-Por supuesto Dra. De camino al laboratorio puedo mostrarle donde lo encontré. Quizá pueda investigar los sucesos de los periódicos de los últimos días por si encuentro referencia a algún ataque de animal… ¿Quizás en la enfermería del Campus? Suponiendo que el ataque fuera aquí claro… He oído que la policía es capaz de sacar las huellas dactilares de los dedos y tiene una base de datos de las mismas. No tiene que ser de un supuesto, pero puede que nos sirva como futura referencia si no logramos dar con el desdichado dueño… -
Percibiendo la lógica turbación de su mentora, Henry intentaba distraerla de los extraños descubrimientos que habían hecho aportando sugerencias más pragmáticas.
- Siguiendo su razonamiento de que se trate de algún tipo de experimento, me inclino a pensar que el cuidador o el científico habrán sufrido la pérdida de ese dedo mientras manipulaban el espécimen y se escapó de su jaula. -
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La doctora meditó unos momentos, aún con gran preocupación.
- Antes de acudir a la policía, realizaremos nuestras propias pesquisas. Salgamos de aquí. Muchacho, ve a investigar noticias, ya no solo aquí, en Inglaterra, sino en América, de donde proceden las Cyanocittas, parece ser la especie base de este… experimento. Yo iré al laboratorio, nos reuniremos en mi despacho a medio día -
Andrea recogió los materiales y se acercó a la salida, apagando la luz y abriendo la puerta al estudiante. Echó un último vistazo a la sala y cerró con llave. El sonido de sus tacones resonó con firmeza por el pasillo, de camino al laboratorio.
Cuando hubo llegado a su destino, cerciorándose de que a esas horas se mantenía desierto y libre de miradas indiscretas, extrajo de su maletín el cuerpo del espécimen y las muestras recogidas en la sala de disecciones. Con cuidado, colocó todas ellas en orden y se dispuso a inspeccionarlas bajo el telescopio.
Biología, me gasto 1 punto: 7
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"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Algunos esqueletos de animales y láminas de ilustraciones científicas jalonaban las paredes. Las mesas corridas albergaban algunos vasos de decantado y varios microscópicos ópticos. Aún algo alterada por los descubrimientos se puso a trabajar enseguida.
Tras varias horas de estudio de los tejidos, la sangre y la extraña sustancia negra y viscosa la doctora llegó a la conclusión de que los tejidos, aún de varias especies diferentes, tenían un crecimiento normal aunque desigual. Las deformidades parecían mutaciones naturales que acababan a menudo en bulbos, callosidades sebáceas y dermatitis pronunciadas, pero ninguna de ellas pareciera incompatible con la vida. Nada de virus ni bacterias ajenas a los que pueda tener un ave de aquellas características. De la sustancia negra alojada en el cerebro no estaba tan segura. No era capaz de averiguar qué era, ni siquiera parecía basada en el carbono. Parecía un hongo de lo más extraño. Había parasitado los tejidos asimilándose entre ellos. Sin embargo, la causa de la muerte, ahora estaba segura, era la acumulación del matarratas en el hígado. Andrea conocía el Warfarin, era un matarratas muy popular y barato al que todo el mundo tenía acceso. La primavera pasada varios pastores envenenaron a unos zorros rojos protegidos de la reserva de caza de Lancanshire y la policía le pidió un examen como experta. Aquella cosa emplumada sobre su mesa podría haber muerto accidentalmente al comer de una trampa para bestias de igual modo.
En cuanto al meñique, pertenecía a un hombre adulto, no muy limpio por los residuos bajo las uñas y seguramente fumador empedernido por el amarrillo enfermizo de la queratina. Apenas había sido digerido así que debía haber sucedido hacía horas. A todas luces habría sido arrancado de sus dueño de cuajo por el pico del animal, el corte no dejaba lugar a dudas.
Walter, un colega escocés pelirrojo de aspecto quebradizo, se asomó al laboratorio.
—¿Andrea, qué haces aquí? ¿No tenías médico con tu hija? —preguntó empujando sus gafas sobre el puente de la nariz mientras sujetaba un maletín de cuero dispuesto a salir.
¡Cierto! Lo había olvidado ¿Cómo era posible? Las horas volaban cuando metía la nariz entre las lentes del microscopio. Tendría que correr para llegar a la consulta con Lucinda, al otro lado de Brichester.
Andrea, ensimismada en su trabajo, dio un respingo cuando escuchó la voz de su colega; en un principio preocupada por si había descubierto aquel extraño ser, pero enseguida su preocupación se derivó al olvido de la cita médica de su hija.
- Walter, sí, me voy ya, me he entretenido más de la cuenta - contestó sin darle ninguna explicación sobre su presencia en el laboratorio. Ofrecerla quizá hubiese levantado alguna sospecha. Sus compañeros de Cátedra y ella misma acudían a aquella sala por muy diferentes motivos y no eran necesarias las justificaciones.
Apresuradamente, recogió todo lo desperdigado por la mesa y su cuaderno de notas en el que había apuntado todas sus averiguaciones y se despidió de su compañero sucintamente. Antes de salir del edificio, pasó por su despacho, guardando su maletín en uno de los armarios. No pretendía pasear por toda la ciudad a un animal muerto, y menos acercarlo a su dulce niña. Arrancó una hoja en blanco de su libreta y escribió “Fuera de la Universidad. Dra Parker” con trazas que denotaban premura. Era evidente que quien hubiese escrito esta nota tenía bastante prisa. La colgó en la puerta de su despacho, pensando en la cita con Henry, se cercioró de que la puerta quedara bien cerrada y se encaminó hacia la salida.
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"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Andrea salió de la Universidad con un rictus serio y concentrado, abrochándose la gabardina ante el golpe de aire húmedo que recibió de aquel medio día nublado y turbio. Subiéndose al Austin 104 color verde oscuro, cerró con un portazo y arrancó apresuradamente.
Miró de nuevo su reloj de pulsera y se maldijo una vez más por su mala cabeza. Llegaría a la cita médica quizá 10 minutos tarde, el doctor les atendería, pero no se libraría de la mirada reprobatoria de su suegra, que aprovechaba cualquier mínima oportunidad para recordarle lo que para ella eran sus negligencias como madre. Si por aquella mujer fuera, Andrea hubiera renunciado a su carrera profesional y se hubiera dedicado en cuerpo y alma a su hogar, su hija y su marido, convirtiéndose en la ama de casa que la sociedad esperaba e imponía. Obviamente, se negó con rotundidad. No iba a tirar por la borda sus años de esfuerzo y estudio, su profesión, que era una de las pocas facetas de su vida que le hacía feliz, a parte de su niña. Y aquella mujer no tuvo más remedio que aceptarlo. Sin embargo, Andrew jamás dio muestras de disconformidad y Andrea sospechaba que, en caso de no estar de acuerdo, tampoco se hubiese atrevido a exteriorizarlo.
Paró en un semáforo. Observó la luz roja con impaciencia cuando una bandada de estorninos atrajo su atención cruzando el cielo encapotado, y sus pensamientos aterrizaron en sus descubrimientos hacía escasos minutos en el laboratorio. El desasosiego ante las implicaciones de aquel análisis invadió a la doctora, cuando habitualmente la sensación de un nuevo hallazgo era de satisfacción y éxito. Al menos no había rastro de virus o bacterias peligrosas para el ser humano, lo que le permitía no avisar a las autoridades por el momento. Pero su morfología, los tejidos de varias especies diferentes, las mutaciones aparentemente naturales y, sobre todo, aquella sustancia negra que resultó ser un extraño hongo, se escapaban a su conocimiento y le provocaba gran desazón. ¿Quizá debiera consultarlo con el Doctor Power, su mentor? Desde luego recurriría a él si llegara a ser necesario.
Y aquel meñique… si fueran capaces de dar con el hombre al que pertenecía, podrían recabar más información. Se le ocurrió investigar en las zonas donde se solían poner trampas para bestias, quizá encontrarían más especímenes por los alrededores. Al menos esperaba que Henry hubiera encontrado algo más de información en los periódicos.
A más velocidad de la que solía conducir, atravesó la ciudad hasta llegar a su casa, un edificio de dos plantas de ladrillo, con puertas y grandes ventanales de madera igualmente verde oscuro y unas cristaleras con motivos florales típicos de la época. Uno más de los muchos hogares de la ciudad, sin grandes ostentaciones ni lujos, pero con un jardín exquisítamente cuidado, uno de los hobbies con los que Andrea disfrutaba en el poco tiempo libre del que disponía.
Ante la urgencia de la hora, tocó el cláxon un par de veces. La figura de la madre de Andrew no tardó ni dos segundos en aparecer por el ventanal, con su rictus serio. Abrió la puerta y, agarrada a su mano, surgió una niña de tres años embotada en un abrigo y un gorrito con pompones de lana. Sus regordetes mofletes se agitaron con sus sonrisa y un gritito de alegría: - ¡Mamá!- exclamó, mientras Andrea bajaba del coche, con una amplia sonrisa, abriendo los brazos para recoger a Lucinda, a la que besó y abrazó con cariño. Estaba claro que la doctora, en presencia de su hija, parecía otra mujer.
