Remintong volvía a casa después de pasar por el almacén de su padre. Solía pasar por allí para saludar a su padre de vuelta a su hogar desde la casa de su mentora, Mildred Krebs. Ahora, además de su pequeña mochila con un par de libros donde había anotado las lecciones del día, llevaba una bolsa de piel con algunos objetos que su padre le había pedido llevara a casa.
Comenzó a subir la cuesta que le llevaría a su casa desde los muelles, donde estaba el almacén de pieles de su padre, y cuando llego a la Plaza del Caballero, donde las casas se abrían y dejaban ver algo más de la arquitectura de la ciudad de Palanthas, no pudo evitar volver a mirar hacia la Torre de Alta Hechicería que, como un dedo negro, se alzaba en solitario rodeada por el siniestro bosque que la protegía. Maldita desde antes del Cataclismo, cuando los Magos fueron obligados a abandonarla por orden del Príncipe Sacerdote y un túnica negra se arrojó desde lo alto, maldiciendo el lugar para siempre.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal del joven al contemplarla, aún en la distancia, su presencia inspiraba un temor irracional. Nadie era capaz de acercarse a ella e incluso los kender salían corriendo despavoridos ante la visión de la Arboleda de Shaikan, que rodeaba y protegía la Torre.
Una Torre allí, en Palanthas. Remington suspiró y continuó su camino. Tan cerca... y tan lejos. Sabía que antes o después tendría que viajar a la Torre de la Alta Hechicería en Wayreth, para pasar la Prueba, pero lo sentía igual que aquella torre negra que parecía observar al aspirante a mago perderse entre las calles. Cercano, pero a la vez muy muy lejano. Se preguntó cuándo podría alcanzar sus sueños.
Llegó sin contratiempo a casa y entregó la bolsa que le había dado su padre al ama de llaves, la cual le indicó que su madre estaba en el salón con unas amigas y que él había recibido esa mañana en el correo una misiva.
La carta estaba en un mueble de la entrada. Tenía un sello de un martín pescador y su nombre escrito en elegante letras en común.
Friztfox no lo podía entender. Tras tres largos y aburridos días por fin salía de aquella sucia celda. Bueno, para ser fieles a la verdad era la séptima vez en tres días que salía de allí, pero como al burgomaestre parecía importarle que estuviera allí por las noches, el considerado kender había vuelto a pasar la noche, o la mayor parte de ella, a la celda. Tras aparecer en la oficina del orondo burgomaestre y pedirle sus saquillos tan sólo diez minutos después de que le encerrara por primera vez, el hombre se puso tan rojo que Frizt pensó que iba a estallar. Por un momento se preguntó si eso sería posible y que sería digno de ver, pero enseguida pensó que sería mejor comportarse y no provocar a aquel buen hombre un aneurisma, fuera lo que fuera aquello. Se lo había oído decir una vez a un curandero hablando sobre la repentina muerte de un caballo, no sabía que significaba, pero sonaba muy malo. Así pues, Fritz intentó comportarse lo mejor que pudo, y que su aburrimiento le permitía, mientras el burgomaestre contactaba con los dueños de la cripta donde le habían encontrado, para ver si deseaban o no presentar cargos. Todo aquello no era más que un malentendido por supuesto. Fritz había escuchado hablar a los dueños de aquella cripta, unos mercaderes de Palanthas, decir que en la vieja cripta de su familia en aquella ciudad a mitad de camino entre la capital de Solamnia y Kalaman, era tan antigua como su familia, que podían trazar su linaje hasta antes del Cataclismo. Eso significaba que aquella cripta databa de antes del Cataclismo y merecía la pena que Fritz la investigara. Por desgracia sus investigaciones habían demostrado que la cripta apenas tenía cincuenta años, y que sólo los abuelos de aquellos mercaderes estaban enterrados allí. Carecía de todo interés arqueológico, y así se lo quiso hacer saber a sus dueños, presentándose en la oficina del burgomaestre y contándole cómo había llegado a aquellas conclusiones. El hombre, sin embargo parecía obsesionado con un sólo detalle, que el kender había entrado por la fuerza a la cripta, cosa que él no podía entender porqué le causaba tanta fascinación, la cerradura apenas estaba cerrada cuando llegó, bastó un simple giro de sus queridas herramientas, herencia de su padre, para abrirla. Finalmente había llegado una carta de los mercaderes, diciendo que no querían saber nada del tema y que lo mejor era que aquel asunto se olvidara lo antes posible, y que el kender fuera puesto en libertad con la condición de que no fuera a Palanthas a hablar con ellos del tema nunca y no lo divulgara. Fritz no sabía porqué habría de divulgar un descubrimiento tan mediocre, si es que podía llamarse descubrimiento siquiera, asi que aceptó. El burgomaestre parecía más que contento de librarse de él, y le devolvió todos sus saquillos y mapas, junto con su vara y sus espadas, y allí estaba el kender, sentado en la mesa de la taberna, con los pies colgando de la mesa mientras ojeaba sus mapas para asegurarse de que estaban todos y mordisqueaba una manzana del puesto de fuera que se había caído y se iba a estropear cuando sus ojos repararon en la carta que, al parecer, le había llegado mientras estaba retenido junto con el resto del correo. Era una carta algo ajada por los elementos y arrugada, como si hubiera recorrido mucho camino para llegar hasta él. Tenía un sello de cera roja con un martín pescador y su nombre escrito con letras elegantes.
Saxa bebía tranquilamente una pinta de cerveza junto con unos cuantos compañeros de la Compañía de las Botas Rojas. El último grupo de mercenarios con el que había pasado los últimos meses.
- Te lo digo, el Capitán dice que vamos a ir hacia el este. Al parecer hay bastante trabajo por allí - dijo Kip "Tres Dientes"
- Al este... hmmph- Krommer, el enano calvo inhaló con fuerza de su pipa y exhaló una bocanada de humo acre que ascendió para unirse al humo que cubría la parte superior de la posada haciendo aún más cargado el ambiente - la semana pasada decías que íbamos a ir al Norte, ahora al este.. ni siquiera sabes donde tienes el trasero Kip! -
El resto de compañeros soltó una sonora carcajada y Saxa pudo comprobar como uno de los miembros de la milicia local les miraba reprobatoriamente.
- ¿Qué es lo que miras ? - le espetó Dux, un hombretón más corpulento que la propia Saxa que aseguraba tener sangre de ogro. Desde luego era tan feo como uno - Pareces un búho mirándonos fijamente - se levantó y se dirigió a la mesa donde se encontraba aquel hombre junto a otros miembros de la milica tras su día de trabajo. - ¿Qué pasa? ¿Que te gusto? - le dijo inclinándose encima de la mesa y acercándose tanto a la cara del otro hombre que este pudo oler su aliento a cerveza barata.
- Ahi vamos otra vez... - rezongó Krommer guardando su pipa.
Dux cogió la jarra del hombre
- Al menos invítame a algo antes... - dijo acabando con la bebida de un solo trago. Sonrió al hombre que estaba apretando los puños y descargó la jarra en su cabeza.
Y así empezó. El hombre cayó desparramado al suelo, arrastrando a uno de sus compañeros al suelo. Dux se reía a carcajadas cuando otro de ellos le saltó encima y lo derribó. En pocos segundos toda la taberna estaba envuelta en una pelea.
Saxa mantenía su brazo izquierdo estirado, sujetando la cabeza de alguien que intentaba, sin éxito, golpearla con sus puños cerrados mientras agitaba los brazos frenéticamente. Ella se limitaba a mantener el brazo estirado y seguir bebiendo tranquilamente su cerveza mientras sus compañeros y el resto de parroquianos destrozaba la posada.
- Ehh.. ¿Saxa? P... Pe... perdona... - notó unos leves golpecitos en el hombro derecho. Miró hacia abajo y se encontró con Guy, un jovenzuelo que se había unido hacía poco a las Botas como aprendiz. - N... No... no quiero m.. mo.. molestar - el muchacho tartamudeaba pero Saxa pensaba que era sólo porque era extremadamente tímido. Le hacía falta ganar algo de confianza en sí mismo. - P.. Pe... Pero ha lle...llegado esta carta p...pa...para ti - dijo el chico mostrando una carta sellada con un sello rojo con el martin pescador y su nombre escrito con elegante caligrafia. Saxa la tomó dejando que su atacante continuara su camino, sólo que ella dio un paso hacia delante y ni siquiera prestó atención al golpe que se dio contra una de las columnas de madera de la posada rompiéndose varios dientes y cayendo inconsciente a su espalda.
Urialanthalassa levantó la vista he hizo crujir su cuello. Estiró los brazos y flexionó y estiró varias veces los dedos de las manos. ¿cuanto tiempo llevaba atando las plumas y las puntas de las flechas a su nueva munición? No estaba segura, pero por lo menos había terminado. No sólo había hecho las suyas, si no las del resto de su patrulla. Los elfos que decían que los Guardianes venían a Qualinost a descansar no conocían a Halidnanthalassa, su capitán, que siempre encontraba tareas para assigner a cada miembro del grupo. Además, cada tarea influía directamente en los demás miembros, por lo que todos se preocupaban de hacerlo lo mejor posible. No es que necesitaran una motivación extra, su deber como protectores del reino élfico de Qualinost era más que suficiente para todos ellos, pero así se esforzaban aún más, si cabía.
Uri miró al montón de flechas que había estado haciendo las últimas horas. Tenía que admitir que prefería otras tareas... sentía el cuerpo entumecido y la yema de los dedos irritada de tanto manejar el fino cordel, casi un hilo, con el que los elfos ataban sus flechas. Salió a la terraza de su casa y contempló la parte superior de la Torre del Sol, desde donde reinaba el Orador de los Soles, Solostaran Kanan, nieto del fundador del reino de Qualinesti, el legendario Kith-Kanan. El sol se reflejaba en la pulida superficie de la Torre e iluminaba las bellas casas élficas, construidas con una mezcla entre mampostería enana y magia élfica únicas en todo Krynn.
- Urialanthalassa - escuchó la voz de su padre llamarla desde el piso de abajo - ¿Dónde estás querida? Ha llegado una carta para ti -
¿Una carta? eso no era muy común. Bajó ágilmente las escaleras y encontró a su padre en el salón, había dejado la misiva en la mesa de madera que presidia la sala.
Uri la cogió y vio que tenía su nombre elegantemente escrito y estaba sellada con un sello rojo, con un martin pescador.
Cuando comenzó la pelea, Saxa puso los ojos en blanco. "Oooootra vez", pensó. Y no es que no disfrutara de una buena pelea pero - al contrario que cuando era más joven - ya no las buscaba con avidez, sino que se había vuelto un poco más selectiva.
- Me estoy haciendo mayor...- murmuró para sí misma, mientras daba otro trago de su pinta y hacía de espectadora de la batalla campal que se estaba desarrollando. Miró con lástima al pobre tabernero que se tiraba de los pelos, desesperado por lo que estaba sucediendo en su local.
Por desgracia para sus instenciones, la bárbara destacaba en cualquier lugar al que iba. Aquella combinación de altura, corpulencia y pelo largo color rojo fuego llamaba la atención rápidamente. Por eso sólo pasaron unos segundos hasta que se acercó uno de los milicianos a intentar golpearla.
Soltando un largo suspiro se levantó. En la mano derecha aún sujetaba su pinta, mientras que el brazo izquierdo estaba ocupado en frenar el avance del agresor. No necesitaba prestarle mucha atención para tenerle entretenido, así que fue pensando en sus cosas. El capitán había repartido tareas aquella mañana y a ella le había tocado gestionar algunas cosas que necesitaban las Botas antes de encaminarse a la próxima misión. Fue haciendo memoria. Raciones. Un par de caballos (el de Dux se había roto una pata y unos goblins habían lanceado al suyo hacía unos días). Algunas piezas de armadura que necesitaban varios compañeros. Y había otra cosa. ¿Qué era ...? El miliciano seguía agitando sus brazos intentando atacar sin éxito. ¿Qué era ...? ¡Ah, sí! Tabaco. A Krommer se le estaba acabando y se volvía extremadamente huraño si pasaba mucho tiempo sin fumar. Antes prefería olvidarse de las armaduras que del tabaco con tal de no aguantar al enano de mal humor.
Los toquecitos de Guy en el brazo la sacaron de su ensimismamiento y le devolvieron a la realidad.
- Muchacho, ya hemos hablado de esto. Tienes que ir superando esa timidez, ¿eh? Que no te vamos a comer - dijo, mirándole seria desde las alturas. Acto seguido acercó la cara rápidamente hasta la de Guy y añadió - DE MOMENTO.
El chico dió un salto hacia atrás asustado y Saxa soltó una risotada, genuinamente divertida con la expresión de su cara.
- JAJAJAJAJA. Anda, vete de aquí, que todavía te van a partir la crisma con una silla o algo - le dijo.
