostumbrada, bienes materiales innecesarios la mayoría, comodidades de la clase alta, pero que se habían convertido en su modo de vida. Se despidió de ellas con resignación agradeciendo que, al menos, aquello que llevaba en el petate estuviera en buen estado.
Cuando recorrían el camino hacia sus nuevos aposentos, se quedó absorta mirando hacia el lugar donde se encontraba la comitiva élfica; les observó con curiosidad, confirmando definitivamente no reconocer a ninguna de aquellas figuras casi divinas. La sonrisa de la delicada elfa fue reconfortante y Adriana la correspondió con una mirada de admiración y otra tímida sonrisa de agradecimiento.
Con cierto pesar continuó su camino hasta llegar a la maltrecha estructura que se convertiría en sus aposentos de ahora en adelante. No pudo evitar recordar su amplia y confortable habitación en la corte, para descartar acto seguido los sentimientos de añoranza y tristeza que le producía la comparación. -"Podría ser peor" - pensó, resuelta a concentrarse en el presente y a conformarse con aquello que se le ofrecía, mejorándolo si estaba en su mano. - Este lugar necesita algo de luz, ¿no creéis? - una voz dulce y tranquila inundó el silencio de la estancia, mientras sus manos se movían con rapidez y cuatro pequeñas esferas se materializaban flotantes en las esquinas del techo, arrojando una luz de un amarillo tenue y proporcionando calidez a su alrededor.
cast: dancing ligths
- Mucho mejor - dijo con confianza, mientras se acercaba con rapidez a la pila en la que se amontonaban los colchones, agarrando uno de ellos con dificultad. Lo arrojó al suelo y lo arrastró como pudo hacia uno de los rincones de la estancia, levantando una gran polvareda en el proceso, lo que le hizo toser y trastabillar varias veces; con evidente dificultad y tras varios intentos, la enclenque elfa consiguió colocar el fardo en una de las estructuras de madera, devolviéndole así su utilidad de antaño. Casi sin fuerzas, ahuecó la paja que se había convertido en su nuevo lecho, depositando una de las mantas roídas por encima. Con la respiración entrecortada y los brazos en jarras, observó con orgullo su trabajo, dibujando una amplia sonrisa en su rostro.
Sin dilación, se dirigió hacia la mesa, sentándose en uno de los taburetes y sirviendo en varios cuencos, para ella y sus compañeros, la helada y nada atractiva comida que les habían proporcionado. Sus tripas rugían con una violencia inusitada que empezaba a provocarle un dolor intenso. Miró al resto del grupo - que aproveche - dijo con educación, llevándose una cucharada a la boca y evitando la pequeña arcada con la que sus entrañas respondían a aquel bocado. Más que el sabor, casi inexistente, fue la desagradable textura de la patata arenosa y la carne correosa lo que estuvo a punto de provocar que vomitara allí mismo. Pero se obligó a seguir comiendo, solo un par de cucharadas, hasta que sus tripas se calmaron.
Dando por finalizada su frugal cena y sin levantarse aún de la mesa, se sirvió un vaso de agua y observó durante unos minutos a los desconocidos con los que irremediablemente compartiría aquel espacio. Esto no era del todo cierto, ya que a dos de ellos les recordaba de ahora su tan lejana vida de la corte. A Leobald le había resultado complicado reconocerle, había cambiado mucho desde la última vez que le vio junto a su padre recorriendo los pasillos de palacio; nunca imaginó volver a encontrárselo en un lugar como este. Y luego estaba Godric, con el que nunca había cruzado palabra pero con el que había coincidido en varias ocasiones. Realmente parecía otra persona, una sombra de la imagen que recordaba de aquel acto oficial en el que fue condecorado por la Corona. Pero de pronto no se sintió tan extraña y saberse en compañía de conocidos le confirió un sentimiento de familiaridad y seguridad al que se aferró como a un clavo ardiendo. Se preguntó si ellos sentirían lo mismo ante su presencia.
De nuevo observó uno a uno al grupo. El aspecto de todos, incluyéndose a sí misma, era deplorable. Ninguno parecía herido de gravedad, pero todos mostraban las mismas lesiones provocadas por los grilletes y las cadenas y seguramente contusiones y moretones ocultos a la vista. Y, al igual que Godric, muchos presentaban heridas en sus pies desnudos y castigados. Se levantó lentamente, acercándose a su camastro, y de nuevo un murmullo resurgió de sus labios, acompañado por otro movimiento acompasado de sus manos.
- Espero que esto os ayude a descansar - susurró, a la vez que tres pequeñas auras de una luz brillante se escapaban para impactar suavemente en Mablung, TocToc y Khalion. Acto seguido, la elfa se acercó a Leobald y con un gesto delicado rozó el hombro del humano con sus dedos que desprendían una extraña luz. Repitió el mismo proceso con Godric, que permanecía absorto limpiando su escudo.