- Llegas tarde - profirió con enfado la abuela - la niña lleva esperando más de media hora, ¿qué estabas haciendo? Te dije que podía llevarla yo, pero no, tú te empeñas y otra vez tarde, siempre tarde -
Andrea ignoró abiertamente las acusaciones de la mujer, colocando a su hija en el asiento de delante del coche. Se despidió de su suegra agitando una de sus manos y salió del aparcamiento camino al médico.
Tras la espera en la sala y la visita con el doctor, de la que se concluyó que la niña sufría de resfriado común, habitual en esta época del año y a estas edades, Andrea, más relajada, se encaminó de nuevo a la casa. Eran más de las dos de la tarde y estaba hambrienta y cansada. Los acontecimientos del día no le habían permitido probar bocado y ahora comenzaba a notar la falta de alimentos en su cuerpo. Pensó en Henry, esperaba que hubiera visto su nota y valoró la posibilidad de volver a la Universidad para compartir la información obtenida. Pero ese día ya no tenía clases, se había tomado el resto de la tarde libre por la visita al médico, así que finalmente decidió dedicar el resto de jornada a descansar, estar con su hija e intentar calmar su ánimo. Mañana sería otro día y esperaba contar con la mente más despejada para afrontar la investigación.
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"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Henry asintió a las palabras de la profesora y enseguida lamentó el haber abierto la boca. Con mal disimulado fastidio por no participar en el estudio histológico de aquel ser, se despidió de la profesora para ir a la hemeroteca. Pasó, primero, por la cafetería de la Universidad, prácticamente desierta en aquel día que sin ser festivo oficial tenía todas las trazas de uno, y se tomó un café mientras leía el periódico, un acto bastante común y normal, pero él buscaba algo muy concreto. Se guardó el bocata que había pedido en el bolsillo, envolviéndolo cuidadosamente en una servilleta, y se despidió de Doris, la camarera, dedicándole unas amables palabras y su mejor sonrisa.
Afortunadamente, la Universidad contaba con su propia oficina de correos, quedaba algo retirada de su destino, pero sin duda era mucho más conveniente tener que ir hasta la ciudad, lo cual le habría quitado mucho tiempo. Una vez allí, puso varios telegramas, un par a distintas universidades, a su departamento de biología, preguntando dos cosas, si conocían casos ce migraciones, ya fueran voluntarias o forzadas por el hombre, de aquella especie entre las Américas e Inglaterra, y otra si habían encontrado alguna enfermedad genética o vírica que pudiera causar malformaciones. Otro a una revista sobre ortinología que conocía preguntado básicamente lo mismo. Personalmente pensaba que aquello no iba a dar mucho resultado pero la Dr. Andrea se lo había pedido y era mejor hacerlo. Cuando llegó a la hemeroteca pasó varias horas revisando periódicos y revistas de caza y ornitología, tanto locales como de la zona circundantes, en busca de sucesos tan peculiares como aquel hallazgo. Cuando el reloj dio las 11:45 Henry casi se cae de la silla, cogió sus notas, su abrigo y salió corriendo hacia el despacho de la profesora, esperaba no llegar tarde, sabía lo puntillosa que era la Dra. Parker con la puntualidad. En ocasiones pensaba que Greenwich la consultaba a ella para saber la hora correcta.
Por eso su sorpresa fue mayúscula cuando encontró el despacho cerrado y la apresurada nota en la puerta. ¿Qué había podido pasar? ¿Tendría que ver con el hallazgo de aquel pájaro?
Lucinda juega por fin en su cuarto, al final del día. Andrea no pudo evitar observarla desde la puerta de su cuarto. ¿Cómo era posible que aquella criaturita angelical hubiera salido de su cuerpo? Solo observándola jugar sintió como si el peso del mundo fuera de pronto más llevadero. El dedo meñique izquierdo de la pequeña, que permanecía ligeramente torcido por un defecto de nacimiento, devolvió Andrea a los turbadores acontecimientos de aquella mañana. Sin embargo sintió que Lucinda le daba la fuerza que necesitaba para sobreponerse y avanzar en aquel puzzle. Solo era eso, un puzzle por resolver. Uno más.
Andrew la descubrió en el dintel de la puerta. Observó también a su hija, sonrió a Andrea y la besó en la mejilla antes de dirigirse al salón escuchar la radio, como cada noche antes de dormir. La Dra Parker se preguntó si el joven Henry habría averiguado algo. Seguramente mañana verían las cosas con más claridad.
Tras enviar los telegramas a Oxford, Birmingham, Cambridge, la Sociedad Ornitológica de Londres y la revista The Field. Solo quedaba esperar respuesta.
Henry se hizo con varios periódicos y se dispuso a leerlos en la hemeroteca de Brichester. Pronto los pliegos del Times, el Herald, el Daily Telegraph y The Field cubrían toda la mesa. Estaba prácticamente solo en el local. Los leyó ávidamente, pero no encontró ninguna referencia a la criatura o su descubrimiento. Pobreza, huelga, paro, precariedad, agitación política en Alemania, los conservadores prometiendo la grandeza del Imperio, los liberales clamando a la ruina. Inglaterra perdía contra India en cricket, qué lamentable. Suspiró y los volvió a leer más despacio prestando atención a todos los detalles. Pasaron las horas. Nada salvo un dolor de espalda. Lo único que llamó su atención, por lo escandaloso del asunto, era un artículo en el Telegraph en el que se denunciaba la pésima situación del instrumental de la Royal College of Science de Londres. Por lo visto todo era tan viejo que en las últimas semanas todos los experimentos habían registrado, palabras textuales, “anomalías que solo la bochornosa baja inversión, fruto de la deriva comunista del anterior gobierno, hacia la regia institución podía explicar”.
Sin apenas darse cuenta ya era la hora de comer, seguiría luego con lo que estaba haciendo. El cielo volvía a ser plomizo. En los jardines de la universidad los árboles, desnudos de hojas, mostraban sus esqueletos nervudos mientras la llovizna empapaba la ropa. Un grupo de cuervos graznó desde una rama raquítica. Aceleró el paso hasta el despacho de la Dra Parker.
Tras comprobar que la Dra Parker no acudirá a su cita recuerda que él mismo también tenía otra cita al otro lado del campus. Henry había quedado con su prometida para verse un rato entre clases. La Dra Parker se había puesto algo solemne para su gusto. Estaría bien un poco de ligereza para variar. Su prometida estudiaba Medicina al otro lado del campus. Acarició distraídamente el anillo de pedida preguntándose si había hecho lo correcto. Pero realmente daba igual, había sido emocionante. Quizá eso era amor. Ya vería donde llevaban las cosas.
Su prometida estaba esperándolo a resguardo de la lluvia en el viejo templete de estilo decimonónico que sólo se ocupaba por la orquesta de la Universidad, poco antes de las vacaciones de verano. Normalmente risueña, la encontró algo turbada esta vez. Tenía una carta en las manos. Su beso de bienvenida apenas rozó los labios de Henry.
La visita transcurría lúcidamente. Kale llevaba dos años ingresado, como bien sabía Arthur, y ambos visitantes advirtieron que a estas alturas parecía completamente institucionalizado. Arthur notó a Kale algo olvidadizo, pero no en vano habían pasado los años desde que le diera clase. La conversación fue educada y formal, acudiendo a menudo a los viejos recuerdos del seminario. Sin embargo, Arthur advirtió el extraño de tic que aflige al viejo profesor. A veces, durante la charla, el lado derecho de su rostro se tensa y su cabeza se tuerce ligeramente a la derecha. Simultáneamente hace un sonido silbante contrayendo sus labios sobre los dientes. Sally apenas intervino en la conversación, pero parecía especialmente interesada en estos accesos de histrionismo.
En un momento dado Abraham les pidió que lo llevasen a su habitación. Tenía frío. Tas echar un vistazo al cielo dejó el crucigrama a medias y entró en edificio algo turbado. Una bandada de cuervos salió volando de un árbol cercano hasta perderse entre las nubes. Parecía que iba a llover otra vez.
Henry observó el grupo de cuervos intentando distinguir alguna malformación o característica similar al que había descubierto aquella mañana pero no se detuvo mucho al saber que llegaba justo a su cita con la profesora. Cuando llegó y vio que no estaba se sintió un poco decepcionado. Preguntándose si la ausencia de la profesora tendría que ver con su descubrimiento finalmente el estudiante se encogió de hombros, nada podía have hasta ver a la profesora dentro de dos días, pues no creía que se fuera a presentar al día siguiente que era festivo. Total aquella extraña ave no iba a ir a ningún sitio ya.
Al ver a la hermosa chica esperando Henry sintió los nervios arremolinarse en el estómago. Se volvió a preguntar si aquello era amor o sólo nervios porque se suponía que iba a casarse con aquella chica. Sin embargo dejó de lado sus inquietudes cuado notó la turbación de la chica. Henry se sentó al lado de su prometida con gesto preocupado.
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[Hospital St Mary Bethlem]
Arthur se sentía en una montaña rusa emocional. El temor por cómo se encontraría su antiguo mentor, dado el aparente estado de sus compañeros pacientes, se tornó alivio al contemplar la lúcida respuesta del mismo cuando le reconoció en el jardín.