Como si acabara de recordar que tenía al miliciano sujeto le liberó, y mientras este se estampaba contra la pared, Saxa tomó la carta que le ofrecía Guy. Despidió al chico con un movimiento de cabeza y se dirigió al rincón más tranquilo de la taberna. Apoyada contra una pared, empezó a leer y lo que leyó la dejó en shock.
- Ispin ... no... MALDITA SEA - dijo, dando un puñetazo en la pared que pasó completamente inadvertido dado el caos que seguía envolviendo la taberna.
Recordó la carta que tenía a medias en su cuarto. Había recibido una de su viejo amigo hacía ya muchos meses y era su turno para escribir de vuelta, pero el día a día había demorado aquella respuesta. Ahora ya nunca la terminaría. Ya no habría más cartas. Ni la posibilidad e ir a visitar a Ispin, que siempre estaba en su lista de tareas pendientes imposibles de cumplir porque su vida de mercenaria parecía llevarla siempre a cualquier lugar menos a Volger.
Saxa Strongblood no solía llorar. No lloraba ni cuando la herían en batalla. Pero aunque fuera grande y fuerte, no era inmune a la pérdida de las personas a las que quería. Así que, con el puño tocando aún la pared y la espalda vuelta al caos de la pelea, lloró lágrimas amargas por Ispin.
Cuando se recompuso, salió en silencio de la taberna. No se preocupó demasiado por sus compañeros porque sabía que, como en otras ocasiones, la pelea acabaría con algunas lesiones leves y que Krommer acabaría conveciendo a Dux y a Kip para ayudar a limpiar el caos que habían generado. Krommer podía tener muy mala leche cuando no tenía tabaco, pero tenía muy buen corazón y siempre acababa haciendo lo correcto.
Se dirigió en solitario a buscar a su Capitán. Iba a tener que pedirle unas semanas libres para acudir a Volger. Al Capitán Drixton no le iba a gustar, pero Saxa sabía que no se lo negaría.
Uri sostuvo la carta entre sus manos, releyéndola una vez más, mientras sus ojos se anegaban de lágrimas y su barbilla se arrugaba como la de una niña pequeña a punto de echarse a llorar. Levantó la vista hacia su progenitor y dos grandes gotas saladas se desprendieron a plomo de sus ojos.
- Padre, son malas noticias - musitó mientras se restregaba la manga por las mejillas intentando limpiarse, consiguiendo sin embargo que tanto las lágrimas como los mocos de su nariz se esparcieran por su cara - Ispin ha muerto -
Sin soltar la carta, corrió hacia su padre para abrazarle y buscar su consuelo. Toda su familia sabía el estrecho vínculo que la unían a ese humano, el primer amigo no elfo que la joven había tenido y cuya amistad se fraguó hacía ya largos años.
- Tenía la esperanza de volver a verle pronto - balbuceó entre un sollozo ahogado - me prometió que volvería a visitarnos la próxima primavera - suspiró, calmando su silencioso llanto - debí haber partido con él la última vez que me lo ofreció… así al menos hubiera podido disfrutar de su compañía en sus últimos años - recordó su voz y su contagiosa alegría y no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa - Le voy a echar mucho de menos, padre. Espero que al menos se haya ido en paz -
Más serena, la cazadora se separó de aquellos brazos de los que había recibido el aliento necesario para comenzar a asumir la pérdida. Sabía que los humanos vivían menos que los elfos, pero aún así no estaba preparada para perderle tan pronto, o no había querido estarlo. Alisó con cuidado la carta arrugada entre sus manos y volvió a leerla, cayendo en la cuenta del remitente, del que Ispin le había hablado tantísimas veces.
- Debo hablar con Halidnanthalassa - comentó con determinación - y pedirle permiso para acudir a su entierro. Le debo mi presencia y mi despedida, tal y como él hubiera querido -
Uri nunca había salido de su tierra natal, nunca había sentido la necesidad. Llevaba una vida tranquila y feliz rodeada de los suyos. Desde que se había convertido en una de las protectoras del Reino de Qualinesti, su única motivación era realizar su trabajo lo mejor posible. Las historias que le relataba Ispin de otras tierras y otras razas, sus peligros y sus aventuras, le provocaban cierta curiosidad, pero nada lo suficientemente poderoso como para abandonar su confortable y gratificante vida. Ahora su muerte lo cambiaba todo.
Dobló de nuevo la misiva con especial cuidado, casi a cámara lenta, como si no quisiera que el tiempo avanzara. Se la metió en uno de los bolsillos de la capa y, con un profundo pesar, comenzó a subir las escaleras hasta su habitación. Se acercó a la pequeña vasija que descansaba en uno de los rincones de la estancia. El agua estaba helada, lo que le permitió despejar su mente mientras se aseaba. No podía presentarse ante su capitán hecha un guiñapo.
Aún con los ojos vidriosos pero ya sin rastros de secreciones nasales ni lágrimas por su rostro, recogió las flechas que llevaba toda la mañana fabricando con la intención de llevárselas a su grupo y pedir audiencia con su capitán.
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"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Fritzfoxstiltonson Recklessfire, como le gustaba repetir a su madre y mas de un agente de la ley, quedó consternado tras leer la misiva. La manzana que mordisqueaba cayó al suelo entre el alboroto de la taberna donde se encontraba. Absortos en sus tragos y menesteres nadie prestó atención al joven Fritz sollozando y menos mal, porque pocas cosas hay mas terribles que un kender aflijido. Su mano se deslizó hasta la espada corta que el propio Ispin le había regalado y que con paciencia infinita le había enseñado a usar. Y así estuvo unos minutos, que en tiempo kender sería semanas, hasta que decidió no perder mas tiempo y poner rumbo a Volgar, ciudad nata de su amigo y de la que tantas historias hhabía escuchado.
Andar está bien, pero hacerlo muy de seguido resulta tedioso y muy muy aburrido. Sabido el rumbo a seguir poco tardó en encontrar una caravana que compartiera camino, aunque no ganas de hacerlo con un kender. Pero ese no era problema de Fritz, que con cada expulsión encontraba una manera nueva de subirse a los carros. Aquel tiempo lo aprovechó para poner desorden entre sus mapas y anotaciones para mantener el caos casi necesario de sus zurrones. Cuando empezaba a colocarlos por orden alfabetico, cambiaba de criterio a mitad para empzar por antiguedad y terminar colocando los últimos según la raza relacionada con ellos. El perfecto orden kender.
Remington carició el lacre del martín pescador con las yemas de los dedos, con cierta fascinación. Sus ojos recorrieron la elegante caligrafía por un momento. Finalmente, abrió el lacre apresuradamente y paseó su mirada curiosa por el manuscrito. Enseguida notó que le flaqueaban las piernas y tuvo que sentarse al pie de la escalera del recibidor de los Wizz.
¿El tío Ispin muerto? Simplemente no podía creerlo. Volvió a leer la carta de nuevo. ¿Como era posible, después de las aventuras increíbles que había vivido, lo que había superado, el Escudo Verde? Siempre había contado con escuchar su siguiente historia sobre Cudgel la enana y Sir Backlin. Pero ya no habría más historias junto al fuego, ni miradas cómplices a espaldas su padre, tan tradicional y poco dado a las excentricidades del gran Ispin Greenshield. Abatido, pensó de pronto que Krynn era un mundo mucho más gris que esta mañana. Ispin supo apreciar lo que los demás tenían delante sin verlo, ni siquiera el propio Remington. Y Remi no podía estarle más agradecido. Miró de reojo sus libros de estudiante de Magia desmadejados a sus pies. De no ser por Ispin, aun estaría haciendo inventario en el almacén de sus padres. Sí, le debía un último adiós, desde luego que sí. En ese momento Sir Arthur ronroneó entre sus piernas. Se subió en sus rodillas y frotó su cabeza contra el pecho de Remington. Su suave pelo largo le hizo cosquillas en el rostro. El joven rascó al elegante gato entre las orejas y le sonrió con tristeza.
—Se lo debemos, Sir Arthur. Tenemos que ir a Vogler —le dijo al gato mirándose en sus los ojos de color miel.
Sir Arthur maulló tímidamente y saltó a un lado con donaire, caminó unos pasos y se detuvo para esperarle. Remington sintió vértigo por la decisión tomada, pero estaba determinado a hacerlo, a pesar de que el miedo a viajar fuera de la tutela de los Wizz le cerraba la boca del estómago. Su madre y sus amigas las arpías siguieron tomando té con pastas de limón en el saloncito Rosa, ajenas a todo.
Halidnanthalassa asentía gravemente mientras escuchaba a la joven protectora del reino relatar, con voz quebrada, las duras noticias que había recibido. El veterano Capitán pusó una mano en su hombro para infundirle ánimo. Clavó sus ojos verdes en los de ella y habló.
- Es importante honrar a aquellos amigos que nos dejan. Ve. -
Pudo sentir el suspiro de alivio de la muchacha bajo su mano.
- Es un largo camino hasta Solamnia, y más aún hasta Kalaman que está casi en su frontera noreste. Lo mejor sería ir hasta Palanthas y allí coger un barco que te llevara hasta Kalaman, desde allí podrás llegar a Volger en un par de días, menos si consigues un caballo. -
La voz del Capitán era algo más cálida que de costumbre. No le estaba dando órdenes, le estaba aconsejando.
Cuando Uri se marchó Halid contempló el manojo de flechas que la chica había traído.
- ¿Crees que volverá? - dijo una voz a su espalda.
- Espero que sea capaz de sobrevivir, pero necesita salir al mundo real. No podemos protegerla por más tiempo. - dijo mientras observaba a la chica trotar en dirección a su hogar para prepararse para el viaje.
El Capitán Drixton estaba en su tienda reunido con su mano derecha, el teniente Nathen.
- Tu contrato de exclusividad ha cumplido hace semanas -comentó Drixton dando por zanjado el asunto de su pertenencia a las Botas - pero quizá pueda convencerte de que te quedes con nosotros un poco más. Mañana partimos hacia el este. Al menos durante unos días nuestros caminos siguen coincidiendo... -
- He oído que una caravana de mercaderes salió ayer en dirección a Kalaman. Si te apresuras seguro que les coges antes del alba. -contestó Nathen mirándola de arriba abajo. Tenía aquella manía y conseguía que nadie se sintiera cómodo en su presencia, pero Saxa no dejó que se le notara - Imagino que no les importará tener una espada más que les defienda, y por lo que pude ver de su guardia... falta les hace... -dice con sorna.
Drixton la miró con una ceja levantada, esperando su respuesta. Aquel hombre era realmente difícil de leer, pero la mercenaria tuvo la sensación de que poco le importaba su decisión.
- ¡TE HE DICHO QUE TE PIERDAS!!! - el Maestro de la Cravana tenía la cara tan roja que a Frizt le recordó a un tomate. No. A una fresa.
- He oído que tanta ira puede ser mala para los humores del cuerpo. ¿Come usted bien Maestro Berkley? - le preguntó el kender ignorando por completo el enojo del enano que le gritaba desde fuera del carro. En retrospectiva quizá haber puesto los pies encima de aquellos sacos de harina no había su mejor idea, pues fue lo que le delató en aquella ocasión, pero quería estirarse un poco. Y había que ponérselo fácil al Maestro Berkley o se sentiría un inútil.
- ¿Va bien al excusado? - le preguntó con sincero interés mientras se ponía en pie y se sacudía un poco de harina que se había salido de uno de los sacos.
El hombre sólo gruñó y alargó las manos para coger del chaleco al kender. Frizt le dejó hacer, pero se escabulló agilmente para caer en el suelo con gracia en lugar de ser arrojado como pretendía el enano.
- Debería incluir algo de fibra en su dieta Maestro Berkley -comentó mientras acompasaba su paso al del carromato siguiente. - Le vendría bien -
El enano, agotada su paciencia, echó mano de su hacha arrojadiza que llevaba en el cinturón. Pero no la encontró. Miró al kender, que estaba haciendo malabares con ella en una mano.
Berkley cogió un saco de harina del carromato y se lo lanzó al kender, que, soltando una carcajada se escabulló por el lateral del carromato y desapareció entre los arbustos que flanqueaban el camino.
Frizt esperó a que pasara el último carromato de la caravana y volvió al camino. Dejó que mantuvieran la distancia. Tendría tiempo de sobra de volver a unirse a ellos dentro de poco. El Maestro Berkley podía gritarle todo lo que quisiera, pero Frizt sabía que sin él estarían perdidos. Pronto iban a necesitar de sus mapas y conocimientos para poder llegar a Solamnia sanos y salvos. Además. Tenía que devolver el hacha al Maestro, que había vuelto a dejar caer de su cinturón.