Healing light: 3 para Mablung; 1 para TocToc; 2 para Khalion
Cure Wounds: 9 para Leobald; 7 para Godric
El efecto curativo y reconfortante de sus hechizos se extendió a cada uno de ellos, aliviando al menos el dolor físico y haciendo desaparecer sus rozaduras, heridas y contusiones, pretendiendo así mostrar un gesto de buena voluntad hacia sus nuevos compañeros - Me llamo Adriana Ilidan, no hemos tenido ocasión de presentarnos adecuadamente ahí arriba - dijo, tomando asiento en el fardo de paja, hablando en tono conciliador - Parece que pasaremos una buena temporada juntos en este lugar y mi intención es hacer aquello que esté en mi mano para que nuestra estancia sea lo más... agradable posible - dijo mirando esta vez al elfo de los bosques - las condiciones aquí ya son lo suficientemente deplorables como para empeorarlas entre nosotros - sonrió de manera sincera, sin querer hacer referencia a los motivos por los que habían sido condenados, esperando la reacción del resto ante sus palabras que pretendían ser, como mínimo, un pacto de no agresión.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
"Ni en estos momentos iba a poder descansar" pensó para si Khalion. Con el rostro medio cubierto por los cabellos y cinta dorada en mano se fundió entre el cortejo de reos camino de barracones. El frío le mantenía a raya el cansancio de un puñado de días en vela. Remordimientos e interrogatorios le habían alejado de ese necesario asueto. Desde el incidente y por primera vez en mucho tiempo había tomado el control. Necesitaba ese dolor y amargura merecida sin que otra presencia funcionara como bálsamo. Un escalofrío recorrió su espalada cuando vio las pertenencias a las que ya había renunciado. Un par de cimitarras con sus fundas cruzadas descansaban sobre la mochila. Aún conservaba rastros de sangre reseca y ennegrecida en las cintas de cuero de la empuñadura. Al instante supo que los filos estarían igual. Alzó con su brazo el macuto con su equipo. Peso correcto, quizá alguna moneda había "volado". Y su mascara. Trabajada con esmero solo cumplía la función de una mascara, cubrir el rostro. Terminó de cubrirse la cabeza con un pañuelo amplio y la capa, también con rastros de sangre, que había junto a sus pertenencias.
Mas elfos, pensó cuando vio la esbelta comitiva. Los tenía muy vistos, la verdad. Tampoco le preocupó mucho que demonios les había llevado hasta aquel oscuro y olvidado lugar. Aguantó la mirada de la elfa tras su cobertura aunque mas interés le despertó aquel mecanismo de poleas, así como el campamento y sus edificios. Después, siguió con la mirada la hazaña del druida, con una sonrisa escondida bajo la máscara pensó "¿principiante?" o una audaz manera de conocer los limites de esta nueva libertad. Tiró su macuto sobre un montón de paja cercano a la puerta sin preguntar si alguien mas lo quería, cogió un cuenco y agachó la cabeza como muestra de agradecimiento a las artes curativas no solicitadas de la eladrin. Bajo la máscara reverberó un "gracias milady" en perfecto élfico. Aproximándose a ella, colocó su mano en su hombro, desquitándose de aquella deuda no solicitada y aliviando también su malestar.
Healing Hands. 2 hp a Adriana.
Ya fuera con delicadeza fue retirando las cinchas de cuero de sus armas y sustituyéndolas por otras sin restos de sangre. Golpeó los lomos de la hoja para desprender los restos resecos sobre el filo. Aquella sangre le dolía en lo mas profundo. La misma sangre que empapaba el pañuelo que mantenía bajo sus ropajes. Un recuerdo material tan pesado como el inmaterial que atenazaba su pecho. Mientras afilaba las hojas observaba a los guardias, sus rotaciones, su número y dedicación.
Sin probar bocado y mas preocupado de lo sucio de su equipo que de si mismo, cayó. abatido, sobre el saco de paja sin prestar mucha mas atención a sus compañeros de presidio. Estaba demsiado acostumbrado a compartir plato, mesa y habitación con gentuza de igual o peor calaña. Y una daga bajo la almohada que también otorga cierta seguridad.
Aquella situación no le gustaba para nada a Mablung, la cinta que le habían dado le parecía más pesada que una cadena de hierro, claramente eran prisioneros, no importaban las palabras amables, eran un espejismo. Cogiendo su equipo le dio un gruñido al chico del estiércol: -cuidado chico, tarde o temprano todos acabamos siendo abono- mientras revisaba el filo de su cimitarra. Sin esperar la respuesta se dirigió al barracón.