Por un rato, el esbelto joven se sintió feliz, rememorar el pasado parecía rejuvenecer al anciano clérigo e incluso no se extrañó de que la señorita Williams no pareciera tener nada que aportar a la conversación. Sin embargo, según avanzaba la velada, de nuevo la aprensión se iba apoderando de él. Tanto los gestos, como lo que parecía un leve estereotipo, del viejo sacerdote le hacía temer que el estado de Abraham era peor de lo que su educada locuacidad indicaba.
Cuando un cada vez más aturdido Kale pidió volver a la habitación, Arthur se levantó como un resorte y, con una amabilidad y suavidad que no concordaba con lo brusco del gesto anterior, colocó su hombro y brazo bajo la axila de su antiguo tutor y le ayudó a volver al edificio.
Le sorprendió la facilidad con la que le podía sostener, prácticamente le llevaba en volandas; aunque las frías tardes de invierno en la pista de atletismo le habían servido bien, la aparente fragilidad de un hombre que había sido robusto hace sólo dos años le preocupó aún más. Su alimentación sería uno de los temas de los que tendría que preguntar al doctor Bradfield, una vez que el señor Kale se hubiera acostado.
Kale se rascó una oreja incómodo, mientras miraba a un punto perdido donde las copas de los árboles tocaban el cielo gris. Y ahí estaba su tic otra vez, haciéndole parecer un ser extraño y torcido. Se colocó el mechón rebelde sin éxito.
—Hay muchos pájaros este año, ¿verdad? Sí, siempre hay muchos, desde siempre —dijo para sí algo ausente—. Pero no hay tórtolas, no. Claro que no. Hace frío esta mañana. —sonrió nerviosamente a Arthur y Sally—. Sí, dentro estaremos mejor. A la enfermera Rodgers no le importará.
Sonaba más como una esperanza vana que como una afirmación. La manta que había tenido sobre las rodillas quedó abandonada en el césped. Kale murmuraba cosas incomprensibles mientras se frotaba sienes, colgado del brazo del joven Arthur. Su habitación resultó no quedar lejos.
Desde la ventana del cuarto de de Abraham, Arthur se fijó en lo que había llamado la atención de Kale, lo que le había turbado de aquella manera. Una bandada de pájaros negros volaba en el límite del horizonte elevándose hacia las nubes. Entonces se dio cuenta de que aquellas aves describían un extraño patrón al moverse, como si volaran en espirales dentro de otras espirales. Jamás había visto nada parecido. Era turbador y sombrío, casi como un lenguaje perdido en la noche de los tiempos, como una danza insana. El joven seminarista sintió como los pelos de nuca se le erizaban. Kale se sentó en la cama y se agarró la cabeza con las manos.
La habitación de Kale era una pieza sencilla con una cama y un viejo escritorio de madera oscurecida con un par de cajones. Parecía limpia y olía a linimento. Una carpetita colgaba de los pies de la cama, seguramente con la posología de sus fármacos.
Los patrones en espiral llevan la mente de Arthur a reflexionar sobre otras cosas turbias que ha leído. Gana +2 en su próxima tirada de Ocultismo
Un nuevo día amanece en Brichester. Andrew acababa de preparar huevos en la cocina y Lucinda correteaba por la planta baja con una galleta en la mano y su muñeca Sully en la otra.
El olor a pan tostado, huevos y beicon con judías es agradable, es el hogar. La doctora Parker ya estaba impecablemente vestida. Los martes Arthur siempre llevaba al colegio a Lucinda y de paso dejaba a su madre en el club de bridge. Pronto la algarabía dio pasos al silencio.
—Mamá mamá, mira. Sully sabe volar. ¡Le han enseñado los pájaros! —decía risueña la pequeña Lucinda sin detenerse—. Las dos somos pájaros.
—Venga hija, deja a tu madre tranquila —su padre la ayudó con el abrigo—. Vamos, llegaremos tarde. ¿Madre lo tienes todo? —preguntó a la suegra de Andrea, quie salió de casa sin dirigirle la palabra—. Adiós cielo, que pases un buen día —Andrew besó a Andrea en la mejilla antes de salir.
Después, el bendito silencio. Tras el café y los huevos Andrea está lista para encarar el día. Cruzó la puerta con la decisión de siempre y entonces los vio. Sobre el canalón de la Sra Mullwater, su vecina, al otro lado de la calle. Una hilera de al menos media docena de cuervos negros la observaban fijamente. Solo que no eran cuervos, estaba segura. Su mirada parecía desprovista de vida e incluso de interés más allá de la curiosidad indolente. Como quien observa una hormiga.
Andrea tira Estabilidad. Aquí, en tu casa. Esto es demasiado, Esto lo cambia todo. ¿Qué vas a hacer?
—¿Te acuerdas de mí amiga, Wilkie? —preguntó al joven biólogo que evidentemente no tenía ni idea de quién le hablaba— el verano pasado dejó los estudios para hacer una estancia en enfermería, en Londres. Me ha escrito una carta la mar de extraña —dijo preocupada tendiéndole el papel manuscrito—. Toma, lee, dame tu opinión.
La letra era agitada y angulosa, propia de un carácter impetuoso o simplemente nervioso. Estaba fechada hacía unos días y llevaba membrete del Hospital St Mary Bethlem, Londres.
“St Mary de Londres. Fechada el 2 de septiembre. Querida Martha, espero que te encuentres bien,
Ya estamos en septiembre y aún no había podido escribirte. El trabajo en el St Mary es así de absorbente. Esto es más duro de lo que pensaba y no se si es lo que imaginábamos juntas. Los orines, las defecaciones, la falta de sueño, para todo eso estaba preparada, pero los chillidos y gemidos de estas pobres almas son terribles. Y para colmo de males, la enfermera Rodgers, mi jefa, es una auténtica bruja con el corazón de piedra. A pesar de todo, creo que podría lidiar con ello, con el tiempo necesario. Sí, podría lidiar con todo esto de no ser porque hace días que siento que algo más ha hecho presa en este lugar. Tengo miedo Marta. Están pasando algunas cosas que no puedo explicar. Algo con los pájaros. Tenemos un recluso, el Sr. Kane, un anciano encantador al que he llegado a tener gran estima. Se que no podemos hablar de los pacientes, pero su demencia ha empeorado y dice cosas a veces que hielan la sangre, aún sin encontrarles sentido. Hoy le he regalado unas ceras para dibujar, espero que tengan un efecto positivo en su estado, aunque lo cierto es que no lo creo. No sé si alguien puede ayudarle. He enviado ya algunas solicitudes. Cuento los días para conseguir un traslado a Londres, el St Vincent o el St Thomas estarían bien, pero aceptaría cualquier cosa.
Espero poder volver a verte antes de Navidad. Un abrazo afectuoso de tu amiga que te quiere. Wilkie Wats.”
Henry hubiera jurado que eran cuervos normales, pero tampoco se detuvo lo suficiente, impelido por las prísas.
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Henry tragó saliva al leer la carta, intentando aparentar normalidad frente a su atribulada prometida, pero desde luego aquello era mucho más que una simple casualidad. ¿Los pájaros? Aquella frase le atrajo más que el resto de la carta que, aunque inquietante, lo era sobretodo por el contexto en que esa frase la ponía. Devolvió la carta a Martha, doblándola con cuidado.
- Parece que tu amiga lo está pasando mal - contestó buscando las palabras adecuadas, intentando tranquilizar a su prometida aunque en su fuero interno ya había tomado una decisión, tenia que contarle aquello a la profesora Parker y tendrían que visitar a la amiga de su prometida en aquel hospital. - Es completamente normal, el sufrimiento humano es difícil de contemplar, y por lo que entiendo, poco puede hacer por esa pobre gente, o por ese anciano demente… y si a eso le unes una jefa insensible y difícil… -
Paseó su mirada por el campus, las nubes negras cargadas de lluvia amenazaban con soltar su carga en cualquier momento. Henry miró a su prometida que miraba hacia el suelo preocupada por su amiga.
- Tengo una idea. Te iba a contar que la profesora Parker y yo tenemos que ir a Londres a por unas muestras de laboratorio para sus investigaciones,me ha pedido que la acompañe pues al parecer las cajas que tiene que traer son algo pesadas. Creo que podré convencerla de que nos acompañes y así puedes ver a Wilkie y darle una sorpresa. Sin duda eso la animará y tú te quedarás más tranquila. ¿Qué te parece? -
Ella le miró entre sorprendida, esperanzada y algo incrédula de que la profesora con fama de arisca se aviniera a llevarla de pasajera. Henry leyó en su expresión sus dudas, reflejo de las suyas propias, pero le devolvió una sonrisa cómplice.
- Deja que yo me preocupe de la profesora- le dijo en voz baja con un guiño pícaro añadió- si te he convencido a ti para ser mi prometida, no tendré problemas en convencerla a ella. Ven, te invito a cenar, pero antes quiero asegurarme que Andy tiene cobijo para la noche.Tengo un bocadillo para él desde el almuerzo Después iremos a Marcy’s y pediremos tu plato favorito. -
Mientras salían para llevar a cabo aquel improvisado plan Henry ya pensaba en buscar el numero de la profesora en la guía y llamarla desde el restaurante para contarle todo, y una parte de él se preguntaba si el matrimonio sería eso, lanzar mentiras a su mujer para que no se preocupase. Viendo lo fácil y natural que le había resultado concluyó que sería un buen marido. Lo que era… preocupante.