Remintong colocaba sus escasas pertenencias en el baúl que había al pie del catre que le habían asignado en el pequeño camarote. Su padre le había conseguido pasaje en un barco mercader, cuya tripulación había trabajado alguna vez con ellos, que salía en unas horas, con el cambio de marea, hacia Kalaman. Era lo más rápido, y seguro. La pequeña estancia no tenía ventanas, y la falta de ventilación no había colaborado a que el olor del último viajero desapareciera del todo... ni el de la jofaina que había bajo el catre para hacer las necesidades vitales. Estaba limpia, pero no olía del todo bien. Nada que un poco de magia no pudiera solucionar. Seguramente su estricta maestra le reprendería por utilizar el Arte de aquella manera tan mundana, pero Remintong no tuvo reparos en hacerlo ya que pasar los siguiente días con aquel hedor no entraba dentro de sus planes.
Para despejarse subió a cubierta. Lunitari estaba casi llena y ya se había elevado en el cielo, mientras que Solinari comenzaba a aparecer por el horizonte. A su espalda, la ciudad de Palanthas brillaba con cientos de farolas preparándose para una noche más. Era curioso reflexionó el aprendiz de mago, pese a lo que podía cambiar la vida para un individuo, esta continuaba casi inalterable para el resto de personas.
"¿Al este, eh? Así que Kip tenía razón. Para variar". Saxa sonrió para sus adentros, mientras se imaginaba cómo "Tres Dientes" se lo iba a restregar a Krommer cuando el Capitán diera la noticia.
Suspiró antes de dar una respuesta. Iba a echar de menos a aquella gente... Bueno, quizás no a todos. A Nathen desde luego que no. La mercenaria estaba hasta su pelirroja coronilla de que la mirara de arriba a bajo y siempre sentía la tentación de estamparle contra una pared para que dejara de hacerlo. Por suerte para el teniente, los años habían hecho que Saxa tuviera la cabeza un poco fría, así que todo se quedaba en eso: una tentación no cumplida.
Respecto al Capitán, tampoco es que le fuera a "echar de menos" pero siempre la había tratado con respeto, aunque de una manera distante. Nada fuera de lo normal tratándose de un alto cargo. Durante aquellos meses la bárbara había trabajado a gusto a sus órdenes y para ella aquello era más que suficiente.
- Hm. Me hubiera gustado acompañaros unos días más, eso me habría permitido despedirme de mis compañeros. Pero si esa caravana va con una seguridad tan precaria no me sentiré a gusto dejándoles de lado. Saldré inmediatamente a buscarles - se llevó entones una mano al pecho e inclinó la cabeza antes de continuar - Gracias por estos buenos meses de trabajo. Ojalá nuestros pasos vuelvan a cruzarse.
Sin perder más tiempo, y con cierta pena por desaparecer tan súbitamente, Saxa recogió sus cosas y se dispuso a localizar la caravana.
- Si.. Ojala... - escuchó decir casi en un susurro a Nathen cuando salía de la tienda del Capitán.
Cuando Saxa recogió sus pocas pertenencias y abandonó el campamento nadie estaba allí para despedirla. Pese al tiempo pasado, y las veces que le había ocurrido, siempre sentía una pequeña punzada en su corazón. Sí, aquella era la vida que había elegido. Una vida dura siempre en movimiento y donde las amistades se sabían efímeras, bien por un mal combate o porque la gente abandonaba las compañías, ninguna amistad duraba demasiado, y los más veteranos ni siquiera se molestaban en pasar de una respetuosa camaradería en el mejor de los casos. Quizá era esa una de las razones por las cuales había atesorado su relación con Ispin. El buen hombre había sabido mantenerse en contacto y cultivar su amistad con ella pese al constante deambular de la mercenaria. Los campamentos eran tan distintos de la tribu de Saxa, donde todos cuidaban de todos y luchaban juntos por sobrevivir. En su última visita su padre le pidió, por primera vez, que se quedase. Pero ella aún sentía que había muchos horizontes nuevos que visitar, muchas montañas que escalar y muchas batallas que librar, y había rehusado. Quizá tras el funeral de Ispin pudiera volver a hacerle una visita.
Sus elucubraciones no le impidieron, sin embargo, avanzar con paso vivo en la noche. El camino estaba algo embarrado por las últimas lluvias pero eso no le impidió a la fuerte guerrera llevar un buen paso. Pese a sus desagradables maneras, Nathen había tenido razón. Saxa encontró los restos de su campamento cerca del amanecer y, a media mañana, algo cansada ya de caminar y cuando pensaba que sería mejor descansar algo, Saxa vio la caravana que se dirigia al este moviéndose pesadamente en el camino de barro. Más de una docena de carromatos tirados por bueyes, mulas y algún caballo. Alguien gritaba en la parte delantera de la comitiva. A Saxa le recordó cuando Krommer perdía el tabaco.
Uri preparó su equipaje con extremo cuidado, repasando en su cabeza una y otra vez la lista de enseres y objetos absolutamente imprescindibles para su viaje. Al ser la primera vez en abandonar su tierra natal tan lejos y durante tanto tiempo, basó su elección en las experiencias previas con su grupo de expedición, con el que se internaba en el bosque de vez en cuando para patrullar las zonas más inaccesibles, en las que invertían jornadas enteras. Eso, y el limitado espacio de su macuto, propiciaron que la decisión fuera complicada y el tiempo invertido mayor de lo que le hubiera gustado.
Pero la gran ventaja de ser una de las protectoras del Reino de Qualinesti era haberse criado y entrenado en el bosque, con lo que disponía de un amplio abanico de recursos en cuanto a supervivencia se refería. Podía diferenciar las bayas venenosas de las comestibles, el agua potable y la contaminada; era capaz de cazar pequeños animales si el hambre así lo requería y sabía hacer fuego para cocinar y calentarse; diferenciaba las huellas y los excrementos de los animales salvajes y peligrosos y sabía moverse sigilosamente entre los matorrales.
Definitivamente el bosque no era un problema. Pero al pensar en la ciudad, le invadía el desasosiego y un vértigo difícil de ignorar. ¿Qué pasaba si no sabía comportarse, si no le caía bien a nadie, si intentaban engañarla o robarla o no fuera capaz de llegar a su destino? Era un viaje muy largo y repleto de incertidumbre y no tenía más remedio que emprenderlo sola.
Se cargó el petate a la espalda y se colgó el arco y el carcaj con un puñado de flechas hechas por ella misma; la daga se mantenía estratégicamente escondida entre los pliegues de su ropa, al alcance de su mano, en su pierna derecha. Convencida de llevar todo lo necesario, se despidió cariñosamente de sus padres, prometiéndoles tener cuidado, comer bien y descansar mucho y, tras limpiarse las inevitables lágrimas de nostalgia, emprendió rumbo a su destino.
Hasta llegar a la frontera, evitó caminos transitados, atajando por los bosques y prados que tan bien conocía, admirando el paisaje casi como si lo estuviera viendo por primera vez, y al mismo tiempo despidiéndose de él, con la esperanza de volver pronto. No obstante, el recuerdo de las aventuras de Ipsin y su inagotable y contagioso entusiasmo le infundían una intensa curiosidad hacia lo que le deparara el exterior, y esto le hizo mucho más llevadero abandonar finalmente el terreno conocido tras echar una última mirada hacia atrás.
-Humanos, dragones, humanos de la autoridad, gallinas ponedoras, y ahora, Enanos, justo antes de las ocas!!- Friztfoxstiltonson repasaba su famosa lista de "irascibles y nervisosos sin deayunar en condiciones" , aunque sospechaba que pocos cambios habría si los ordenara después de la siesta o antes de la cena. Quizá las gallinas ganarían un puesto pero de lo que no tenía dudas era de que los enanos habían entrado con fuerza en la lista, aunque lejos aún del mas temible enemigo de un kender, las ocas.
A la pata coja.. un salto, dos saltos.. el kender volaba propulsandose en su vara Hoopak sin dejar que la caravana de comerciantes se alejara mucho. No quería estar lejos para ayudar al Maestro Berkley cuando el colapso intestinal culpa de la insuficiente ingesta de fibra le dejara fuera de juego. Seguro que entonces le vería con otros ojos y los enanos retrocedieran un puesto en su lista de enervados.
- ¡¡¿¿Pero no te había dicho que te perdieras??!! ¿¿Cómo te has metido en MI carromato?? Y devuélveme mi petaca!! ¡¡Plaga!! Que sois una plaga!! -
- Pero pero... si yo sólo quería devolverte tu hacha que se te había caído. Y darte estos cereales que debes poner en tu bebida o esa obstrucción intestinal va a ponerse seria... mira mira... si hasta te estás poniendo morado!! -
Los dos individuos que así hablaban se trataban de un enano, que el experto ojo de Saxa le dijo que sería el Maestro de la caravana, y un kender. No le sorprendió. Los kender podían ser realmente molestos y tenían los dedos demasiado largos. Como precaución se ató el saquillo de dinero a la parte interna de su cinturón mientras andaba hacia ellos, atrayendo alguna que otra mirada de los miembros de la caravana que esperaban a que su Maestro decidiera qué hacer con aquel hombrecillo.
Uri corría calle abajo entre dos edificios que estaban muy próximos entre ellos. La ciudad de Palanthas era grande, pero no le había parecido mucho más grande que Qualinost. Sin embargo, los humanos parecían decididos a llenar cualquier espacio posible con edificios, llegando a ponerlos tan próximos que la elfa estaba segura de que podría saltar de un tejado a otro si pudiera acceder a lo alto de uno de ellos.
Se apresuraba a bajar, ya que le habían indicado de un barco que saldría en breve hacia Kalaman, su objetivo, y no quería perderlo, y a falta de mejores indicaciones, "El puerto está al lado del mar" le habían dicho... bajaba las calles apresurada ya que había deducido que el punto más bajo de la ciudad estaría el mar. Ya podía ver el puerto entre algunos de los edificios, que tenía que reconocer eran hermosos. Carecían de la delicadeza y la suavidad de los de su ciudad natal, pero se preguntaba si no habría algo de mampostería enana en aquellos trabajos tan bien realizados. Por desgracia no tenía tiempo para admirar la arquitectura de la villa, y tras preguntar a un par de personas, llegó jadeando al barco que le habían dicho los guardias de la entrada a la ciudad. Parecía que la suerte que la había acompañado desde que dejara Qualinesti la seguía acompañando. El viaje había sido tranquilo primero viajaró a la ciudad de Solace, que le había encantado con sus casas en lo alto de los enormes árboles y lamentó no haberse podido quedar a disfrutar un poco más de aquellas patatas picantes que servían en el Último Hogar, se uniera a un par de caravanas que iban en su dirección y decidiera seguir a pie para ir más rápido, la última parte del trayecto hasta la capital de Solamnia.
Tras acordar con el Capitán un pasaje que le pareció justo, cinco monedas de acero, empezaba a escasearle el dinero debía tener cuidado, subió a la cubierta cuando el capitán ordenó retirar la misma y levantar amarras.
Mientras el barco comenzaba a alejarse despacio del muelle y los marineros desplegaban la vela, Uri pudo contemplar mejor la ciudad de Palanthas y tuvo que retractarse. Podría ser al menos tres veces más grande que Qualinost. Al haber estado dentro no había podido abarcar su verdadera magnitud. Se maravilló ante la cantidad de casas, capiteles y torres que se elevaban hacia el cielo estrellado, que ahora se iluminaban con múltiples faroles y alguna que otra luz mágica al llegar el crepúsculo. Pero un escalofrío la recorrió cuando, elevándose por encima del resto de torres, prácticamente en el centro de la ciudad, vio una torre negra, que ni siquiera reflejaba la luz de las lunas que se elevaban en el cielo. Con su aguda vista élfica pudo ver el balcón superior de la misma, donde le pareció ver una figura envuelta en sombras. Apoyándose en la barandilla instintivamente para ver mejor, juraría que aquella sombra se giró en su dirección y clavó en ella un par de ojos dorados con la pupila como un reloj de arena. Uri dejó escapar un leve grito y se soltó de la barandilla, insegura de haber imaginado aquella visión, pero la torre negra seguía allí, desafiante, y ella tenía las manos sudorosas y no podía negar el miedo que le causaba aquella estructura.
- Ten cuidado pequeña no te marees y te caigas... aún no hemos empezado a navegar... - le dijo un viejo marinero malinterpretando su gesto con un mareo.
Remington, que estaba sentado entre unas maromas perdido en sus pensamientos, vio a la elfa subir apresuradamente al barco y hablar con el capitán. No le sorprendió su reacción al ver la maldita Torre de la Alta Hechicería, pero eso sólo podía significar que no era de Palanthas.
Había otra cosa que al joven mago le causaba desasosiego, pero no era capaz de conseguir ponerle nombre. ¿Había olvidado algo en casa? Si ese era el caso ya era demasiado tarde.
Saxa se iba acercando a grandes zancadas al Maestro de Caravana mientras iba notando los diversos pares de ojos fijándose en ella. Nada nuevo bajo el sol. "Siiii, soy muy grande", iba pensando, "Siii, llevo un hacha enorme. Siiii, renacuajo, podría partirte en dos con ella. Pero no lo haré si no me das una buena razón. Y no me la vas a dar, ¿verdad?".