Su mirada no pudo evitar al grupo de altos de elfos que parecía estar de excursión en aquella prisión. La mirada de la ella debería de haber traído algo de paz y esperanza, pero para el druida sólo trajo amargos recuerdos. ¿Donde estaban los altos elfos mientras el bosque era atacado? A los ojos del druida aquellos elfos no significaban nada. Antes de seguir su camino le devolvió la mirada, pro en la suya solo había dolor y rabia.
El barracón era peor que algunas de las cuevas donde había dormido, el exterior del mismo era mucho más apetecible. Sin mucha ceremonia cogió una de las escudillas y se colocó en el extremo más alejado de la elfa. La comida le sentó bien, hacia días que no comía de forma aceptable, sonrió cuando vio el rictus de la elfa al probarla. Tras acabarse aquel guiso, comprobó el estado de sus exiguas pertenencias, revisó que la cuerda del arco mantuviese la tensión, que el martillo estuviese limpio y sin marcas de óxido, afiló un poco la cimitarra y cuando finalizó se quedó observando fijamente la puerta. Casi se había dormido cuando sintió la magia de la elfa sobre el, con un gruñido se levantó y la dijo: - No necesito tu ayuda profanadora, vuelve a usar tu magia conmigo sin mi consentimiento y tendremos algo más que palabras. A diferencia tuya no necesito estas cuatro paredes para que mi estancia sea agradable y pienso estar entre ellas el menor tiempo posible.
Tras esto cogió sus pertenecías y una de las raídas mantas y saliendo del barracón, busco la pared que mejor lo protegiese del viento y las vistas indiscretas y se acostó apoyado en ella.
Godric se sorprendió cuando escuchó la melodiosa voz de la elfa y casi se atragantó con la ajada patata que intentaba tragar. Una parte de él pensó que cocinar de aquella manera si que era un crimen pero no podía hacer nada al respecto. Quizá al día siguiente.
Para cuando quiso contestar al saludo de la elfa ya había pasado más tiempo del educadamente aceptable y optó por esbozar una tímida sonrisa y seguir comiendo.
Mientras estaba limpiando el escudo, intentando mantener la vista en el mismo sintió de pronto el cálido y agradable contacto de la elfa. Una energía refrescante, casi amable, recorrió su cuerpo. Inmediatamente sus castigados músculos sintieron el alivio de una noche reparadora de sueño. Las llagas provocadas por los grilletes se cerraron, en lugar de la carne roja e irritada, creció una piel nueva bajo la capa de suciedad y sangre seca. La energía siguió recorriendo su cuerpo, como un bálsamo para su dolorido cuerpo, hasta llegar al pie. Inmediatamente el pulsante dolor que sentía en el mismo desapareció por completo, como si nunca hubiera existido.
Todo ocurrió en apenas un segundo.
La sensación dejó sin aliento al joven humano.
Abrió la boca ya que sentía que le faltaba el aire.
Mientras había limpiado y vendado su pie no se había permitido pensar en que, hace un tiempo, habría podido pedir ayuda a Lathander y este habría contestado y todas sus heridas, y las del resto, habrían desaparecido. Pero eso ya no ocurriría jamás. Lathander le había retirado su gracia y él se sentía completamente solo y fracasado.
Había conseguido mantener esos sentimientos a raya hasta ese momento, pero sentir de nuevo Magia curativa recorriendo su cuerpo de improviso como pensó que jamás volvería a sentir fue demasiado.
Las lágrimas se agolparon en sus ojos y por segunda vez intento llenar de aire sus pulmones sin éxito.
Su rostro giró hacia la elfa. ¿Acaso está era una nueva y cruel forma de tortura de sus captores? ¿Se estaba riendo de él la elfa demostrando que ella aún conservaba sus poderes pese a sus crímenes?
No, su expresión de sorpresa y hasta de preocupación al ver la reacción de Godric dejaba claro que había intentado actuar de buena fe.
La elfa intentó acercarse de nuevo a él pero Godric levanto una mano para impedírselo.
Algo más recompuesto, pero con la voz aún rota le dijo
- Gra... gracias. Yo... no merecía el esfuerzo... os lo agradezco. -
Traga saliva un par de veces e intenta decir algo más, lo que sea para desviar la atención de si mismo cuanto antes.
- Yo... podría ayudaros a sanar a los demás si fuera necesario. Tengo cierta práctica en el uso de emplastos, vendajes y hierbas... no malgastéis vuestros poderes en mi os lo ruego. Mi nombre es Godric- añade rápida y torpemente limpiándose los ojos con el dorso de la mano.
PbP Character: A few ;)