Martha negó rotundamente. Estaban prometidos, no casados. No iba a largarse con él a hacer ningún viaje, ni que fuera una fresca. No iba a misa cada domingo para tirar toda su reputación por tierra ¿Qué dirían en Brichester? Martha accedió sin embargo a comer en el Marcy’s.
Cogida del brazo de Henry, se dejó llevar. Caminaron juntos hasta el centro aunque comenzaba a llover ligeramente. Enseguida llegaron a la puerta del Marcy’s.
—Ey chico, no tendrás por ahí algo de pan con mantequilla ¿verdad?—dijo Andy saliendo de un callejón —. Hace días que no como. Ya sabes, la vida de los auténticamente libres —sonrió a Henry mostrando sus dientes amarillos y las encías contraídas por una severa piorrea.
El mendigo se puso a su paso. El aliento le olía a rayos y su ropa a perro muerto. Llevaba una maleta de tela parcheada docenas de veces y sus zapatos estaban llenos de agujeros. Martha le miró horrorizada y puso a Henry entre medias.
—Venga, un poco de manduca para el viejo Andy, ¿sí? Y te contaré otra historia. Andy ha estado en muchos sitios, ha visto muchas cosas, sí. Andy conoce el nombre del viento y el color de las estrellas. Andy no es un don nadie gris. Andy es libre —dijo orgulloso casi olvidando el hambre—. Aprovecha el trato, puede que Andy no esté aquí mañana. Hay trenes cada día. ¿No? ¿Nada? Vale —dijo separándose del joven algo decepcionado justo en el momento en que Herny le lanzaba el bocadillo que había estado guardando para él toda la mañana.
Andy sonrió ampliamente y le hizo una visera militar a Henry mientras la pareja de prometidos entraban en el Marcy’s.
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Kuki estabilidad de doctora: 2
Andrea sintió como se le helaba la sangre. Allí, de pie en el quicio de la puerta de su casa, un nefasto presentimiento se personificaba en las figuras de aquellos seres, tan cercanos y tan reales.
A pesar del desasosiego que le producía la presencia de las aves, Andrea, ante todo, era científica, y los procesos de observación y análisis se habían convertido hacía tiempo en la manera en la que su cerebro se enfrentaba a la realidad.
Las observó en toda su extrañeza. Las memorizó minuciosamente, sus protuberancias, sus miradas vacías e inertes; sus posturas, cualquier mínimo movimiento de sus alas, acicalamiento o acercamiento entre ellas, algún sonido que pudieran emitir. Contó el número exacto de especímenes, reteniendo sus tamaños, el color de sus plumas, de sus ojos, hacia qué lugar dirigían sus miradas. No fue una tarea difícil, versada como estaba la doctora en los trabajos de campo a lo largo de su carrera, conocía muy bien los detalles a los que debía prestar atención.
La observación se convirtió en participante cuando Andrea decidió intervenir. Le interesaba saber si reaccionaban a algún tipo de estímulo. Entró en su casa rápidamente y se dirigió a la cocina, buscando un mendrugo de pan sobrante de la cena de la noche anterior. Lo desmigó con impaciencia y salió de nuevo al exterior, acercándose cautelosamente a la casa de la Sra Mullwater. Profirió un sonido gutural para llamar la atención de las aves, desperdigando las migas de pan por la acera, a unos metros de distancia.
Recordó el dedo meñique a medio digerir obtenido del estómago del cadáver inspeccionado. ¿La atacarían aquellos pájaros? El miedo se apoderó de ella ante tal expectativa, comenzando a caminar hacia atrás lentamente, con el objetivo de correr hasta su casa y resguardarse en cuanto detectara cualquier movimiento extraño de los animales.
Los pájaros negros graznaron y gorgojearon desde lo alto del canalón. Cuando Andrea esparcido el pan en la acera se limitaron a mirarla con sus ojos crueles, negros como el carbón. La Dra Parker pudo apreciar que todos los individuos eran ligeramente diferentes, aunque a veces compartían algún tipo de deformidad sutil, difícil de apreciar desde tan lejos. A ojos de cualquier neófito habrían pasado por cuervos normales. A alguno le faltaba un ojo, otros tenían joroba, otros bultos en la cabeza, otros una atrofia en el pico, otros una repugnante papada de piel oscura y todos tenían calvas de plumaje. Las aves observaron inexpresivamemte mientras Andrea retrocedía. La mayor parte de ellas en silencio.
Uno de los pájaros descendió a picotear el pan, pero desistió enseguida, nada interesado. Dedicó una mirada descarada a Andrea y revoloteó hasta posarse sobre una farola cercana.
Entonces una nube de otras docenas de pájaros negros apareció en cielo, volando en extraños patrones, como si girasen sobre si mismos en una espiral sin fin. Los pájaros de la calle de Andrea graznaron y levantaron el vuelo para unirse a la extraña danza. Poco a poco todos se perdieron entre las nubes. Sólo las migas de pan en el suelo quedaban como testigo de lo que había pasado. La señora Mullwater saludó a Andrea al volver de la compra y entró en casa.
Tras observar cómo las inquietantes aves desaparecían en el encapotado cielo, Andrea puso rumbo con impaciencia a la Universidad. Durante todo el trayecto en el autobús de línea, mientras tomaba notas en su libreta de lo acontecido frente a su casa, alzaba la mirada al cielo constantemente buscando cualquier otra bandada de pájaros, escrutando la densidad de las nubes por si detectaba el movimiento y la dirección de aquellos u otros grupos de pájaros similares.
Se dirigió a su despacho con rapidez, saludando escuetamente a las personas con las que se cruzó por el camino. En la puerta, encontró la nota que había dejado la tarde anterior, la arrancó y se introdujo en la sala buscando intimidad. Se acercó al armario donde había depositado el cuerpo sin vida del ave, asegurándose de que continuaba en el mismo lugar y se sentó en su escritorio, colocando sobre la mesa sus notas, estudiándolas mientras esperaba a Henry, intentando llegar a alguna conclusión.
Así la encontró su pupilo, inmersa en papeles y anotaciones que ocupaban gran parte de la mesa. Cuando el chico llamó a la puerta educadamente, la doctora le hizo pasar. En su gesto se reflejaba gran confusión y preocupación.
- Henry, espero que disculpes mi ausencia de ayer, olvidé una cita importante y tuve que marcharme de la Universidad - dijo sin dar más explicaciones - Me temo que la situación es más grave de lo que pensábamos. Mi análisis en el laboratorio reveló que, afortunadamente, no se encuentra rastro de virus o bacterias peligrosas para el ser humano, aunque no pude determinar qué es la sustancia negra alojada en el cerebro. Parece una especie de hongo desconocida por mí, quizá sea esta la causa de las protuberancias y deformidades en los especímenes. Pero, esta mañana - dijo haciendo una pequeña pausa, en la que pareció palidecer ligeramente - enfrente de mi casa, he sido testigo de una bandada de estos extraños animales, posados en un canalón. He podido observarles durante unos minutos, sus extrañas deformidades, sutiles y diferentes en cada uno, pero todos ellos con la misma mirada vacía. Les lancé unas migas de pan para analizar su comportamiento, solo uno se interesó mínimamente. De pronto, surgió en el cielo otra bandada de docenas de ellos, volando en extraños patrones, girando sobre sí mismos en espiral. Cuando los vieron, graznaron y alzaron el vuelo, uniéndose al grupo. Jamás había visto nada semejante, ni tengo conocimiento de ninguna especie con este tipo de patrones - dijo, cruzándose de brazos.
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"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Henry, con un aspecto algo más compuesto que el día anterior, saludó educadamente y entró en el despacho de la profesora, intentado hacer el menor ruido posible y quedándose a una distancia prudencial mientras ella terminaba de organizar sus notas y sus ideas.
Cuando la profesora habló su gesto se ensombreció un poco.
- Es inquietante sin duda. Yo ayer vi una bandada de pájaros pero no reparé en nada extraño. Sin embargo... tengo noticias. -
Henry compartió sus hallazgos con la profesora, pero lo hizo rápida y someramente, no eran muy relevantes y donde quería llegar era a la conversación que había tenido antes de la cena con su prometida.
- Creo que deberíamos ir a ese hospital e intentar hablar con ese paciente - dijo Henry - Me parece demasiada casualidad. Le pedí a mi prometida que se uniera a nosotros, bueno... en realidad no quería preocuparla y le dije que teníamos que ir a Londres por asuntos de la universidad, y que podía pedirle a usted el favor de acercarnos al hospital a ver a su amiga, pero al parecer eso es demasiado escandoloso, incluso llevando a una reputada profesora como carabina... - el joven se encongió de hombros visiblemente molesto por aquella actitud - Aunque pueda parecer una excusa algo más... débil, podemos ir al hospital y buscar a su amiga, la enfermera, para trasladarle los saludos de ella y preguntarle por ese hombre y los animales. -
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-Por supuesto Dra. De camino al laboratorio puedo mostrarle donde lo encontré. Quizá pueda investigar los sucesos de los periódicos de los últimos días por si encuentro referencia a algún ataque de animal… ¿Quizás en la enfermería del Campus? Suponiendo que el ataque fuera aquí claro… He oído que la policía es capaz de sacar las huellas dactilares de los dedos y tiene una base de datos de las mismas. No tiene que ser de un supuesto, pero puede que nos sirva como futura referencia si no logramos dar con el desdichado dueño… -
Percibiendo la lógica turbación de su mentora, Henry intentaba distraerla de los extraños descubrimientos que habían hecho aportando sugerencias más pragmáticas.