Por fin llegó hasta el punto donde el enano gritaba y un nada preocupado kender conseguía hacerle enfadar cada vez más sin demasiado esfuerzo por su parte. Se puso a pocos pies de ellos y esperó a que su enorme presencia, como siempre, atrajera sus miradas. Pero parecía que el kender había sacado al enano tanto de sus casillas que esto no sucedió. Anonadada, Saxa comenzó a hablar:
- Hola ¿Eres el maestro de caravana, verdad? Mi nombre es S...
- QUE TE VAYAS DE AQUI, HE DICHO - el maestro de caravana chilló de nuevo, sin escuchar ni una palabra de las que había dicho.
- Pero señor, que ese tono de morado se va haciendo cada vez más oscuro. Creo que debería...
- Esto... oiga... me gustaría acompa...- Saxa volvió a intentar unirse a la conversación.
- QUE TE VAYAS AHORA MISMO.
- Oh, pero si solo serán unos días - continuó el kender.
- ...por todos los Dioses... - murmuró la bárbara, frotándose la cara con una manaza.
Harta de la discusión, y eso que sólo había escuchado una pequeñísima parte de la misma, la mujer se llevó los dedos pulgar e índice a la boca y lanzó un silbido potente que se elevó por encima de todos los gritos y, ¡por fin!, consiguió que los dos contendientes se olvidaran el uno del otro y se percataran de su presencia.
- ¡¡Al fin, demonios!!- soltó, exasperada - Eres el maestro de Caravana, ¿no? Mi nombre es Saxa Strongblood y me dirijo a Volger. Creo que esta caravana pasará por allí. Me gustaría ir con vosotros. Puedo ofrecer mi hacha para ayudar a que viajéis más seguros mientras compartamos camino. ¿Hecho?- extendió su mano hacia el enano esperando que este la aceptara.
Remington, se levanto de entre unas maromas. Desechando de su cabeza la inquietud, tiró del chaqué para alisarlo, pero el frío de noche le hizo encogerse dentro su manta de viaje. Nunca había visto a una elfa de cerca y al verdad es que se moría de curiosidad. Eran los únicos pasajeros. Qué nervios, ¿le resultaría estúpido, torpe o tal vez interesante? ¿Qué la traerá tan al norte?
—Bienvenida a bordo—dijo acercándose temblando de frío—. No tienes que preocuparte, la Torre de Palanthas no puede hacer daño si no tratas de cruzar el Robledal de Shoikan. Parece que somos los dos únicos pasajeros. Yo soy Remington y el es Sir Arthur ¿Puedo preguntar cómo te llamas?
No pudo evitar mirarla de arriba abajo. Remington era un joven delgado de pelo rubicundo, que caía en un flequillo lánguido sobre sus grandes ojos verdes cuando la brisa marina no jugaba con él. El chico vestía unas buenas botas y ropas de terciopelo verde oliva con bordados dorados. De su cinto colgaban una daga minúscula y una varita retorcida de tejo rojo de un par de palmos de longitud. Entre sus piernas, por debajo de la manta, se asomaba un precioso gato de angora con el pelaje gris y blanco que miraba a Uri fijamente con sus ojos del color de la miel.
El enano miró de hito en hito a la alta mujer que había sido tan maleducada como para interrumpirle en mitad de su bronca con el maldito kender que llevaba varios días tocándole las narices y siguiendo su caravana... más bien viajando gratis en todos los carromatos de la misma.
- Mira... por muy alta que seas y muy fuerte que silbes ya tengo guardias gracias, puedes seguir tu camino. - era evidente que el enano estaba haciendo un gran esfuerzo por controlarse y no chillarla también. Aunque pareció agradecer el respiro y poder recuperar su compostura - ¿Quieres ser útil? Llévate a este contigo!! - Acompañó a sus palabras el arrojar, casi literalmente, al kender contra la mujer el cual tuvo que apoyarse en ella para no caerse.
El Maestro se giró sobre sí mismo y se subió al pescante de su carromato sin decir media palabra ni mirar hacia atrás azuzó a sus caballos y la caravana retomó la marcha.
Mientras los carromatos se movían Saxa se percató de los tres hombres, dos a caballo y con lanzas y uno de ellos a pie armado con una ballesta, que se quedaron entre ellos y el carromato del Maestro, mirándoles, sin amenazarles directamente pero en una clara actitud de que allí no tenían nada que hacer.
El kender reconoció a los tres guerreros como parte de la media docena, o quizá más, con la gente grande nunca se sabía y la verdad es que él no había prestado mucha atención que guardaba la caravana.
Saxa simplemente se encogió de hombros, recogió el macuto que había soltado momentáneamente en el suelo y miró al kender preguntándose qué hacer con aquel pequeño ser.
- Bueno, menudo enano desagradecido. No llego a intervenir y seguro que le estalla una vena de un momento a otro. En fin, ¿y tú quien eres? ¿A dónde vas? Como estaba diciendo, yo voy hacia Volger, quizás podamos hacer parte del camino juntos.
La bárbara se sorprendió internamente. Lo de Ispin le debía haber afectado más de lo que creía como para querer hacer camino con el apararentemente desesperante kender en lugar de hacerlo sola.
EL señor Fritzfoxstiltonson se quedó con la boca abierta, asombrado no, fasacinado, por la fabulosa capacidad de la humana XXL para proferir sonidos usando tan solo su capacidad pulmonar. ¿Eso es posible? Estaba tan alucinado que dejó de prestar atención a las dolencias del Maestro Berkley y trató de repetir aquel gutural y potente silvo del norte. Pedorretas, escupitazos y demás desafortunados intentos de repetir eaquel sonido. Tanto era su interés que apenas se percató de que la caravana y el propio Mestro Berkley se marchaban sin nisiquiera despedirse.
-Pero pero pero.. puedes repetirlo!!!???- dijo el joven kender 100% fascinado, 0% intimidado. Fritz era un kender curioso. Su pelo crecía hacia arriba ignorando la gravedad, rojo vivo que casi parecía una vela a lo lejos. Era menudo comparado con un adolescente humano pero fibroso y ágil para ser un kender. Vestía una cota de cuero encima de sus ropas. Al cinto una espada corta, gemela de la fijada en el lateral de su mochila. Por las empuñaduras tb se podía ver que llevaba dos dagas en diferentes lugares de rápido acceso. Por la mochila asomaba algún que otro papel y papiro enrollado pero nada como el aparente desorden que se veía en el zurrón que llevaba al hombro. Montones y montones de mapas, anotaciones, calcos y símbolos del pasado junto a mas privados y misteriosos tesoros recogidos en sus últimos viajes. Se ayudaba de una curiosa vara de peregrino, con una bifurcación en su extremo para poder usarse para lanzar piedras. SIn duda, manufactura kender.-Yo también voy Volguer- dijo en tono mas tristón- Mi amigo Ispin Greenshield ha muerto y voy a despedirme junto a algunos de sus amigos.-dijo el kender con su habitual y a veces dolorosa sinceridad, poco amigo de guardar secretos.
-Jajaja, ¿nunca habías visto silbar antes? Qué extraño - vuelve a repetir el silbido para satisfacción del curioso kender, imaginando que ya tienen entretenimiento para todo el viaje que vayan a compartir.
Cuando el pequeñajo menciona a Ispin se queda muy seria. Tarda unos segundos en procesar la increible coincidencia antes de volver a hablar:
-¿¡Cómo?? ¿¡ Eras amigo de Ispin !? Esto sí que no me lo esperaba. ¡Yo voy a Volger por la misma razón! Hoy mismo he recibido una carta de Becklin, su antigua compañera de aventuras, avisando de su fallecimiento... - menea la cabeza, triste - Conocí a Ispin hace muchos, muchísimos años. Parece que fue hace una eternidad, pero al mismo tiempo lo recuerdo como si fuera ayer. Yo era una adolescente que acababa de dejar su tribu para salir a conocer mundo y tuve la fortuna de cruzarme con él y compartir camino durante semanas. No nos volvimos a ver, desgraciadamente, pero llevábamos casi veinte años carteándonos. Ha sido un golpe duro ... Ispin, el bueno de Ispin...
Se queda callada, a todas luces recordando aquel viaje que compartieron, aquellas cartas. Tantos habían pasado y nadie había logrado conocer a Saxa tan bien como Ispin, sin contar a su padre Vidar y los otros miembros de la tribu. Pensar esto le dio un cierto dolor en el corazón. Y por segunda vez en corto tiempo se dio cuenta de que esta pérdida le había tocado más profundamente de lo que se había imaginado.
Volviendo al presente, Saxa miró esta vez al kender con nuevos ojos:
- Pongámonos en marcha, amigo. Me encantaría escuchar de tus aventuras con Ispin en los días que nos quedan por delante. Soy Saxa, por cierto.
Tras recuperar el equilibrio del vértigo sufrido por la extraña visión, la joven elfa miró al humano que le dirigía la palabra, pero pronto su atención fue abducida por el pequeño ser peludo que le acompañaba
- ¡Ay! ¡Un gatito! - exclamó entusiasmada, agachándose en el sitio, sin intención de acariciarle, pero estirando su brazo y tendiendo la mano para que la oliera - ¡Es precioso! Nunca había visto un gato con un pelo tan bonito… ¡Hola, Sir Arthur! -
Esperó quieta unos segundos para comprobar si era digna de la aceptación y atención del gato, hasta que fue consciente de lo maleducado del gesto de ignorar por completo al muchacho que se había presentado ante ella. Se irguió rápidamente, dirigiéndole una sonrisa nerviosa.
- Perdona, es que me encantan los animales- se rascó la coronilla a modo de gesto nervioso - y ¡tu gato es precioso! - comentó disculpándose y tendiéndole la mano a él, sin esperar esta vez que se la olisqueara - Soy Urialanthalassa Adian, natural de Qualinesti, encantada de conocerte - y le dio un vehemente apretón de manos.
Ahora que le observaba con más detenimiento, Uri dedujo, por su exquisita ropa y su cuidada educación, que pertenecía a una familia bien, acomodada y probablemente urbanita. Muy diferente a la impresión que ella podía producir, con el pelo recogido y desaliñado, sus ropajes de cuero desgastados y repletos de cintos y hebillas y una capa color verde oscuro que envolvía su cuerpo casi por completo. Las botas, fabricadas de piel y lana de oveja, aunque desgastadas mantenían sus pies calientes, pero se encontraban gravemente salpicadas de manchas de barro y humedad adheridas durante el viaje.
Depositando con cuidado su macuto y el arco y las flechas a un lado, volvió su mirada hacia la torre, escrutándola durante unos segundos.
- ¿Qué sitio es ese? ¿Quién vive allí? Me ha parecido ver una figura en lo alto de la torre… - preguntó con cierto recelo y curiosidad. Luego, observando el temblor de su nuevo acompañante, se agachó hasta su mochila rebuscando algo en el interior - Parece que tienes frío- ella no lo sentía con tanta intensidad, acostumbrada a sufrir las inclemencias del tiempo - Toma, te dará algo de calor - le ofreció una pequeña manta de lana, deshilachada por los bordes y con algo de polvo y briznas de hierba clavadas en la tela, fruto de haber dormido con ella a la intemperie.
Sir Arthur acercó su hocico sonrosado a la mano de Uri y la olfateó con curiosidad gatuna. ¿La elfa le había ignorado abiertamente? —pensó Remington perplejo— !Qué desfachatez! Y tú, ¡no me ayudas nada!—le dijo a Sir Arthur en silencio, con una mirada llena de reproche—. Deja de olerle la mano que es una extraña!
El gato maulló y jugueteó con el borde de la manta cochambrosa de pieles que la exploradora les ofrecía. Remi suspiró y se rehízo.
—No esperarás que me ponga eso, ¿verdad? Gracias, pero no —dio un paso atrás pensando en la de liendres que tendrían aquellas pieles—. Y no, no vive nadie en esa torre. Es la Torre de Alta Hechicería de Palanthas. Está maldita. Seguramente solo te he parecido ver algo, pero no puede ser. Estás muy lejos de Qualinost, eso aquí lo sabe todo el mundo.
Tras dejar que sus palabras calasen se dirigió a la elfa en un tono que pretendía limar asperezas.
—Eres la primera de tu especie que veo tan al norte en esta época del año —mintió sin saber por qué, como si conociera a otros—. Debes de ser valiente. Tú sola... Debes de tener un buen motivo —aventuró tratando de iniciar una conversación. Era un viaje muy largo y no les caía muy bien a los marineros así que no tenía mucha más opciones. Además la elfa era una caja nueva por abrir.
Remintong volvía a casa después de pasar por el almacén de su padre. Solía pasar por allí para saludar a su padre de vuelta a su hogar desde la casa de su mentora, Mildred Krebs. Ahora, además de su pequeña mochila con un par de libros donde había anotado las lecciones del día, llevaba una bolsa de piel con algunos objetos que su padre le había pedido llevara a casa.
Comenzó a subir la cuesta que le llevaría a su casa desde los muelles, donde estaba el almacén de pieles de su padre, y cuando llego a la Plaza del Caballero, donde las casas se abrían y dejaban ver algo más de la arquitectura de la ciudad de Palanthas, no pudo evitar volver a mirar hacia la Torre de Alta Hechicería que, como un dedo negro, se alzaba en solitario rodeada por el siniestro bosque que la protegía. Maldita desde antes del Cataclismo, cuando los Magos fueron obligados a abandonarla por orden del Príncipe Sacerdote y un túnica negra se arrojó desde lo alto, maldiciendo el lugar para siempre.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal del joven al contemplarla, aún en la distancia, su presencia inspiraba un temor irracional. Nadie era capaz de acercarse a ella e incluso los kender salían corriendo despavoridos ante la visión de la Arboleda de Shaikan, que rodeaba y protegía la Torre.
Una Torre allí, en Palanthas. Remington suspiró y continuó su camino. Tan cerca... y tan lejos. Sabía que antes o después tendría que viajar a la Torre de la Alta Hechicería en Wayreth, para pasar la Prueba, pero lo sentía igual que aquella torre negra que parecía observar al aspirante a mago perderse entre las calles. Cercano, pero a la vez muy muy lejano. Se preguntó cuándo podría alcanzar sus sueños.
Llegó sin contratiempo a casa y entregó la bolsa que le había dado su padre al ama de llaves, la cual le indicó que su madre estaba en el salón con unas amigas y que él había recibido esa mañana en el correo una misiva.
La carta estaba en un mueble de la entrada. Tenía un sello de un martín pescador y su nombre escrito en elegante letras en común.
Friztfox no lo podía entender. Tras tres largos y aburridos días por fin salía de aquella sucia celda. Bueno, para ser fieles a la verdad era la séptima vez en tres días que salía de allí, pero como al burgomaestre parecía importarle que estuviera allí por las noches, el considerado kender había vuelto a pasar la noche, o la mayor parte de ella, a la celda. Tras aparecer en la oficina del orondo burgomaestre y pedirle sus saquillos tan sólo diez minutos después de que le encerrara por primera vez, el hombre se puso tan rojo que Frizt pensó que iba a estallar. Por un momento se preguntó si eso sería posible y que sería digno de ver, pero enseguida pensó que sería mejor comportarse y no provocar a aquel buen hombre un aneurisma, fuera lo que fuera aquello. Se lo había oído decir una vez a un curandero hablando sobre la repentina muerte de un caballo, no sabía que significaba, pero sonaba muy malo. Así pues, Fritz intentó comportarse lo mejor que pudo, y que su aburrimiento le permitía, mientras el burgomaestre contactaba con los dueños de la cripta donde le habían encontrado, para ver si deseaban o no presentar cargos.
Todo aquello no era más que un malentendido por supuesto. Fritz había escuchado hablar a los dueños de aquella cripta, unos mercaderes de Palanthas, decir que en la vieja cripta de su familia en aquella ciudad a mitad de camino entre la capital de Solamnia y Kalaman, era tan antigua como su familia, que podían trazar su linaje hasta antes del Cataclismo. Eso significaba que aquella cripta databa de antes del Cataclismo y merecía la pena que Fritz la investigara. Por desgracia sus investigaciones habían demostrado que la cripta apenas tenía cincuenta años, y que sólo los abuelos de aquellos mercaderes estaban enterrados allí. Carecía de todo interés arqueológico, y así se lo quiso hacer saber a sus dueños, presentándose en la oficina del burgomaestre y contándole cómo había llegado a aquellas conclusiones. El hombre, sin embargo parecía obsesionado con un sólo detalle, que el kender había entrado por la fuerza a la cripta, cosa que él no podía entender porqué le causaba tanta fascinación, la cerradura apenas estaba cerrada cuando llegó, bastó un simple giro de sus queridas herramientas, herencia de su padre, para abrirla.
Finalmente había llegado una carta de los mercaderes, diciendo que no querían saber nada del tema y que lo mejor era que aquel asunto se olvidara lo antes posible, y que el kender fuera puesto en libertad con la condición de que no fuera a Palanthas a hablar con ellos del tema nunca y no lo divulgara. Fritz no sabía porqué habría de divulgar un descubrimiento tan mediocre, si es que podía llamarse descubrimiento siquiera, asi que aceptó.
El burgomaestre parecía más que contento de librarse de él, y le devolvió todos sus saquillos y mapas, junto con su vara y sus espadas, y allí estaba el kender, sentado en la mesa de la taberna, con los pies colgando de la mesa mientras ojeaba sus mapas para asegurarse de que estaban todos y mordisqueaba una manzana del puesto de fuera que se había caído y se iba a estropear cuando sus ojos repararon en la carta que, al parecer, le había llegado mientras estaba retenido junto con el resto del correo.
Era una carta algo ajada por los elementos y arrugada, como si hubiera recorrido mucho camino para llegar hasta él. Tenía un sello de cera roja con un martín pescador y su nombre escrito con letras elegantes.
Saxa bebía tranquilamente una pinta de cerveza junto con unos cuantos compañeros de la Compañía de las Botas Rojas. El último grupo de mercenarios con el que había pasado los últimos meses.
- Te lo digo, el Capitán dice que vamos a ir hacia el este. Al parecer hay bastante trabajo por allí - dijo Kip "Tres Dientes"
- Al este... hmmph- Krommer, el enano calvo inhaló con fuerza de su pipa y exhaló una bocanada de humo acre que ascendió para unirse al humo que cubría la parte superior de la posada haciendo aún más cargado el ambiente - la semana pasada decías que íbamos a ir al Norte, ahora al este.. ni siquiera sabes donde tienes el trasero Kip! -
El resto de compañeros soltó una sonora carcajada y Saxa pudo comprobar como uno de los miembros de la milicia local les miraba reprobatoriamente.
- ¿Qué es lo que miras ? - le espetó Dux, un hombretón más corpulento que la propia Saxa que aseguraba tener sangre de ogro. Desde luego era tan feo como uno - Pareces un búho mirándonos fijamente - se levantó y se dirigió a la mesa donde se encontraba aquel hombre junto a otros miembros de la milica tras su día de trabajo. - ¿Qué pasa? ¿Que te gusto? - le dijo inclinándose encima de la mesa y acercándose tanto a la cara del otro hombre que este pudo oler su aliento a cerveza barata.
- Ahi vamos otra vez... - rezongó Krommer guardando su pipa.
Dux cogió la jarra del hombre
- Al menos invítame a algo antes... - dijo acabando con la bebida de un solo trago. Sonrió al hombre que estaba apretando los puños y descargó la jarra en su cabeza.
Y así empezó. El hombre cayó desparramado al suelo, arrastrando a uno de sus compañeros al suelo. Dux se reía a carcajadas cuando otro de ellos le saltó encima y lo derribó. En pocos segundos toda la taberna estaba envuelta en una pelea.
Saxa mantenía su brazo izquierdo estirado, sujetando la cabeza de alguien que intentaba, sin éxito, golpearla con sus puños cerrados mientras agitaba los brazos frenéticamente. Ella se limitaba a mantener el brazo estirado y seguir bebiendo tranquilamente su cerveza mientras sus compañeros y el resto de parroquianos destrozaba la posada.
- Ehh.. ¿Saxa? P... Pe... perdona... - notó unos leves golpecitos en el hombro derecho. Miró hacia abajo y se encontró con Guy, un jovenzuelo que se había unido hacía poco a las Botas como aprendiz. - N... No... no quiero m.. mo.. molestar - el muchacho tartamudeaba pero Saxa pensaba que era sólo porque era extremadamente tímido. Le hacía falta ganar algo de confianza en sí mismo. - P.. Pe... Pero ha lle...llegado esta carta p...pa...para ti - dijo el chico mostrando una carta sellada con un sello rojo con el martin pescador y su nombre escrito con elegante caligrafia.
Saxa la tomó dejando que su atacante continuara su camino, sólo que ella dio un paso hacia delante y ni siquiera prestó atención al golpe que se dio contra una de las columnas de madera de la posada rompiéndose varios dientes y cayendo inconsciente a su espalda.
Urialanthalassa levantó la vista he hizo crujir su cuello. Estiró los brazos y flexionó y estiró varias veces los dedos de las manos. ¿cuanto tiempo llevaba atando las plumas y las puntas de las flechas a su nueva munición? No estaba segura, pero por lo menos había terminado. No sólo había hecho las suyas, si no las del resto de su patrulla. Los elfos que decían que los Guardianes venían a Qualinost a descansar no conocían a Halidnanthalassa, su capitán, que siempre encontraba tareas para assigner a cada miembro del grupo. Además, cada tarea influía directamente en los demás miembros, por lo que todos se preocupaban de hacerlo lo mejor posible. No es que necesitaran una motivación extra, su deber como protectores del reino élfico de Qualinost era más que suficiente para todos ellos, pero así se esforzaban aún más, si cabía.
Uri miró al montón de flechas que había estado haciendo las últimas horas. Tenía que admitir que prefería otras tareas... sentía el cuerpo entumecido y la yema de los dedos irritada de tanto manejar el fino cordel, casi un hilo, con el que los elfos ataban sus flechas.
Salió a la terraza de su casa y contempló la parte superior de la Torre del Sol, desde donde reinaba el Orador de los Soles, Solostaran Kanan, nieto del fundador del reino de Qualinesti, el legendario Kith-Kanan. El sol se reflejaba en la pulida superficie de la Torre e iluminaba las bellas casas élficas, construidas con una mezcla entre mampostería enana y magia élfica únicas en todo Krynn.
- Urialanthalassa - escuchó la voz de su padre llamarla desde el piso de abajo - ¿Dónde estás querida? Ha llegado una carta para ti -
¿Una carta? eso no era muy común. Bajó ágilmente las escaleras y encontró a su padre en el salón, había dejado la misiva en la mesa de madera que presidia la sala.
Uri la cogió y vio que tenía su nombre elegantemente escrito y estaba sellada con un sello rojo, con un martin pescador.
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Cuando comenzó la pelea, Saxa puso los ojos en blanco. "Oooootra vez", pensó. Y no es que no disfrutara de una buena pelea pero - al contrario que cuando era más joven - ya no las buscaba con avidez, sino que se había vuelto un poco más selectiva.
- Me estoy haciendo mayor... - murmuró para sí misma, mientras daba otro trago de su pinta y hacía de espectadora de la batalla campal que se estaba desarrollando. Miró con lástima al pobre tabernero que se tiraba de los pelos, desesperado por lo que estaba sucediendo en su local.
Por desgracia para sus instenciones, la bárbara destacaba en cualquier lugar al que iba. Aquella combinación de altura, corpulencia y pelo largo color rojo fuego llamaba la atención rápidamente. Por eso sólo pasaron unos segundos hasta que se acercó uno de los milicianos a intentar golpearla.
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Soltando un largo suspiro se levantó. En la mano derecha aún sujetaba su pinta, mientras que el brazo izquierdo estaba ocupado en frenar el avance del agresor. No necesitaba prestarle mucha atención para tenerle entretenido, así que fue pensando en sus cosas. El capitán había repartido tareas aquella mañana y a ella le había tocado gestionar algunas cosas que necesitaban las Botas antes de encaminarse a la próxima misión. Fue haciendo memoria. Raciones. Un par de caballos (el de Dux se había roto una pata y unos goblins habían lanceado al suyo hacía unos días). Algunas piezas de armadura que necesitaban varios compañeros. Y había otra cosa. ¿Qué era ...? El miliciano seguía agitando sus brazos intentando atacar sin éxito. ¿Qué era ...? ¡Ah, sí! Tabaco. A Krommer se le estaba acabando y se volvía extremadamente huraño si pasaba mucho tiempo sin fumar. Antes prefería olvidarse de las armaduras que del tabaco con tal de no aguantar al enano de mal humor.
Los toquecitos de Guy en el brazo la sacaron de su ensimismamiento y le devolvieron a la realidad.
- Muchacho, ya hemos hablado de esto. Tienes que ir superando esa timidez, ¿eh? Que no te vamos a comer - dijo, mirándole seria desde las alturas. Acto seguido acercó la cara rápidamente hasta la de Guy y añadió - DE MOMENTO.
El chico dió un salto hacia atrás asustado y Saxa soltó una risotada, genuinamente divertida con la expresión de su cara.
- JAJAJAJAJA. Anda, vete de aquí, que todavía te van a partir la crisma con una silla o algo - le dijo.
Como si acabara de recordar que tenía al miliciano sujeto le liberó, y mientras este se estampaba contra la pared, Saxa tomó la carta que le ofrecía Guy. Despidió al chico con un movimiento de cabeza y se dirigió al rincón más tranquilo de la taberna. Apoyada contra una pared, empezó a leer y lo que leyó la dejó en shock.
- Ispin ... no... MALDITA SEA - dijo, dando un puñetazo en la pared que pasó completamente inadvertido dado el caos que seguía envolviendo la taberna.