- Siguiendo su razonamiento de que se trate de algún tipo de experimento, me inclino a pensar que el cuidador o el científico habrán sufrido la pérdida de ese dedo mientras manipulaban el espécimen y se escapó de su jaula. -
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La doctora meditó unos momentos, aún con gran preocupación.
- Antes de acudir a la policía, realizaremos nuestras propias pesquisas. Salgamos de aquí. Muchacho, ve a investigar noticias, ya no solo aquí, en Inglaterra, sino en América, de donde proceden las Cyanocittas, parece ser la especie base de este… experimento. Yo iré al laboratorio, nos reuniremos en mi despacho a medio día -
Andrea recogió los materiales y se acercó a la salida, apagando la luz y abriendo la puerta al estudiante. Echó un último vistazo a la sala y cerró con llave. El sonido de sus tacones resonó con firmeza por el pasillo, de camino al laboratorio.
Cuando hubo llegado a su destino, cerciorándose de que a esas horas se mantenía desierto y libre de miradas indiscretas, extrajo de su maletín el cuerpo del espécimen y las muestras recogidas en la sala de disecciones. Con cuidado, colocó todas ellas en orden y se dispuso a inspeccionarlas bajo el telescopio.
Biología, me gasto 1 punto: 7
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
[Universidad de Brichester. Andrea]
Algunos esqueletos de animales y láminas de ilustraciones científicas jalonaban las paredes. Las mesas corridas albergaban algunos vasos de decantado y varios microscópicos ópticos. Aún algo alterada por los descubrimientos se puso a trabajar enseguida.
Tras varias horas de estudio de los tejidos, la sangre y la extraña sustancia negra y viscosa la doctora llegó a la conclusión de que los tejidos, aún de varias especies diferentes, tenían un crecimiento normal aunque desigual. Las deformidades parecían mutaciones naturales que acababan a menudo en bulbos, callosidades sebáceas y dermatitis pronunciadas, pero ninguna de ellas pareciera incompatible con la vida. Nada de virus ni bacterias ajenas a los que pueda tener un ave de aquellas características. De la sustancia negra alojada en el cerebro no estaba tan segura. No era capaz de averiguar qué era, ni siquiera parecía basada en el carbono. Parecía un hongo de lo más extraño. Había parasitado los tejidos asimilándose entre ellos. Sin embargo, la causa de la muerte, ahora estaba segura, era la acumulación del matarratas en el hígado. Andrea conocía el Warfarin, era un matarratas muy popular y barato al que todo el mundo tenía acceso. La primavera pasada varios pastores envenenaron a unos zorros rojos protegidos de la reserva de caza de Lancanshire y la policía le pidió un examen como experta. Aquella cosa emplumada sobre su mesa podría haber muerto accidentalmente al comer de una trampa para bestias de igual modo.
En cuanto al meñique, pertenecía a un hombre adulto, no muy limpio por los residuos bajo las uñas y seguramente fumador empedernido por el amarrillo enfermizo de la queratina. Apenas había sido digerido así que debía haber sucedido hacía horas. A todas luces habría sido arrancado de sus dueño de cuajo por el pico del animal, el corte no dejaba lugar a dudas.
Walter, un colega escocés pelirrojo de aspecto quebradizo, se asomó al laboratorio.
—¿Andrea, qué haces aquí? ¿No tenías médico con tu hija? —preguntó empujando sus gafas sobre el puente de la nariz mientras sujetaba un maletín de cuero dispuesto a salir.
¡Cierto! Lo había olvidado ¿Cómo era posible? Las horas volaban cuando metía la nariz entre las lentes del microscopio. Tendría que correr para llegar a la consulta con Lucinda, al otro lado de Brichester.
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Andrea, ensimismada en su trabajo, dio un respingo cuando escuchó la voz de su colega; en un principio preocupada por si había descubierto aquel extraño ser, pero enseguida su preocupación se derivó al olvido de la cita médica de su hija.
- Walter, sí, me voy ya, me he entretenido más de la cuenta - contestó sin darle ninguna explicación sobre su presencia en el laboratorio. Ofrecerla quizá hubiese levantado alguna sospecha. Sus compañeros de Cátedra y ella misma acudían a aquella sala por muy diferentes motivos y no eran necesarias las justificaciones.
Apresuradamente, recogió todo lo desperdigado por la mesa y su cuaderno de notas en el que había apuntado todas sus averiguaciones y se despidió de su compañero sucintamente. Antes de salir del edificio, pasó por su despacho, guardando su maletín en uno de los armarios. No pretendía pasear por toda la ciudad a un animal muerto, y menos acercarlo a su dulce niña. Arrancó una hoja en blanco de su libreta y escribió “Fuera de la Universidad. Dra Parker” con trazas que denotaban premura. Era evidente que quien hubiese escrito esta nota tenía bastante prisa. La colgó en la puerta de su despacho, pensando en la cita con Henry, se cercioró de que la puerta quedara bien cerrada y se encaminó hacia la salida.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Andrea salió de la Universidad con un rictus serio y concentrado, abrochándose la gabardina ante el golpe de aire húmedo que recibió de aquel medio día nublado y turbio. Subiéndose al Austin 104 color verde oscuro, cerró con un portazo y arrancó apresuradamente.
Miró de nuevo su reloj de pulsera y se maldijo una vez más por su mala cabeza. Llegaría a la cita médica quizá 10 minutos tarde, el doctor les atendería, pero no se libraría de la mirada reprobatoria de su suegra, que aprovechaba cualquier mínima oportunidad para recordarle lo que para ella eran sus negligencias como madre. Si por aquella mujer fuera, Andrea hubiera renunciado a su carrera profesional y se hubiera dedicado en cuerpo y alma a su hogar, su hija y su marido, convirtiéndose en la ama de casa que la sociedad esperaba e imponía. Obviamente, se negó con rotundidad. No iba a tirar por la borda sus años de esfuerzo y estudio, su profesión, que era una de las pocas facetas de su vida que le hacía feliz, a parte de su niña. Y aquella mujer no tuvo más remedio que aceptarlo. Sin embargo, Andrew jamás dio muestras de disconformidad y Andrea sospechaba que, en caso de no estar de acuerdo, tampoco se hubiese atrevido a exteriorizarlo.
Paró en un semáforo. Observó la luz roja con impaciencia cuando una bandada de estorninos atrajo su atención cruzando el cielo encapotado, y sus pensamientos aterrizaron en sus descubrimientos hacía escasos minutos en el laboratorio. El desasosiego ante las implicaciones de aquel análisis invadió a la doctora, cuando habitualmente la sensación de un nuevo hallazgo era de satisfacción y éxito. Al menos no había rastro de virus o bacterias peligrosas para el ser humano, lo que le permitía no avisar a las autoridades por el momento. Pero su morfología, los tejidos de varias especies diferentes, las mutaciones aparentemente naturales y, sobre todo, aquella sustancia negra que resultó ser un extraño hongo, se escapaban a su conocimiento y le provocaba gran desazón. ¿Quizá debiera consultarlo con el Doctor Power, su mentor? Desde luego recurriría a él si llegara a ser necesario.
Y aquel meñique… si fueran capaces de dar con el hombre al que pertenecía, podrían recabar más información. Se le ocurrió investigar en las zonas donde se solían poner trampas para bestias, quizá encontrarían más especímenes por los alrededores. Al menos esperaba que Henry hubiera encontrado algo más de información en los periódicos.
A más velocidad de la que solía conducir, atravesó la ciudad hasta llegar a su casa, un edificio de dos plantas de ladrillo, con puertas y grandes ventanales de madera igualmente verde oscuro y unas cristaleras con motivos florales típicos de la época. Uno más de los muchos hogares de la ciudad, sin grandes ostentaciones ni lujos, pero con un jardín exquisítamente cuidado, uno de los hobbies con los que Andrea disfrutaba en el poco tiempo libre del que disponía.
Ante la urgencia de la hora, tocó el cláxon un par de veces. La figura de la madre de Andrew no tardó ni dos segundos en aparecer por el ventanal, con su rictus serio. Abrió la puerta y, agarrada a su mano, surgió una niña de tres años embotada en un abrigo y un gorrito con pompones de lana. Sus regordetes mofletes se agitaron con sus sonrisa y un gritito de alegría: - ¡Mamá! - exclamó, mientras Andrea bajaba del coche, con una amplia sonrisa, abriendo los brazos para recoger a Lucinda, a la que besó y abrazó con cariño. Estaba claro que la doctora, en presencia de su hija, parecía otra mujer.
- Llegas tarde - profirió con enfado la abuela - la niña lleva esperando más de media hora, ¿qué estabas haciendo? Te dije que podía llevarla yo, pero no, tú te empeñas y otra vez tarde, siempre tarde -
Andrea ignoró abiertamente las acusaciones de la mujer, colocando a su hija en el asiento de delante del coche. Se despidió de su suegra agitando una de sus manos y salió del aparcamiento camino al médico.
Tras la espera en la sala y la visita con el doctor, de la que se concluyó que la niña sufría de resfriado común, habitual en esta época del año y a estas edades, Andrea, más relajada, se encaminó de nuevo a la casa. Eran más de las dos de la tarde y estaba hambrienta y cansada. Los acontecimientos del día no le habían permitido probar bocado y ahora comenzaba a notar la falta de alimentos en su cuerpo. Pensó en Henry, esperaba que hubiera visto su nota y valoró la posibilidad de volver a la Universidad para compartir la información obtenida. Pero ese día ya no tenía clases, se había tomado el resto de la tarde libre por la visita al médico, así que finalmente decidió dedicar el resto de jornada a descansar, estar con su hija e intentar calmar su ánimo. Mañana sería otro día y esperaba contar con la mente más despejada para afrontar la investigación.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Henry asintió a las palabras de la profesora y enseguida lamentó el haber abierto la boca. Con mal disimulado fastidio por no participar en el estudio histológico de aquel ser, se despidió de la profesora para ir a la hemeroteca. Pasó, primero, por la cafetería de la Universidad, prácticamente desierta en aquel día que sin ser festivo oficial tenía todas las trazas de uno, y se tomó un café mientras leía el periódico, un acto bastante común y normal, pero él buscaba algo muy concreto.
Se guardó el bocata que había pedido en el bolsillo, envolviéndolo cuidadosamente en una servilleta, y se despidió de Doris, la camarera, dedicándole unas amables palabras y su mejor sonrisa.
Afortunadamente, la Universidad contaba con su propia oficina de correos, quedaba algo retirada de su destino, pero sin duda era mucho más conveniente tener que ir hasta la ciudad, lo cual le habría quitado mucho tiempo. Una vez allí, puso varios telegramas, un par a distintas universidades, a su departamento de biología, preguntando dos cosas, si conocían casos ce migraciones, ya fueran voluntarias o forzadas por el hombre, de aquella especie entre las Américas e Inglaterra, y otra si habían encontrado alguna enfermedad genética o vírica que pudiera causar malformaciones. Otro a una revista sobre ortinología que conocía preguntado básicamente lo mismo. Personalmente pensaba que aquello no iba a dar mucho resultado pero la Dr. Andrea se lo había pedido y era mejor hacerlo.
Cuando llegó a la hemeroteca pasó varias horas revisando periódicos y revistas de caza y ornitología, tanto locales como de la zona circundantes, en busca de sucesos tan peculiares como aquel hallazgo.
Cuando el reloj dio las 11:45 Henry casi se cae de la silla, cogió sus notas, su abrigo y salió corriendo hacia el despacho de la profesora, esperaba no llegar tarde, sabía lo puntillosa que era la Dra. Parker con la puntualidad. En ocasiones pensaba que Greenwich la consultaba a ella para saber la hora correcta.
Por eso su sorpresa fue mayúscula cuando encontró el despacho cerrado y la apresurada nota en la puerta. ¿Qué había podido pasar? ¿Tendría que ver con el hallazgo de aquel pájaro?
2
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[Brichester. Andrea]
Lucinda juega por fin en su cuarto, al final del día. Andrea no pudo evitar observarla desde la puerta de su cuarto. ¿Cómo era posible que aquella criaturita angelical hubiera salido de su cuerpo? Solo observándola jugar sintió como si el peso del mundo fuera de pronto más llevadero. El dedo meñique izquierdo de la pequeña, que permanecía ligeramente torcido por un defecto de nacimiento, devolvió Andrea a los turbadores acontecimientos de aquella mañana. Sin embargo sintió que Lucinda le daba la fuerza que necesitaba para sobreponerse y avanzar en aquel puzzle. Solo era eso, un puzzle por resolver. Uno más.
Andrew la descubrió en el dintel de la puerta. Observó también a su hija, sonrió a Andrea y la besó en la mejilla antes de dirigirse al salón escuchar la radio, como cada noche antes de dormir. La Dra Parker se preguntó si el joven Henry habría averiguado algo. Seguramente mañana verían las cosas con más claridad.
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[Brichester. Henry]
Tras enviar los telegramas a Oxford, Birmingham, Cambridge, la Sociedad Ornitológica de Londres y la revista The Field. Solo quedaba esperar respuesta.
Henry se hizo con varios periódicos y se dispuso a leerlos en la hemeroteca de Brichester. Pronto los pliegos del Times, el Herald, el Daily Telegraph y The Field cubrían toda la mesa. Estaba prácticamente solo en el local. Los leyó ávidamente, pero no encontró ninguna referencia a la criatura o su descubrimiento. Pobreza, huelga, paro, precariedad, agitación política en Alemania, los conservadores prometiendo la grandeza del Imperio, los liberales clamando a la ruina. Inglaterra perdía contra India en cricket, qué lamentable. Suspiró y los volvió a leer más despacio prestando atención a todos los detalles. Pasaron las horas. Nada salvo un dolor de espalda. Lo único que llamó su atención, por lo escandaloso del asunto, era un artículo en el Telegraph en el que se denunciaba la pésima situación del instrumental de la Royal College of Science de Londres. Por lo visto todo era tan viejo que en las últimas semanas todos los experimentos habían registrado, palabras textuales, “anomalías que solo la bochornosa baja inversión, fruto de la deriva comunista del anterior gobierno, hacia la regia institución podía explicar”.
Sin apenas darse cuenta ya era la hora de comer, seguiría luego con lo que estaba haciendo. El cielo volvía a ser plomizo. En los jardines de la universidad los árboles, desnudos de hojas, mostraban sus esqueletos nervudos mientras la llovizna empapaba la ropa. Un grupo de cuervos graznó desde una rama raquítica. Aceleró el paso hasta el despacho de la Dra Parker.
Tras comprobar que la Dra Parker no acudirá a su cita recuerda que él mismo también tenía otra cita al otro lado del campus. Henry había quedado con su prometida para verse un rato entre clases. La Dra Parker se había puesto algo solemne para su gusto. Estaría bien un poco de ligereza para variar. Su prometida estudiaba Medicina al otro lado del campus. Acarició distraídamente el anillo de pedida preguntándose si había hecho lo correcto. Pero realmente daba igual, había sido emocionante. Quizá eso era amor. Ya vería donde llevaban las cosas.
Su prometida estaba esperándolo a resguardo de la lluvia en el viejo templete de estilo decimonónico que sólo se ocupaba por la orquesta de la Universidad, poco antes de las vacaciones de verano. Normalmente risueña, la encontró algo turbada esta vez. Tenía una carta en las manos. Su beso de bienvenida apenas rozó los labios de Henry.
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[Hospital St Mary Bethlem]
La visita transcurría lúcidamente. Kale llevaba dos años ingresado, como bien sabía Arthur, y ambos visitantes advirtieron que a estas alturas parecía completamente institucionalizado. Arthur notó a Kale algo olvidadizo, pero no en vano habían pasado los años desde que le diera clase. La conversación fue educada y formal, acudiendo a menudo a los viejos recuerdos del seminario. Sin embargo, Arthur advirtió el extraño de tic que aflige al viejo profesor. A veces, durante la charla, el lado derecho de su rostro se tensa y su cabeza se tuerce ligeramente a la derecha. Simultáneamente hace un sonido silbante contrayendo sus labios sobre los dientes. Sally apenas intervino en la conversación, pero parecía especialmente interesada en estos accesos de histrionismo.
En un momento dado Abraham les pidió que lo llevasen a su habitación. Tenía frío. Tas echar un vistazo al cielo dejó el crucigrama a medias y entró en edificio algo turbado. Una bandada de cuervos salió volando de un árbol cercano hasta perderse entre las nubes. Parecía que iba a llover otra vez.
Arthur haz un tirada de Sentir el Peligro.
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Henry observó el grupo de cuervos intentando distinguir alguna malformación o característica similar al que había descubierto aquella mañana pero no se detuvo mucho al saber que llegaba justo a su cita con la profesora. Cuando llegó y vio que no estaba se sintió un poco decepcionado. Preguntándose si la ausencia de la profesora tendría que ver con su descubrimiento finalmente el estudiante se encogió de hombros, nada podía have hasta ver a la profesora dentro de dos días, pues no creía que se fuera a presentar al día siguiente que era festivo. Total aquella extraña ave no iba a ir a ningún sitio ya.
Al ver a la hermosa chica esperando Henry sintió los nervios arremolinarse en el estómago. Se volvió a preguntar si aquello era amor o sólo nervios porque se suponía que iba a casarse con aquella chica. Sin embargo dejó de lado sus inquietudes cuado notó la turbación de la chica.
Henry se sentó al lado de su prometida con gesto preocupado.
- ¿Qué ocurre querida? Te noto turbada. -
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[Hospital St Mary Bethlem]
Arthur se sentía en una montaña rusa emocional. El temor por cómo se encontraría su antiguo mentor, dado el aparente estado de sus compañeros pacientes, se tornó alivio al contemplar la lúcida respuesta del mismo cuando le reconoció en el jardín.
Por un rato, el esbelto joven se sintió feliz, rememorar el pasado parecía rejuvenecer al anciano clérigo e incluso no se extrañó de que la señorita Williams no pareciera tener nada que aportar a la conversación. Sin embargo, según avanzaba la velada, de nuevo la aprensión se iba apoderando de él. Tanto los gestos, como lo que parecía un leve estereotipo, del viejo sacerdote le hacía temer que el estado de Abraham era peor de lo que su educada locuacidad indicaba.