Recordó la carta que tenía a medias en su cuarto. Había recibido una de su viejo amigo hacía ya muchos meses y era su turno para escribir de vuelta, pero el día a día había demorado aquella respuesta. Ahora ya nunca la terminaría. Ya no habría más cartas. Ni la posibilidad e ir a visitar a Ispin, que siempre estaba en su lista de tareas pendientes imposibles de cumplir porque su vida de mercenaria parecía llevarla siempre a cualquier lugar menos a Volger.
Saxa Strongblood no solía llorar. No lloraba ni cuando la herían en batalla. Pero aunque fuera grande y fuerte, no era inmune a la pérdida de las personas a las que quería. Así que, con el puño tocando aún la pared y la espalda vuelta al caos de la pelea, lloró lágrimas amargas por Ispin.
Cuando se recompuso, salió en silencio de la taberna. No se preocupó demasiado por sus compañeros porque sabía que, como en otras ocasiones, la pelea acabaría con algunas lesiones leves y que Krommer acabaría conveciendo a Dux y a Kip para ayudar a limpiar el caos que habían generado. Krommer podía tener muy mala leche cuando no tenía tabaco, pero tenía muy buen corazón y siempre acababa haciendo lo correcto.
Se dirigió en solitario a buscar a su Capitán. Iba a tener que pedirle unas semanas libres para acudir a Volger. Al Capitán Drixton no le iba a gustar, pero Saxa sabía que no se lo negaría.
Diving deep to the surface ♫ Nessa | Saxa | Auriel | Chase | Shenua | Arren | Lyra
Uri sostuvo la carta entre sus manos, releyéndola una vez más, mientras sus ojos se anegaban de lágrimas y su barbilla se arrugaba como la de una niña pequeña a punto de echarse a llorar. Levantó la vista hacia su progenitor y dos grandes gotas saladas se desprendieron a plomo de sus ojos.
- Padre, son malas noticias - musitó mientras se restregaba la manga por las mejillas intentando limpiarse, consiguiendo sin embargo que tanto las lágrimas como los mocos de su nariz se esparcieran por su cara - Ispin ha muerto -
Sin soltar la carta, corrió hacia su padre para abrazarle y buscar su consuelo. Toda su familia sabía el estrecho vínculo que la unían a ese humano, el primer amigo no elfo que la joven había tenido y cuya amistad se fraguó hacía ya largos años.
- Tenía la esperanza de volver a verle pronto - balbuceó entre un sollozo ahogado - me prometió que volvería a visitarnos la próxima primavera - suspiró, calmando su silencioso llanto - debí haber partido con él la última vez que me lo ofreció… así al menos hubiera podido disfrutar de su compañía en sus últimos años - recordó su voz y su contagiosa alegría y no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa - Le voy a echar mucho de menos, padre. Espero que al menos se haya ido en paz -
Más serena, la cazadora se separó de aquellos brazos de los que había recibido el aliento necesario para comenzar a asumir la pérdida. Sabía que los humanos vivían menos que los elfos, pero aún así no estaba preparada para perderle tan pronto, o no había querido estarlo. Alisó con cuidado la carta arrugada entre sus manos y volvió a leerla, cayendo en la cuenta del remitente, del que Ispin le había hablado tantísimas veces.
- Debo hablar con Halidnanthalassa - comentó con determinación - y pedirle permiso para acudir a su entierro. Le debo mi presencia y mi despedida, tal y como él hubiera querido -
Uri nunca había salido de su tierra natal, nunca había sentido la necesidad. Llevaba una vida tranquila y feliz rodeada de los suyos. Desde que se había convertido en una de las protectoras del Reino de Qualinesti, su única motivación era realizar su trabajo lo mejor posible. Las historias que le relataba Ispin de otras tierras y otras razas, sus peligros y sus aventuras, le provocaban cierta curiosidad, pero nada lo suficientemente poderoso como para abandonar su confortable y gratificante vida. Ahora su muerte lo cambiaba todo.
Dobló de nuevo la misiva con especial cuidado, casi a cámara lenta, como si no quisiera que el tiempo avanzara. Se la metió en uno de los bolsillos de la capa y, con un profundo pesar, comenzó a subir las escaleras hasta su habitación. Se acercó a la pequeña vasija que descansaba en uno de los rincones de la estancia. El agua estaba helada, lo que le permitió despejar su mente mientras se aseaba. No podía presentarse ante su capitán hecha un guiñapo.
Aún con los ojos vidriosos pero ya sin rastros de secreciones nasales ni lágrimas por su rostro, recogió las flechas que llevaba toda la mañana fabricando con la intención de llevárselas a su grupo y pedir audiencia con su capitán.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Fritzfoxstiltonson Recklessfire, como le gustaba repetir a su madre y mas de un agente de la ley, quedó consternado tras leer la misiva. La manzana que mordisqueaba cayó al suelo entre el alboroto de la taberna donde se encontraba. Absortos en sus tragos y menesteres nadie prestó atención al joven Fritz sollozando y menos mal, porque pocas cosas hay mas terribles que un kender aflijido. Su mano se deslizó hasta la espada corta que el propio Ispin le había regalado y que con paciencia infinita le había enseñado a usar. Y así estuvo unos minutos, que en tiempo kender sería semanas, hasta que decidió no perder mas tiempo y poner rumbo a Volgar, ciudad nata de su amigo y de la que tantas historias hhabía escuchado.
Andar está bien, pero hacerlo muy de seguido resulta tedioso y muy muy aburrido. Sabido el rumbo a seguir poco tardó en encontrar una caravana que compartiera camino, aunque no ganas de hacerlo con un kender. Pero ese no era problema de Fritz, que con cada expulsión encontraba una manera nueva de subirse a los carros. Aquel tiempo lo aprovechó para poner desorden entre sus mapas y anotaciones para mantener el caos casi necesario de sus zurrones. Cuando empezaba a colocarlos por orden alfabetico, cambiaba de criterio a mitad para empzar por antiguedad y terminar colocando los últimos según la raza relacionada con ellos. El perfecto orden kender.
Remington carició el lacre del martín pescador con las yemas de los dedos, con cierta fascinación. Sus ojos recorrieron la elegante caligrafía por un momento. Finalmente, abrió el lacre apresuradamente y paseó su mirada curiosa por el manuscrito. Enseguida notó que le flaqueaban las piernas y tuvo que sentarse al pie de la escalera del recibidor de los Wizz.
¿El tío Ispin muerto? Simplemente no podía creerlo. Volvió a leer la carta de nuevo. ¿Como era posible, después de las aventuras increíbles que había vivido, lo que había superado, el Escudo Verde? Siempre había contado con escuchar su siguiente historia sobre Cudgel la enana y Sir Backlin. Pero ya no habría más historias junto al fuego, ni miradas cómplices a espaldas su padre, tan tradicional y poco dado a las excentricidades del gran Ispin Greenshield. Abatido, pensó de pronto que Krynn era un mundo mucho más gris que esta mañana. Ispin supo apreciar lo que los demás tenían delante sin verlo, ni siquiera el propio Remington. Y Remi no podía estarle más agradecido. Miró de reojo sus libros de estudiante de Magia desmadejados a sus pies. De no ser por Ispin, aun estaría haciendo inventario en el almacén de sus padres. Sí, le debía un último adiós, desde luego que sí. En ese momento Sir Arthur ronroneó entre sus piernas. Se subió en sus rodillas y frotó su cabeza contra el pecho de Remington. Su suave pelo largo le hizo cosquillas en el rostro. El joven rascó al elegante gato entre las orejas y le sonrió con tristeza.
—Se lo debemos, Sir Arthur. Tenemos que ir a Vogler —le dijo al gato mirándose en sus los ojos de color miel.
Sir Arthur maulló tímidamente y saltó a un lado con donaire, caminó unos pasos y se detuvo para esperarle. Remington sintió vértigo por la decisión tomada, pero estaba determinado a hacerlo, a pesar de que el miedo a viajar fuera de la tutela de los Wizz le cerraba la boca del estómago. Su madre y sus amigas las arpías siguieron tomando té con pastas de limón en el saloncito Rosa, ajenas a todo.
Ash el guerrero — Dragon's Hoard (Spanish)
Leobald el caballero — Death and Pain at Saltmarsh (Spanish)
Keeper — Vigilantes en el Cielo (Spanish)
Remington Wizz — Shadow of the Dragon Queen (Spanish)
Halidnanthalassa asentía gravemente mientras escuchaba a la joven protectora del reino relatar, con voz quebrada, las duras noticias que había recibido. El veterano Capitán pusó una mano en su hombro para infundirle ánimo. Clavó sus ojos verdes en los de ella y habló.
- Es importante honrar a aquellos amigos que nos dejan. Ve. -
Pudo sentir el suspiro de alivio de la muchacha bajo su mano.
- Es un largo camino hasta Solamnia, y más aún hasta Kalaman que está casi en su frontera noreste. Lo mejor sería ir hasta Palanthas y allí coger un barco que te llevara hasta Kalaman, desde allí podrás llegar a Volger en un par de días, menos si consigues un caballo. -
La voz del Capitán era algo más cálida que de costumbre. No le estaba dando órdenes, le estaba aconsejando.
Cuando Uri se marchó Halid contempló el manojo de flechas que la chica había traído.
- ¿Crees que volverá? - dijo una voz a su espalda.
- Espero que sea capaz de sobrevivir, pero necesita salir al mundo real. No podemos protegerla por más tiempo. - dijo mientras observaba a la chica trotar en dirección a su hogar para prepararse para el viaje.
El Capitán Drixton estaba en su tienda reunido con su mano derecha, el teniente Nathen.
- Tu contrato de exclusividad ha cumplido hace semanas - comentó Drixton dando por zanjado el asunto de su pertenencia a las Botas - pero quizá pueda convencerte de que te quedes con nosotros un poco más. Mañana partimos hacia el este. Al menos durante unos días nuestros caminos siguen coincidiendo... -
- He oído que una caravana de mercaderes salió ayer en dirección a Kalaman. Si te apresuras seguro que les coges antes del alba. - contestó Nathen mirándola de arriba abajo. Tenía aquella manía y conseguía que nadie se sintiera cómodo en su presencia, pero Saxa no dejó que se le notara - Imagino que no les importará tener una espada más que les defienda, y por lo que pude ver de su guardia... falta les hace... - dice con sorna.
Drixton la miró con una ceja levantada, esperando su respuesta. Aquel hombre era realmente difícil de leer, pero la mercenaria tuvo la sensación de que poco le importaba su decisión.
- ¡TE HE DICHO QUE TE PIERDAS!!! - el Maestro de la Cravana tenía la cara tan roja que a Frizt le recordó a un tomate. No. A una fresa.
- He oído que tanta ira puede ser mala para los humores del cuerpo. ¿Come usted bien Maestro Berkley? - le preguntó el kender ignorando por completo el enojo del enano que le gritaba desde fuera del carro. En retrospectiva quizá haber puesto los pies encima de aquellos sacos de harina no había su mejor idea, pues fue lo que le delató en aquella ocasión, pero quería estirarse un poco. Y había que ponérselo fácil al Maestro Berkley o se sentiría un inútil.
- ¿Va bien al excusado? - le preguntó con sincero interés mientras se ponía en pie y se sacudía un poco de harina que se había salido de uno de los sacos.
El hombre sólo gruñó y alargó las manos para coger del chaleco al kender. Frizt le dejó hacer, pero se escabulló agilmente para caer en el suelo con gracia en lugar de ser arrojado como pretendía el enano.
- Debería incluir algo de fibra en su dieta Maestro Berkley - comentó mientras acompasaba su paso al del carromato siguiente. - Le vendría bien -
El enano, agotada su paciencia, echó mano de su hacha arrojadiza que llevaba en el cinturón. Pero no la encontró. Miró al kender, que estaba haciendo malabares con ella en una mano.
Berkley cogió un saco de harina del carromato y se lo lanzó al kender, que, soltando una carcajada se escabulló por el lateral del carromato y desapareció entre los arbustos que flanqueaban el camino.
Frizt esperó a que pasara el último carromato de la caravana y volvió al camino. Dejó que mantuvieran la distancia. Tendría tiempo de sobra de volver a unirse a ellos dentro de poco. El Maestro Berkley podía gritarle todo lo que quisiera, pero Frizt sabía que sin él estarían perdidos. Pronto iban a necesitar de sus mapas y conocimientos para poder llegar a Solamnia sanos y salvos. Además. Tenía que devolver el hacha al Maestro, que había vuelto a dejar caer de su cinturón.