Cuando un cada vez más aturdido Kale pidió volver a la habitación, Arthur se levantó como un resorte y, con una amabilidad y suavidad que no concordaba con lo brusco del gesto anterior, colocó su hombro y brazo bajo la axila de su antiguo tutor y le ayudó a volver al edificio.
Le sorprendió la facilidad con la que le podía sostener, prácticamente le llevaba en volandas; aunque las frías tardes de invierno en la pista de atletismo le habían servido bien, la aparente fragilidad de un hombre que había sido robusto hace sólo dos años le preocupó aún más. Su alimentación sería uno de los temas de los que tendría que preguntar al doctor Bradfield, una vez que el señor Kale se hubiera acostado.
Sentir el peligro (gasto 1 punto): 6
[Hospital St Mary Bethlem]
Kale se rascó una oreja incómodo, mientras miraba a un punto perdido donde las copas de los árboles tocaban el cielo gris. Y ahí estaba su tic otra vez, haciéndole parecer un ser extraño y torcido. Se colocó el mechón rebelde sin éxito.
—Hay muchos pájaros este año, ¿verdad? Sí, siempre hay muchos, desde siempre —dijo para sí algo ausente—. Pero no hay tórtolas, no. Claro que no. Hace frío esta mañana. —sonrió nerviosamente a Arthur y Sally—. Sí, dentro estaremos mejor. A la enfermera Rodgers no le importará.
Sonaba más como una esperanza vana que como una afirmación. La manta que había tenido sobre las rodillas quedó abandonada en el césped. Kale murmuraba cosas incomprensibles mientras se frotaba sienes, colgado del brazo del joven Arthur. Su habitación resultó no quedar lejos.
Desde la ventana del cuarto de de Abraham, Arthur se fijó en lo que había llamado la atención de Kale, lo que le había turbado de aquella manera. Una bandada de pájaros negros volaba en el límite del horizonte elevándose hacia las nubes. Entonces se dio cuenta de que aquellas aves describían un extraño patrón al moverse, como si volaran en espirales dentro de otras espirales. Jamás había visto nada parecido. Era turbador y sombrío, casi como un lenguaje perdido en la noche de los tiempos, como una danza insana. El joven seminarista sintió como los pelos de nuca se le erizaban. Kale se sentó en la cama y se agarró la cabeza con las manos.
La habitación de Kale era una pieza sencilla con una cama y un viejo escritorio de madera oscurecida con un par de cajones. Parecía limpia y olía a linimento. Una carpetita colgaba de los pies de la cama, seguramente con la posología de sus fármacos.
Los patrones en espiral llevan la mente de Arthur a reflexionar sobre otras cosas turbias que ha leído. Gana +2 en su próxima tirada de Ocultismo
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[Brichester. Andrea]
Un nuevo día amanece en Brichester. Andrew acababa de preparar huevos en la cocina y Lucinda correteaba por la planta baja con una galleta en la mano y su muñeca Sully en la otra.
El olor a pan tostado, huevos y beicon con judías es agradable, es el hogar. La doctora Parker ya estaba impecablemente vestida. Los martes Arthur siempre llevaba al colegio a Lucinda y de paso dejaba a su madre en el club de bridge. Pronto la algarabía dio pasos al silencio.
—Mamá mamá, mira. Sully sabe volar. ¡Le han enseñado los pájaros! —decía risueña la pequeña Lucinda sin detenerse—. Las dos somos pájaros.
—Venga hija, deja a tu madre tranquila —su padre la ayudó con el abrigo—. Vamos, llegaremos tarde. ¿Madre lo tienes todo? —preguntó a la suegra de Andrea, quie salió de casa sin dirigirle la palabra—. Adiós cielo, que pases un buen día —Andrew besó a Andrea en la mejilla antes de salir.
Después, el bendito silencio. Tras el café y los huevos Andrea está lista para encarar el día. Cruzó la puerta con la decisión de siempre y entonces los vio. Sobre el canalón de la Sra Mullwater, su vecina, al otro lado de la calle. Una hilera de al menos media docena de cuervos negros la observaban fijamente. Solo que no eran cuervos, estaba segura. Su mirada parecía desprovista de vida e incluso de interés más allá de la curiosidad indolente. Como quien observa una hormiga.
Andrea tira Estabilidad. Aquí, en tu casa. Esto es demasiado, Esto lo cambia todo. ¿Qué vas a hacer?
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[Universidad de Brichester. Henry]
—¿Te acuerdas de mí amiga, Wilkie? —preguntó al joven biólogo que evidentemente no tenía ni idea de quién le hablaba— el verano pasado dejó los estudios para hacer una estancia en enfermería, en Londres. Me ha escrito una carta la mar de extraña —dijo preocupada tendiéndole el papel manuscrito—. Toma, lee, dame tu opinión.
La letra era agitada y angulosa, propia de un carácter impetuoso o simplemente nervioso. Estaba fechada hacía unos días y llevaba membrete del Hospital St Mary Bethlem, Londres.
“St Mary de Londres. Fechada el 2 de septiembre.
Querida Martha, espero que te encuentres bien,
Ya estamos en septiembre y aún no había podido escribirte. El trabajo en el St Mary es así de absorbente. Esto es más duro de lo que pensaba y no se si es lo que imaginábamos juntas. Los orines, las defecaciones, la falta de sueño, para todo eso estaba preparada, pero los chillidos y gemidos de estas pobres almas son terribles. Y para colmo de males, la enfermera Rodgers, mi jefa, es una auténtica bruja con el corazón de piedra. A pesar de todo, creo que podría lidiar con ello, con el tiempo necesario. Sí, podría lidiar con todo esto de no ser porque hace días que siento que algo más ha hecho presa en este lugar. Tengo miedo Marta. Están pasando algunas cosas que no puedo explicar. Algo con los pájaros. Tenemos un recluso, el Sr. Kane, un anciano encantador al que he llegado a tener gran estima. Se que no podemos hablar de los pacientes, pero su demencia ha empeorado y dice cosas a veces que hielan la sangre, aún sin encontrarles sentido. Hoy le he regalado unas ceras para dibujar, espero que tengan un efecto positivo en su estado, aunque lo cierto es que no lo creo. No sé si alguien puede ayudarle. He enviado ya algunas solicitudes. Cuento los días para conseguir un traslado a Londres, el St Vincent o el St Thomas estarían bien, pero aceptaría cualquier cosa.
Espero poder volver a verte antes de Navidad. Un abrazo afectuoso de tu amiga que te quiere.
Wilkie Wats.”
Henry hubiera jurado que eran cuervos normales, pero tampoco se detuvo lo suficiente, impelido por las prísas.
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Henry tragó saliva al leer la carta, intentando aparentar normalidad frente a su atribulada prometida, pero desde luego aquello era mucho más que una simple casualidad. ¿Los pájaros? Aquella frase le atrajo más que el resto de la carta que, aunque inquietante, lo era sobretodo por el contexto en que esa frase la ponía. Devolvió la carta a Martha, doblándola con cuidado.
- Parece que tu amiga lo está pasando mal - contestó buscando las palabras adecuadas, intentando tranquilizar a su prometida aunque en su fuero interno ya había tomado una decisión, tenia que contarle aquello a la profesora Parker y tendrían que visitar a la amiga de su prometida en aquel hospital. - Es completamente normal, el sufrimiento humano es difícil de contemplar, y por lo que entiendo, poco puede hacer por esa pobre gente, o por ese anciano demente… y si a eso le unes una jefa insensible y difícil… -
Paseó su mirada por el campus, las nubes negras cargadas de lluvia amenazaban con soltar su carga en cualquier momento. Henry miró a su prometida que miraba hacia el suelo preocupada por su amiga.
- Tengo una idea. Te iba a contar que la profesora Parker y yo tenemos que ir a Londres a por unas muestras de laboratorio para sus investigaciones,me ha pedido que la acompañe pues al parecer las cajas que tiene que traer son algo pesadas. Creo que podré convencerla de que nos acompañes y así puedes ver a Wilkie y darle una sorpresa. Sin duda eso la animará y tú te quedarás más tranquila. ¿Qué te parece? -
Ella le miró entre sorprendida, esperanzada y algo incrédula de que la profesora con fama de arisca se aviniera a llevarla de pasajera. Henry leyó en su expresión sus dudas, reflejo de las suyas propias, pero le devolvió una sonrisa cómplice.
- Deja que yo me preocupe de la profesora- le dijo en voz baja con un guiño pícaro añadió- si te he convencido a ti para ser mi prometida, no tendré problemas en convencerla a ella. Ven, te invito a cenar, pero antes quiero asegurarme que Andy tiene cobijo para la noche.Tengo un bocadillo para él desde el almuerzo Después iremos a Marcy’s y pediremos tu plato favorito. -
Mientras salían para llevar a cabo aquel improvisado plan Henry ya pensaba en buscar el numero de la profesora en la guía y llamarla desde el restaurante para contarle todo, y una parte de él se preguntaba si el matrimonio sería eso, lanzar mentiras a su mujer para que no se preocupase. Viendo lo fácil y natural que le había resultado concluyó que sería un buen marido. Lo que era… preocupante.
Adular: 3
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[Brichester. Henry]
Martha negó rotundamente. Estaban prometidos, no casados. No iba a largarse con él a hacer ningún viaje, ni que fuera una fresca. No iba a misa cada domingo para tirar toda su reputación por tierra ¿Qué dirían en Brichester? Martha accedió sin embargo a comer en el Marcy’s.
Cogida del brazo de Henry, se dejó llevar. Caminaron juntos hasta el centro aunque comenzaba a llover ligeramente. Enseguida llegaron a la puerta del Marcy’s.
—Ey chico, no tendrás por ahí algo de pan con mantequilla ¿verdad?—dijo Andy saliendo de un callejón —. Hace días que no como. Ya sabes, la vida de los auténticamente libres —sonrió a Henry mostrando sus dientes amarillos y las encías contraídas por una severa piorrea.
El mendigo se puso a su paso. El aliento le olía a rayos y su ropa a perro muerto. Llevaba una maleta de tela parcheada docenas de veces y sus zapatos estaban llenos de agujeros. Martha le miró horrorizada y puso a Henry entre medias.
—Venga, un poco de manduca para el viejo Andy, ¿sí? Y te contaré otra historia. Andy ha estado en muchos sitios, ha visto muchas cosas, sí. Andy conoce el nombre del viento y el color de las estrellas. Andy no es un don nadie gris. Andy es libre —dijo orgulloso casi olvidando el hambre—. Aprovecha el trato, puede que Andy no esté aquí mañana. Hay trenes cada día. ¿No? ¿Nada? Vale —dijo separándose del joven algo decepcionado justo en el momento en que Herny le lanzaba el bocadillo que había estado guardando para él toda la mañana.
Andy sonrió ampliamente y le hizo una visera militar a Henry mientras la pareja de prometidos entraban en el Marcy’s.
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Kuki estabilidad de doctora: 2
Andrea sintió como se le helaba la sangre. Allí, de pie en el quicio de la puerta de su casa, un nefasto presentimiento se personificaba en las figuras de aquellos seres, tan cercanos y tan reales.
A pesar del desasosiego que le producía la presencia de las aves, Andrea, ante todo, era científica, y los procesos de observación y análisis se habían convertido hacía tiempo en la manera en la que su cerebro se enfrentaba a la realidad.
Las observó en toda su extrañeza. Las memorizó minuciosamente, sus protuberancias, sus miradas vacías e inertes; sus posturas, cualquier mínimo movimiento de sus alas, acicalamiento o acercamiento entre ellas, algún sonido que pudieran emitir. Contó el número exacto de especímenes, reteniendo sus tamaños, el color de sus plumas, de sus ojos, hacia qué lugar dirigían sus miradas. No fue una tarea difícil, versada como estaba la doctora en los trabajos de campo a lo largo de su carrera, conocía muy bien los detalles a los que debía prestar atención.
La observación se convirtió en participante cuando Andrea decidió intervenir. Le interesaba saber si reaccionaban a algún tipo de estímulo. Entró en su casa rápidamente y se dirigió a la cocina, buscando un mendrugo de pan sobrante de la cena de la noche anterior. Lo desmigó con impaciencia y salió de nuevo al exterior, acercándose cautelosamente a la casa de la Sra Mullwater. Profirió un sonido gutural para llamar la atención de las aves, desperdigando las migas de pan por la acera, a unos metros de distancia.
Recordó el dedo meñique a medio digerir obtenido del estómago del cadáver inspeccionado. ¿La atacarían aquellos pájaros? El miedo se apoderó de ella ante tal expectativa, comenzando a caminar hacia atrás lentamente, con el objetivo de correr hasta su casa y resguardarse en cuanto detectara cualquier movimiento extraño de los animales.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
[Brichester. Andrea]
Los pájaros negros graznaron y gorgojearon desde lo alto del canalón. Cuando Andrea esparcido el pan en la acera se limitaron a mirarla con sus ojos crueles, negros como el carbón. La Dra Parker pudo apreciar que todos los individuos eran ligeramente diferentes, aunque a veces compartían algún tipo de deformidad sutil, difícil de apreciar desde tan lejos. A ojos de cualquier neófito habrían pasado por cuervos normales. A alguno le faltaba un ojo, otros tenían joroba, otros bultos en la cabeza, otros una atrofia en el pico, otros una repugnante papada de piel oscura y todos tenían calvas de plumaje. Las aves observaron inexpresivamemte mientras Andrea retrocedía. La mayor parte de ellas en silencio.
Uno de los pájaros descendió a picotear el pan, pero desistió enseguida, nada interesado. Dedicó una mirada descarada a Andrea y revoloteó hasta posarse sobre una farola cercana.
Entonces una nube de otras docenas de pájaros negros apareció en cielo, volando en extraños patrones, como si girasen sobre si mismos en una espiral sin fin. Los pájaros de la calle de Andrea graznaron y levantaron el vuelo para unirse a la extraña danza. Poco a poco todos se perdieron entre las nubes. Sólo las migas de pan en el suelo quedaban como testigo de lo que había pasado. La señora Mullwater saludó a Andrea al volver de la compra y entró en casa.
Ash el guerrero — Dragon's Hoard (Spanish)
Leobald el caballero — Death and Pain at Saltmarsh (Spanish)
Keeper — Vigilantes en el Cielo (Spanish)
Remington Wizz — Shadow of the Dragon Queen (Spanish)
Tras observar cómo las inquietantes aves desaparecían en el encapotado cielo, Andrea puso rumbo con impaciencia a la Universidad. Durante todo el trayecto en el autobús de línea, mientras tomaba notas en su libreta de lo acontecido frente a su casa, alzaba la mirada al cielo constantemente buscando cualquier otra bandada de pájaros, escrutando la densidad de las nubes por si detectaba el movimiento y la dirección de aquellos u otros grupos de pájaros similares.
Se dirigió a su despacho con rapidez, saludando escuetamente a las personas con las que se cruzó por el camino. En la puerta, encontró la nota que había dejado la tarde anterior, la arrancó y se introdujo en la sala buscando intimidad. Se acercó al armario donde había depositado el cuerpo sin vida del ave, asegurándose de que continuaba en el mismo lugar y se sentó en su escritorio, colocando sobre la mesa sus notas, estudiándolas mientras esperaba a Henry, intentando llegar a alguna conclusión.
Así la encontró su pupilo, inmersa en papeles y anotaciones que ocupaban gran parte de la mesa. Cuando el chico llamó a la puerta educadamente, la doctora le hizo pasar. En su gesto se reflejaba gran confusión y preocupación.
- Henry, espero que disculpes mi ausencia de ayer, olvidé una cita importante y tuve que marcharme de la Universidad - dijo sin dar más explicaciones - Me temo que la situación es más grave de lo que pensábamos. Mi análisis en el laboratorio reveló que, afortunadamente, no se encuentra rastro de virus o bacterias peligrosas para el ser humano, aunque no pude determinar qué es la sustancia negra alojada en el cerebro. Parece una especie de hongo desconocida por mí, quizá sea esta la causa de las protuberancias y deformidades en los especímenes. Pero, esta mañana - dijo haciendo una pequeña pausa, en la que pareció palidecer ligeramente - enfrente de mi casa, he sido testigo de una bandada de estos extraños animales, posados en un canalón. He podido observarles durante unos minutos, sus extrañas deformidades, sutiles y diferentes en cada uno, pero todos ellos con la misma mirada vacía. Les lancé unas migas de pan para analizar su comportamiento, solo uno se interesó mínimamente. De pronto, surgió en el cielo otra bandada de docenas de ellos, volando en extraños patrones, girando sobre sí mismos en espiral. Cuando los vieron, graznaron y alzaron el vuelo, uniéndose al grupo. Jamás había visto nada semejante, ni tengo conocimiento de ninguna especie con este tipo de patrones - dijo, cruzándose de brazos.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Henry, con un aspecto algo más compuesto que el día anterior, saludó educadamente y entró en el despacho de la profesora, intentado hacer el menor ruido posible y quedándose a una distancia prudencial mientras ella terminaba de organizar sus notas y sus ideas.
Cuando la profesora habló su gesto se ensombreció un poco.
- Es inquietante sin duda. Yo ayer vi una bandada de pájaros pero no reparé en nada extraño. Sin embargo... tengo noticias. -
Henry compartió sus hallazgos con la profesora, pero lo hizo rápida y someramente, no eran muy relevantes y donde quería llegar era a la conversación que había tenido antes de la cena con su prometida.
- Creo que deberíamos ir a ese hospital e intentar hablar con ese paciente - dijo Henry - Me parece demasiada casualidad. Le pedí a mi prometida que se uniera a nosotros, bueno... en realidad no quería preocuparla y le dije que teníamos que ir a Londres por asuntos de la universidad, y que podía pedirle a usted el favor de acercarnos al hospital a ver a su amiga, pero al parecer eso es demasiado escandoloso, incluso llevando a una reputada profesora como carabina... - el joven se encongió de hombros visiblemente molesto por aquella actitud - Aunque pueda parecer una excusa algo más... débil, podemos ir al hospital y buscar a su amiga, la enfermera, para trasladarle los saludos de ella y preguntarle por ese hombre y los animales. -
PbP Character: A few ;)