Remintong colocaba sus escasas pertenencias en el baúl que había al pie del catre que le habían asignado en el pequeño camarote. Su padre le había conseguido pasaje en un barco mercader, cuya tripulación había trabajado alguna vez con ellos, que salía en unas horas, con el cambio de marea, hacia Kalaman. Era lo más rápido, y seguro. La pequeña estancia no tenía ventanas, y la falta de ventilación no había colaborado a que el olor del último viajero desapareciera del todo... ni el de la jofaina que había bajo el catre para hacer las necesidades vitales. Estaba limpia, pero no olía del todo bien. Nada que un poco de magia no pudiera solucionar. Seguramente su estricta maestra le reprendería por utilizar el Arte de aquella manera tan mundana, pero Remintong no tuvo reparos en hacerlo ya que pasar los siguiente días con aquel hedor no entraba dentro de sus planes.
Para despejarse subió a cubierta. Lunitari estaba casi llena y ya se había elevado en el cielo, mientras que Solinari comenzaba a aparecer por el horizonte. A su espalda, la ciudad de Palanthas brillaba con cientos de farolas preparándose para una noche más. Era curioso reflexionó el aprendiz de mago, pese a lo que podía cambiar la vida para un individuo, esta continuaba casi inalterable para el resto de personas.
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"¿Al este, eh? Así que Kip tenía razón. Para variar". Saxa sonrió para sus adentros, mientras se imaginaba cómo "Tres Dientes" se lo iba a restregar a Krommer cuando el Capitán diera la noticia.
Suspiró antes de dar una respuesta. Iba a echar de menos a aquella gente... Bueno, quizás no a todos. A Nathen desde luego que no. La mercenaria estaba hasta su pelirroja coronilla de que la mirara de arriba a bajo y siempre sentía la tentación de estamparle contra una pared para que dejara de hacerlo. Por suerte para el teniente, los años habían hecho que Saxa tuviera la cabeza un poco fría, así que todo se quedaba en eso: una tentación no cumplida.
Respecto al Capitán, tampoco es que le fuera a "echar de menos" pero siempre la había tratado con respeto, aunque de una manera distante. Nada fuera de lo normal tratándose de un alto cargo. Durante aquellos meses la bárbara había trabajado a gusto a sus órdenes y para ella aquello era más que suficiente.
- Hm. Me hubiera gustado acompañaros unos días más, eso me habría permitido despedirme de mis compañeros. Pero si esa caravana va con una seguridad tan precaria no me sentiré a gusto dejándoles de lado. Saldré inmediatamente a buscarles - se llevó entones una mano al pecho e inclinó la cabeza antes de continuar - Gracias por estos buenos meses de trabajo. Ojalá nuestros pasos vuelvan a cruzarse.
Sin perder más tiempo, y con cierta pena por desaparecer tan súbitamente, Saxa recogió sus cosas y se dispuso a localizar la caravana.
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- Si.. Ojala... - escuchó decir casi en un susurro a Nathen cuando salía de la tienda del Capitán.
Cuando Saxa recogió sus pocas pertenencias y abandonó el campamento nadie estaba allí para despedirla. Pese al tiempo pasado, y las veces que le había ocurrido, siempre sentía una pequeña punzada en su corazón. Sí, aquella era la vida que había elegido. Una vida dura siempre en movimiento y donde las amistades se sabían efímeras, bien por un mal combate o porque la gente abandonaba las compañías, ninguna amistad duraba demasiado, y los más veteranos ni siquiera se molestaban en pasar de una respetuosa camaradería en el mejor de los casos. Quizá era esa una de las razones por las cuales había atesorado su relación con Ispin. El buen hombre había sabido mantenerse en contacto y cultivar su amistad con ella pese al constante deambular de la mercenaria. Los campamentos eran tan distintos de la tribu de Saxa, donde todos cuidaban de todos y luchaban juntos por sobrevivir. En su última visita su padre le pidió, por primera vez, que se quedase. Pero ella aún sentía que había muchos horizontes nuevos que visitar, muchas montañas que escalar y muchas batallas que librar, y había rehusado. Quizá tras el funeral de Ispin pudiera volver a hacerle una visita.
Sus elucubraciones no le impidieron, sin embargo, avanzar con paso vivo en la noche. El camino estaba algo embarrado por las últimas lluvias pero eso no le impidió a la fuerte guerrera llevar un buen paso. Pese a sus desagradables maneras, Nathen había tenido razón. Saxa encontró los restos de su campamento cerca del amanecer y, a media mañana, algo cansada ya de caminar y cuando pensaba que sería mejor descansar algo, Saxa vio la caravana que se dirigia al este moviéndose pesadamente en el camino de barro. Más de una docena de carromatos tirados por bueyes, mulas y algún caballo.
Alguien gritaba en la parte delantera de la comitiva. A Saxa le recordó cuando Krommer perdía el tabaco.
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Uri preparó su equipaje con extremo cuidado, repasando en su cabeza una y otra vez la lista de enseres y objetos absolutamente imprescindibles para su viaje. Al ser la primera vez en abandonar su tierra natal tan lejos y durante tanto tiempo, basó su elección en las experiencias previas con su grupo de expedición, con el que se internaba en el bosque de vez en cuando para patrullar las zonas más inaccesibles, en las que invertían jornadas enteras. Eso, y el limitado espacio de su macuto, propiciaron que la decisión fuera complicada y el tiempo invertido mayor de lo que le hubiera gustado.
Pero la gran ventaja de ser una de las protectoras del Reino de Qualinesti era haberse criado y entrenado en el bosque, con lo que disponía de un amplio abanico de recursos en cuanto a supervivencia se refería. Podía diferenciar las bayas venenosas de las comestibles, el agua potable y la contaminada; era capaz de cazar pequeños animales si el hambre así lo requería y sabía hacer fuego para cocinar y calentarse; diferenciaba las huellas y los excrementos de los animales salvajes y peligrosos y sabía moverse sigilosamente entre los matorrales.
Definitivamente el bosque no era un problema. Pero al pensar en la ciudad, le invadía el desasosiego y un vértigo difícil de ignorar. ¿Qué pasaba si no sabía comportarse, si no le caía bien a nadie, si intentaban engañarla o robarla o no fuera capaz de llegar a su destino? Era un viaje muy largo y repleto de incertidumbre y no tenía más remedio que emprenderlo sola.
Se cargó el petate a la espalda y se colgó el arco y el carcaj con un puñado de flechas hechas por ella misma; la daga se mantenía estratégicamente escondida entre los pliegues de su ropa, al alcance de su mano, en su pierna derecha. Convencida de llevar todo lo necesario, se despidió cariñosamente de sus padres, prometiéndoles tener cuidado, comer bien y descansar mucho y, tras limpiarse las inevitables lágrimas de nostalgia, emprendió rumbo a su destino.
Hasta llegar a la frontera, evitó caminos transitados, atajando por los bosques y prados que tan bien conocía, admirando el paisaje casi como si lo estuviera viendo por primera vez, y al mismo tiempo despidiéndose de él, con la esperanza de volver pronto. No obstante, el recuerdo de las aventuras de Ipsin y su inagotable y contagioso entusiasmo le infundían una intensa curiosidad hacia lo que le deparara el exterior, y esto le hizo mucho más llevadero abandonar finalmente el terreno conocido tras echar una última mirada hacia atrás.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
-Humanos, dragones, humanos de la autoridad, gallinas ponedoras, y ahora, Enanos, justo antes de las ocas!!- Friztfoxstiltonson repasaba su famosa lista de "irascibles y nervisosos sin deayunar en condiciones" , aunque sospechaba que pocos cambios habría si los ordenara después de la siesta o antes de la cena. Quizá las gallinas ganarían un puesto pero de lo que no tenía dudas era de que los enanos habían entrado con fuerza en la lista, aunque lejos aún del mas temible enemigo de un kender, las ocas.
A la pata coja.. un salto, dos saltos.. el kender volaba propulsandose en su vara Hoopak sin dejar que la caravana de comerciantes se alejara mucho. No quería estar lejos para ayudar al Maestro Berkley cuando el colapso intestinal culpa de la insuficiente ingesta de fibra le dejara fuera de juego. Seguro que entonces le vería con otros ojos y los enanos retrocedieran un puesto en su lista de enervados.
- ¡¡¿¿Pero no te había dicho que te perdieras??!! ¿¿Cómo te has metido en MI carromato?? Y devuélveme mi petaca!! ¡¡Plaga!! Que sois una plaga!! -
- Pero pero... si yo sólo quería devolverte tu hacha que se te había caído. Y darte estos cereales que debes poner en tu bebida o esa obstrucción intestinal va a ponerse seria... mira mira... si hasta te estás poniendo morado!! -
Los dos individuos que así hablaban se trataban de un enano, que el experto ojo de Saxa le dijo que sería el Maestro de la caravana, y un kender. No le sorprendió. Los kender podían ser realmente molestos y tenían los dedos demasiado largos. Como precaución se ató el saquillo de dinero a la parte interna de su cinturón mientras andaba hacia ellos, atrayendo alguna que otra mirada de los miembros de la caravana que esperaban a que su Maestro decidiera qué hacer con aquel hombrecillo.
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Uri corría calle abajo entre dos edificios que estaban muy próximos entre ellos. La ciudad de Palanthas era grande, pero no le había parecido mucho más grande que Qualinost. Sin embargo, los humanos parecían decididos a llenar cualquier espacio posible con edificios, llegando a ponerlos tan próximos que la elfa estaba segura de que podría saltar de un tejado a otro si pudiera acceder a lo alto de uno de ellos.
Se apresuraba a bajar, ya que le habían indicado de un barco que saldría en breve hacia Kalaman, su objetivo, y no quería perderlo, y a falta de mejores indicaciones, "El puerto está al lado del mar" le habían dicho... bajaba las calles apresurada ya que había deducido que el punto más bajo de la ciudad estaría el mar. Ya podía ver el puerto entre algunos de los edificios, que tenía que reconocer eran hermosos. Carecían de la delicadeza y la suavidad de los de su ciudad natal, pero se preguntaba si no habría algo de mampostería enana en aquellos trabajos tan bien realizados. Por desgracia no tenía tiempo para admirar la arquitectura de la villa, y tras preguntar a un par de personas, llegó jadeando al barco que le habían dicho los guardias de la entrada a la ciudad. Parecía que la suerte que la había acompañado desde que dejara Qualinesti la seguía acompañando. El viaje había sido tranquilo primero viajaró a la ciudad de Solace, que le había encantado con sus casas en lo alto de los enormes árboles y lamentó no haberse podido quedar a disfrutar un poco más de aquellas patatas picantes que servían en el Último Hogar, se uniera a un par de caravanas que iban en su dirección y decidiera seguir a pie para ir más rápido, la última parte del trayecto hasta la capital de Solamnia.
Tras acordar con el Capitán un pasaje que le pareció justo, cinco monedas de acero, empezaba a escasearle el dinero debía tener cuidado, subió a la cubierta cuando el capitán ordenó retirar la misma y levantar amarras.
Mientras el barco comenzaba a alejarse despacio del muelle y los marineros desplegaban la vela, Uri pudo contemplar mejor la ciudad de Palanthas y tuvo que retractarse. Podría ser al menos tres veces más grande que Qualinost. Al haber estado dentro no había podido abarcar su verdadera magnitud. Se maravilló ante la cantidad de casas, capiteles y torres que se elevaban hacia el cielo estrellado, que ahora se iluminaban con múltiples faroles y alguna que otra luz mágica al llegar el crepúsculo. Pero un escalofrío la recorrió cuando, elevándose por encima del resto de torres, prácticamente en el centro de la ciudad, vio una torre negra, que ni siquiera reflejaba la luz de las lunas que se elevaban en el cielo. Con su aguda vista élfica pudo ver el balcón superior de la misma, donde le pareció ver una figura envuelta en sombras. Apoyándose en la barandilla instintivamente para ver mejor, juraría que aquella sombra se giró en su dirección y clavó en ella un par de ojos dorados con la pupila como un reloj de arena.
Uri dejó escapar un leve grito y se soltó de la barandilla, insegura de haber imaginado aquella visión, pero la torre negra seguía allí, desafiante, y ella tenía las manos sudorosas y no podía negar el miedo que le causaba aquella estructura.
- Ten cuidado pequeña no te marees y te caigas... aún no hemos empezado a navegar... - le dijo un viejo marinero malinterpretando su gesto con un mareo.
Remington, que estaba sentado entre unas maromas perdido en sus pensamientos, vio a la elfa subir apresuradamente al barco y hablar con el capitán. No le sorprendió su reacción al ver la maldita Torre de la Alta Hechicería, pero eso sólo podía significar que no era de Palanthas.
Había otra cosa que al joven mago le causaba desasosiego, pero no era capaz de conseguir ponerle nombre. ¿Había olvidado algo en casa? Si ese era el caso ya era demasiado tarde.
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Saxa se iba acercando a grandes zancadas al Maestro de Caravana mientras iba notando los diversos pares de ojos fijándose en ella. Nada nuevo bajo el sol. "Siiii, soy muy grande", iba pensando, "Siii, llevo un hacha enorme. Siiii, renacuajo, podría partirte en dos con ella. Pero no lo haré si no me das una buena razón. Y no me la vas a dar, ¿verdad?".
Por fin llegó hasta el punto donde el enano gritaba y un nada preocupado kender conseguía hacerle enfadar cada vez más sin demasiado esfuerzo por su parte. Se puso a pocos pies de ellos y esperó a que su enorme presencia, como siempre, atrajera sus miradas. Pero parecía que el kender había sacado al enano tanto de sus casillas que esto no sucedió. Anonadada, Saxa comenzó a hablar:
- Hola ¿Eres el maestro de caravana, verdad? Mi nombre es S...
- QUE TE VAYAS DE AQUI, HE DICHO - el maestro de caravana chilló de nuevo, sin escuchar ni una palabra de las que había dicho.
- Pero señor, que ese tono de morado se va haciendo cada vez más oscuro. Creo que debería...
- Esto... oiga... me gustaría acompa... - Saxa volvió a intentar unirse a la conversación.
- QUE TE VAYAS AHORA MISMO.
- Oh, pero si solo serán unos días - continuó el kender.
- ...por todos los Dioses... - murmuró la bárbara, frotándose la cara con una manaza.
Harta de la discusión, y eso que sólo había escuchado una pequeñísima parte de la misma, la mujer se llevó los dedos pulgar e índice a la boca y lanzó un silbido potente que se elevó por encima de todos los gritos y, ¡por fin!, consiguió que los dos contendientes se olvidaran el uno del otro y se percataran de su presencia.
- ¡¡Al fin, demonios!! - soltó, exasperada - Eres el maestro de Caravana, ¿no? Mi nombre es Saxa Strongblood y me dirijo a Volger. Creo que esta caravana pasará por allí. Me gustaría ir con vosotros. Puedo ofrecer mi hacha para ayudar a que viajéis más seguros mientras compartamos camino. ¿Hecho? - extendió su mano hacia el enano esperando que este la aceptara.
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Remington, se levanto de entre unas maromas. Desechando de su cabeza la inquietud, tiró del chaqué para alisarlo, pero el frío de noche le hizo encogerse dentro su manta de viaje. Nunca había visto a una elfa de cerca y al verdad es que se moría de curiosidad. Eran los únicos pasajeros. Qué nervios, ¿le resultaría estúpido, torpe o tal vez interesante? ¿Qué la traerá tan al norte?
—Bienvenida a bordo —dijo acercándose temblando de frío—. No tienes que preocuparte, la Torre de Palanthas no puede hacer daño si no tratas de cruzar el Robledal de Shoikan. Parece que somos los dos únicos pasajeros. Yo soy Remington y el es Sir Arthur ¿Puedo preguntar cómo te llamas?
No pudo evitar mirarla de arriba abajo. Remington era un joven delgado de pelo rubicundo, que caía en un flequillo lánguido sobre sus grandes ojos verdes cuando la brisa marina no jugaba con él. El chico vestía unas buenas botas y ropas de terciopelo verde oliva con bordados dorados. De su cinto colgaban una daga minúscula y una varita retorcida de tejo rojo de un par de palmos de longitud. Entre sus piernas, por debajo de la manta, se asomaba un precioso gato de angora con el pelaje gris y blanco que miraba a Uri fijamente con sus ojos del color de la miel.
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Remington Wizz — Shadow of the Dragon Queen (Spanish)
El enano miró de hito en hito a la alta mujer que había sido tan maleducada como para interrumpirle en mitad de su bronca con el maldito kender que llevaba varios días tocándole las narices y siguiendo su caravana... más bien viajando gratis en todos los carromatos de la misma.
- Mira... por muy alta que seas y muy fuerte que silbes ya tengo guardias gracias, puedes seguir tu camino. - era evidente que el enano estaba haciendo un gran esfuerzo por controlarse y no chillarla también. Aunque pareció agradecer el respiro y poder recuperar su compostura - ¿Quieres ser útil? Llévate a este contigo!! - Acompañó a sus palabras el arrojar, casi literalmente, al kender contra la mujer el cual tuvo que apoyarse en ella para no caerse.
El Maestro se giró sobre sí mismo y se subió al pescante de su carromato sin decir media palabra ni mirar hacia atrás azuzó a sus caballos y la caravana retomó la marcha.
Mientras los carromatos se movían Saxa se percató de los tres hombres, dos a caballo y con lanzas y uno de ellos a pie armado con una ballesta, que se quedaron entre ellos y el carromato del Maestro, mirándoles, sin amenazarles directamente pero en una clara actitud de que allí no tenían nada que hacer.
El kender reconoció a los tres guerreros como parte de la media docena, o quizá más, con la gente grande nunca se sabía y la verdad es que él no había prestado mucha atención que guardaba la caravana.
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Saxa simplemente se encogió de hombros, recogió el macuto que había soltado momentáneamente en el suelo y miró al kender preguntándose qué hacer con aquel pequeño ser.
- Bueno, menudo enano desagradecido. No llego a intervenir y seguro que le estalla una vena de un momento a otro. En fin, ¿y tú quien eres? ¿A dónde vas? Como estaba diciendo, yo voy hacia Volger, quizás podamos hacer parte del camino juntos.
La bárbara se sorprendió internamente. Lo de Ispin le debía haber afectado más de lo que creía como para querer hacer camino con el apararentemente desesperante kender en lugar de hacerlo sola.
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EL señor Fritzfoxstiltonson se quedó con la boca abierta, asombrado no, fasacinado, por la fabulosa capacidad de la humana XXL para proferir sonidos usando tan solo su capacidad pulmonar. ¿Eso es posible? Estaba tan alucinado que dejó de prestar atención a las dolencias del Maestro Berkley y trató de repetir aquel gutural y potente silvo del norte. Pedorretas, escupitazos y demás desafortunados intentos de repetir eaquel sonido. Tanto era su interés que apenas se percató de que la caravana y el propio Mestro Berkley se marchaban sin nisiquiera despedirse.
-Pero pero pero.. puedes repetirlo!!!???- dijo el joven kender 100% fascinado, 0% intimidado. Fritz era un kender curioso. Su pelo crecía hacia arriba ignorando la gravedad, rojo vivo que casi parecía una vela a lo lejos. Era menudo comparado con un adolescente humano pero fibroso y ágil para ser un kender. Vestía una cota de cuero encima de sus ropas. Al cinto una espada corta, gemela de la fijada en el lateral de su mochila. Por las empuñaduras tb se podía ver que llevaba dos dagas en diferentes lugares de rápido acceso. Por la mochila asomaba algún que otro papel y papiro enrollado pero nada como el aparente desorden que se veía en el zurrón que llevaba al hombro. Montones y montones de mapas, anotaciones, calcos y símbolos del pasado junto a mas privados y misteriosos tesoros recogidos en sus últimos viajes. Se ayudaba de una curiosa vara de peregrino, con una bifurcación en su extremo para poder usarse para lanzar piedras. SIn duda, manufactura kender.-Yo también voy Volguer- dijo en tono mas tristón- Mi amigo Ispin Greenshield ha muerto y voy a despedirme junto a algunos de sus amigos.- dijo el kender con su habitual y a veces dolorosa sinceridad, poco amigo de guardar secretos.
Saxa se ríe de buena gana:
- Jajaja, ¿nunca habías visto silbar antes? Qué extraño - vuelve a repetir el silbido para satisfacción del curioso kender, imaginando que ya tienen entretenimiento para todo el viaje que vayan a compartir.
Cuando el pequeñajo menciona a Ispin se queda muy seria. Tarda unos segundos en procesar la increible coincidencia antes de volver a hablar:
- ¿¡Cómo?? ¿¡ Eras amigo de Ispin !? Esto sí que no me lo esperaba. ¡Yo voy a Volger por la misma razón! Hoy mismo he recibido una carta de Becklin, su antigua compañera de aventuras, avisando de su fallecimiento... - menea la cabeza, triste - Conocí a Ispin hace muchos, muchísimos años. Parece que fue hace una eternidad, pero al mismo tiempo lo recuerdo como si fuera ayer. Yo era una adolescente que acababa de dejar su tribu para salir a conocer mundo y tuve la fortuna de cruzarme con él y compartir camino durante semanas. No nos volvimos a ver, desgraciadamente, pero llevábamos casi veinte años carteándonos. Ha sido un golpe duro ... Ispin, el bueno de Ispin...
Se queda callada, a todas luces recordando aquel viaje que compartieron, aquellas cartas. Tantos habían pasado y nadie había logrado conocer a Saxa tan bien como Ispin, sin contar a su padre Vidar y los otros miembros de la tribu. Pensar esto le dio un cierto dolor en el corazón. Y por segunda vez en corto tiempo se dio cuenta de que esta pérdida le había tocado más profundamente de lo que se había imaginado.
Volviendo al presente, Saxa miró esta vez al kender con nuevos ojos:
- Pongámonos en marcha, amigo. Me encantaría escuchar de tus aventuras con Ispin en los días que nos quedan por delante. Soy Saxa, por cierto.
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Tras recuperar el equilibrio del vértigo sufrido por la extraña visión, la joven elfa miró al humano que le dirigía la palabra, pero pronto su atención fue abducida por el pequeño ser peludo que le acompañaba
- ¡Ay! ¡Un gatito! - exclamó entusiasmada, agachándose en el sitio, sin intención de acariciarle, pero estirando su brazo y tendiendo la mano para que la oliera - ¡Es precioso! Nunca había visto un gato con un pelo tan bonito… ¡Hola, Sir Arthur! -
Esperó quieta unos segundos para comprobar si era digna de la aceptación y atención del gato, hasta que fue consciente de lo maleducado del gesto de ignorar por completo al muchacho que se había presentado ante ella. Se irguió rápidamente, dirigiéndole una sonrisa nerviosa.
- Perdona, es que me encantan los animales- se rascó la coronilla a modo de gesto nervioso - y ¡tu gato es precioso! - comentó disculpándose y tendiéndole la mano a él, sin esperar esta vez que se la olisqueara - Soy Urialanthalassa Adian, natural de Qualinesti, encantada de conocerte - y le dio un vehemente apretón de manos.
Ahora que le observaba con más detenimiento, Uri dedujo, por su exquisita ropa y su cuidada educación, que pertenecía a una familia bien, acomodada y probablemente urbanita. Muy diferente a la impresión que ella podía producir, con el pelo recogido y desaliñado, sus ropajes de cuero desgastados y repletos de cintos y hebillas y una capa color verde oscuro que envolvía su cuerpo casi por completo. Las botas, fabricadas de piel y lana de oveja, aunque desgastadas mantenían sus pies calientes, pero se encontraban gravemente salpicadas de manchas de barro y humedad adheridas durante el viaje.
Depositando con cuidado su macuto y el arco y las flechas a un lado, volvió su mirada hacia la torre, escrutándola durante unos segundos.
- ¿Qué sitio es ese? ¿Quién vive allí? Me ha parecido ver una figura en lo alto de la torre… - preguntó con cierto recelo y curiosidad. Luego, observando el temblor de su nuevo acompañante, se agachó hasta su mochila rebuscando algo en el interior - Parece que tienes frío - ella no lo sentía con tanta intensidad, acostumbrada a sufrir las inclemencias del tiempo - Toma, te dará algo de calor - le ofreció una pequeña manta de lana, deshilachada por los bordes y con algo de polvo y briznas de hierba clavadas en la tela, fruto de haber dormido con ella a la intemperie.
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz"
Sir Arthur acercó su hocico sonrosado a la mano de Uri y la olfateó con curiosidad gatuna. ¿La elfa le había ignorado abiertamente? —pensó Remington perplejo— !Qué desfachatez! Y tú, ¡no me ayudas nada!—le dijo a Sir Arthur en silencio, con una mirada llena de reproche—. Deja de olerle la mano que es una extraña!
El gato maulló y jugueteó con el borde de la manta cochambrosa de pieles que la exploradora les ofrecía. Remi suspiró y se rehízo.
—No esperarás que me ponga eso, ¿verdad? Gracias, pero no —dio un paso atrás pensando en la de liendres que tendrían aquellas pieles—. Y no, no vive nadie en esa torre. Es la Torre de Alta Hechicería de Palanthas. Está maldita. Seguramente solo te he parecido ver algo, pero no puede ser. Estás muy lejos de Qualinost, eso aquí lo sabe todo el mundo.
Tras dejar que sus palabras calasen se dirigió a la elfa en un tono que pretendía limar asperezas.
—Eres la primera de tu especie que veo tan al norte en esta época del año —mintió sin saber por qué, como si conociera a otros—. Debes de ser valiente. Tú sola... Debes de tener un buen motivo —aventuró tratando de iniciar una conversación. Era un viaje muy largo y no les caía muy bien a los marineros así que no tenía mucha más opciones. Además la elfa era una caja nueva por abrir.
Ash el guerrero — Dragon's Hoard (Spanish)
Leobald el caballero — Death and Pain at Saltmarsh (Spanish)
Keeper — Vigilantes en el Cielo (Spanish)
Remington Wizz — Shadow of the Dragon Queen (Spanish)